Miley inspiró
hondo antes de llamar a la puerta de roble macizo. En cuanto oyó la palabra
«entra» se le disparó el corazón. Mientras accionaba el picaporte, rezó para
que el maquillaje ocultara sus marcadas ojeras. No había dormido un ápice en
todo el fin de semana.
Armándose
como nunca, abrió la puerta y entró en la habitación. Nick estaba de espaldas
al ventanal con las manos en los bolsillos. La virilidad que irradiaba la dejó
sin aliento. Por un terrible segundo dejó de pensar con claridad y sólo sintió
calor... pero apretó el sobre entre sus dedos y suspiró aliviada al recordarse
que pronto saldría de la perturbadora órbita de aquel hombre.
Se adentró en
el despacho intentando ignorar sus nervios ante la mirada de él. Se detuvo
frente al escritorio con las mejillas encendidas. Carraspeó.
–Creí haberte
dicho que no hacía falta que llevaras gafas –dijo él duramente.
Miley se
llevó la mano a la montura. Se reprochó el haberle confesado que no las
necesitaba y se enfureció ante la altivez de él. Notar el sobre en su mano le
dio seguridad.
–Me siento
más cómoda llevándolas. El hecho es que...
–Pues yo no
–le cortó él–. Trabajas para mí y no quiero volver a verlas. Y también puedes
dejar de recogerte el cabello como si estuvieras haciendo alguna penitencia.
Miley ahogó
un grito. Se sintió palidecer y a continuación sonrojarse de ira. Como no tenía
nada que perder, no se calló lo que pensaba, aunque la voz le salió
constreñida.
– ¿Deseas
comentar algo más mientras estás a tiempo?
Nick se apoyó
en el ventanal y se cruzó de brazos por delante de su formidable pecho. Su
mirada adquirió un brillo que dejó a Miley sin aliento y con una creciente
sensación ardiéndole en el vientre.
– ¿Has tirado
aquella falda?
Miley apretó
los puños. Ya no sentía el sobre ni recordaba para qué había ido allí. Tan sólo
era objeto del análisis de un hombre igual a los que entraban y salían de la
vida de su madre. El hecho de que su emoción predominante no fuera la ira que
ella esperaba le hizo sentir muy vulnerable.
–No es asunto
tuyo dónde está la maldita falda. Puedes estar tranquilo de que no volverás a
verme con ella puesta porque he venido a...
–Pues qué
pena.
Miley se
quedó boquiabierta a mitad de frase. Parpadeó mientras asimilaba aquel
comentario. Sacudió la cabeza. Debía de haber oído mal. Odiándose por estar tan
alterada, preguntó:
– ¿Qué has
dicho?
Él se irguió
y, aunque no se le aproximó, ella dio un paso atrás.
–He dicho que
es una pena. Te sorprendería saber cuánta energía mental he dedicado a esa
falda. Tal vez me precipité al juzgarla.
Miley sacudió
la cabeza y sintió su interior temblando.
¿Qué ocurría
con las Samantha Barks del mundo,
impecablemente criadas para encajar en sus vidas de ensueño? ¿Acaso él estaba
diciendo que prefería...? Su mente se opuso a eso, pero se le escaparon las
palabras:
–Sólo es una
falda de mercadillo que encogió en la lavadora y no tuve tiempo de comprar una
nueva. Te pareció suficientemente inapropiada como para encargar a otros que me
lo dijeran.
–Eso fue un
error.
Él recorrió
su cuerpo con la mirada y Miley sintió un cosquilleo como si la hubiera
acariciado. Cuando él volvió a mirarla a los ojos, tenían un brillo peligroso.
La burbuja de irrealidad explotó, el instinto de auto conservación resurgió. El
sobre. Miley se lo tendió con mano temblorosa.
Nick lo
observó y luego volvió a mirarla a los ojos. Enarcó una ceja.
–Es mi carta
de... dimisión –anunció ella.
Nick apretó
los puños. Algo se apoderó de su cuerpo, una necesidad primitiva de no dejar escapar
a aquella mujer. Su lado despiadado surgía de nuevo.
–No lo es
–aseguró.
Sorprendida y
enfadada, Miley se dio cuenta de que aquello no iba a ser tan rápido como había
creído.
–Sí, señor Jonas,
sí lo es. Por favor, acepte mi dimisión con la elegancia con la cual le es
presentada –dijo tendiéndole el sobre–. Yo no estoy disponible para...
servicios extra fuera de horas de trabajo. Su comportamiento la otra noche fue
inaceptable.
Miley echaba
chispas por los ojos. Alzó la barbilla resuelta. Nick se sorprendió de no
haberse dado cuenta antes: aquella mujer destilaba pasión por cada poro de su
voluptuoso cuerpo. Tenía agallas. Su atractivo había estado seduciéndolo
subliminalmente, llevándolo al punto sin retorno en el cual se encontraba.
Nick rodeó el
escritorio y se apoyó en el borde, aún de brazos cruzados. Vio que la mirada de
ella se desviaba a su entrepierna y sonrió para sí, y más aún cuando la vio
ruborizarse. ¿Cómo había podido tildarla de anodina? Ignoró el sobre que ella
le tendía.
Miley se negó
a mostrar lo intimidada que se sentía, así que, a pesar de que deseaba echarse
atrás, no lo hizo.
Nick ladeó la
cabeza y frunció levemente el ceño.
– ¿Qué parte
de la otra noche dices que fue inaceptable? ¿Aquélla en la que te acompañé a la
puerta de tu casa como un caballero? ¿O aquélla en la que acepté el café que me
habías preparado?
Miley apretó
el puño de la mano libre y le espetó:
–Sabes
perfectamente a qué me refiero.
El rostro de
él se relajó.
– ¿Te
refieres a la parte en la que te demostré lo mutua que es nuestra atracción?
OH MY JONAS!!
ResponderEliminarOTRO! OTRO! OTRO!
NO ME DEJES ASIII!
PLIIIS!!
noooooo xq me haces estooo solo 2 con 4 me conformaria jaja ok no pero ahhh qdo buenasa la nove sube prontico me fasina esta sigo ;)
ResponderEliminarme encantoooooo!!! espero el otro bye besos
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