Unas pocas
horas después, Miley suspiró aliviada cuando el coche se detuvo junto a su
apartamento en el sur de Londres. Había insistido en tomar un taxi, pero Nick no
se lo había permitido.
Alargó la
mano para abrir su puerta y se giró para dar las buenas noches. Nick ocupaba la
otra esquina como un ángel vengador gigante. El pánico se apoderó de ella y se
apresuró a abrir la puerta. Y justo cuando sacaba una pierna al asfalto, el
horrible sonido de tela rasgándose detuvo su corazón. Una fría brisa le
acarició los muslos.
Bajó la
mirada y contempló boquiabierta la raja en la falda desde medio muslo hasta el
bajo. Debía de haberse enganchado con algo. Sus blancos muslos brillaban en la
noche.
Mientras
procesaba todo aquello, oyó un frío y sardónico:
–No pareces
tener mucha suerte con la ropa, ¿no?
Deseó que la
tragara la tierra más que nunca. Oyó que él le decía algo a su chófer y que
salía del coche. Ella no podía moverse, le aterraba la idea de hacer algo que
terminara rompiendo del todo el vestido. Pero Nick estaba frente a ella con una
sonrisa burlona y la mano extendida.
Con
reticencia, ella se sujetó a su mano y sintió que el mundo giraba como loco
conforme él la ayudaba a salir del coche. Con la otra mano se sujetó el resto
del vestido, ruborizada a más no poder. Advirtió que él había agarrado su bolso
de mano. Ese hecho y la forma en que él estaba mirándola le hicieron sentirse
amenazada. Era la misma mirada de aquella famosa mañana en el despacho.
Se estremeció
y se puso rígida al mismo tiempo e intentó soltarse.
–Debo de
haberme enganchado con algo. Pero a partir de ahora ya no hay problema. Tú
debes de estar impaciente por regresar a casa.
Nick la
ignoró y la condujo al interior del edificio sin soltarla. Ella sentía la
sangre ardiéndole en las venas.
–De veras,
señor Jonas, mi puerta está muy cerca.
Incluso
intentó detenerse, pero él se giró hacia el chófer.
–Eso es todo,
Big Rob, puedes retirarte. Tomaré un taxi desde aquí.
– ¿Está
seguro, señor? –preguntó el chófer sorprendido.
–Sí. Buenas
noches, Big Rob.
Y así, antes
de que ella pudiera reaccionar, se vio conducida a su puerta mientras Nick la
miraba con impaciencia.
–¿Las llaves?
Miley resopló.
Ver alejarse al chófer la asustó aún más.
–Señor Jonas,
no tiene que hacer esto, de verdad. Por favor. Gracias por haberme traído, pero
no debería haber dejado que Big Rob se marchara. No conseguirá encontrar un
taxi por aquí...
Él la miró
con sus cautivadores ojos verdes.
–Te he dicho
que me llames Nick. Y ahora, tus llaves, por favor.
Igual que
antes, ella le obedeció. Sabía que en parte se debía a su estado de conmoción.
Sacó torpemente las llaves de su bolso mientras intentaba que el vestido no se
abriera, y contempló sin decir nada cómo Nick abría el portal y los conducía al
ascensor. La miró de nuevo con una ceja enarcada.
–Sexta planta
–dijo ella débilmente.
Mientras el
ascensor ascendía, Miley se preguntó si no sería un sueño. En cualquier momento
se despertaría y sería lunes por la mañana y todo habría vuelto a la
normalidad. Pero entonces el timbre sonó y Nick, su jefe, volvió a mirarla
expectante. Ella no tuvo más opción que dirigirse a su puerta.
Su cerebro se
negaba a funcionar con coherencia. No lograba ni preguntarse a sí misma qué
estaba haciendo él allí. Al llegar a su puerta, se giró: necesitaba asegurarse
de que la atravesaba sola y aquel hombre se quedaba fuera.
Extendió la
mano para recuperar sus llaves, que él todavía sujetaba. Evitó su mirada.
–Gracias por
asegurarte de que llego bien.
–Todavía no
estás dentro.
Con más
pánico que irritación, Miley lo fulminó con la mirada y agarró sus llaves.
Abrió con mano temblorosa y estuvo a punto de llorar de alivio al ver su casa.
Se giró y forzó una sonrisa.
– ¿Lo ves? Ya
está. Y ahora, tuerce a la derecha cuando salgas del portal, la calle principal
se encuentra a unos cien metros subiendo. Deberías encontrar un taxi por ahí.
Nick se apoyó
desenfadadamente en la pared con las manos en los bolsillos del pantalón. En
algún punto desde que se habían marchado del baile se había deshecho la
corbata, que le colgaba junto al cuello también abierto de la camisa. Miley se
sintió conmocionada de nuevo por el extraño comportamiento de él. ¿Estaría
borracho?, se preguntó mirándolo con recelo. Pero recordó que, al igual que
ella, no había probado una gota de alcohol en toda la noche... Sintió mariposas
en el estómago.
– ¿No habías
dicho que no conseguiría encontrar un taxi por aquí? ¿Me dejarías solo e
indefenso por las calles de este barrio? Puedo llamar a uno desde tu
apartamento... y me encantaría tomarme un café.
Él y la
palabra «indefenso» no cuadraban. Miley le vio sonreír y, por unos instantes,
todo le dio vueltas. Estaba siendo objeto del lado más encantador de su jefe.
De pronto, oyó que el ascensor funcionaba, más gente regresaba de fiesta. Le
aterró la idea de que pudiera ser su divertida pero fisgona vecina. Podía
imaginarse intentando explicar qué hacía un guapísimo magnate griego de metro
ochenta y cinco en su modesta entrada. De pronto, el vestido pasó a ser la
menor de sus preocupaciones.
–De acuerdo.
Te pediré un taxi y te pondré un café –dijo entrando en su casa.
Nick la
siguió, impregnando la habitación con su dinamismo, y ella cerró la puerta
justo cuando se oía la risa borracha de su vecina. Suspiró aliviada.
Mientras Nick
se paseaba por su humilde salón, Miley reparó en un sujetador de encaje sobre
una silla de la cocina. Se abalanzó sobre él. Y justo vio que Nick la miraba y
se le encogió el estómago.
–Café
–balbuceó–. Voy a preparar el café.
Se apresuró a
la cocina, escondió el sujetador en un armario, sacó café y puso agua a hervir.
Por el rabillo del ojo miraba de vez en cuando al salón. Nick seguía
paseándose. Se había quitado la chaqueta y ella se recreó en su ancha espalda,
su cintura estrecha, sus glúteos firmes y largas piernas...
El pitido del
hervidor de agua le hizo dar un respingo y se quemó con algunas gotas. Se
sujetó el vestido y, al regresar al salón, advirtió que Nick había encendido
algunas velas. La cálida luz daba a la atmósfera una intimidad que le aceleró
el pulso. Tuvo un vago impulso de ir a cambiarse el vestido, pero no podía
desvestirse mientras él estuviera cerca. Reparó entonces en que él estaba contemplando
una foto con el ceño ligeramente fruncido y le aterró la idea de que
reconociera a la mujer de la foto. Le tendió la taza de café, obligándole a
dejar el retrato.
– ¿Sois tu
madre y tú? –inquirió él señalándolo con la cabeza.
Miley miró la
foto y contuvo el deseo de esconderla donde nadie la viera. Era una de sus
imágenes favoritas junto a su madre, tomada en París a sus doce años. Estaban
abrazadas para protegerse del frío, con los rostros juntos. La imagen
evidenciaba que Miley no había heredado la delicada belleza de su madre. Por
aquel entonces ya la superaba en altura.
–Sí
–respondió cortante.
Nick la miró:
estaba tan nerviosa y asustadiza como un potro, evitando su mirada y sujetando
su vestido como si le fuera la vida en ello. Ver sus blancos muslos por la raja
del vestido había terminado de encenderle: había necesitado todo su autocontrol
para no acariciar aquellas exuberantes piernas. Especialmente tras una noche de
tortura, intentado concentrarse en el trabajo con ella a su lado. Acompañarla a
su apartamento había sido algo tan necesario como respirar. Pero en aquel
momento, al verla tan nerviosa, se obligó a dar un paso atrás.
Miley señaló
bruscamente un sofá junto a la ventana.
–Por favor,
siéntate mientras te tomas el café. Voy a llamar a un taxi. A estas horas puede
que tarde un rato en venir.
ahh me encaantho el capi geneal enceriio ah esperoooo prontiitoo el siguientee ahh quiero otro capiii
ResponderEliminarwauu m re encantaron los cap!!espero q la sigas y no tardes!! un beso muy grande ;)
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