domingo, 23 de diciembre de 2012

Obsesión implacable Cap 2




En la penumbra apenas podía ver su rostro, pero sí sabía con certeza que en ese momento la fulminaba con la mirada. Sus ojos fríos refulgían en la oscuridad, lanzándole una advertencia.
« ¡Basta!», Miley oyó gritar a las furias. « ¡Corre antes de que te mate!».
Pero ella no era de ésas.
— ¿Ella? —preguntó él en un tono de voz amenazante. La joven le puso la mano sobre el brazo con suavidad.
—Lo siento —le susurró—. No debí haber dicho eso.
Él se levantó de repente y fue hacia la ventana abierta. Se detuvo frente al agujero y contempló la infinita negrura de la noche. La joven le siguió con sigilo.
—Me hizo confiar en ella —dijo él con un hilo de voz.
—Pero a veces está bien confiar.
—No. Nadie es tan bueno como pensamos y más tarde o más temprano la verdad termina por aparecer. Cuanto más confías en alguien, peor es cuando te traicionan. Es mejor no hacerse ilusiones.
—Pero eso es terrible. No creer en nada ni en nadie. No amar ni tener esperanza. No ser feliz... jamás.
—Y no sufrir jamás —dijo él en un tono mordaz.
—Y no volver a estar vivo jamás. Sería como estar muerto en vida. ¿Es que no lo ves? te librarías del dolor, pero también perderías todas esas cosas por las que merece la pena vivir.
—No todo. Siempre queda el poder. Eso siempre puedes conseguirlo si renuncias a todo lo demás. Es lo único que importa. Lo demás no son más que debilidades.
—No —dijo ella con brusquedad—. No debes pensar así si no quieres arruinar tu vida.
— ¿Y tú qué sabes de mi vida? —le preguntó él, enfadado—. No eres más que una niña. ¿Nunca te han hecho sentir ganas de romperlo todo hasta que no quede nada, ni siquiera tú misma?
— ¿Y qué ganamos destruyéndonos a nosotros mismos?
—Te diré lo que ganas. No convertirte... en esto —le dijo, señalándose el corazón.
Miley no tuvo que preguntarle qué quería decir. A pesar de lo joven que era, parecía estar al borde del desastre, y no hacía falta mucho para hacerle saltar al vacío.
La pena y el terror se apoderaron de ella. Una parte de su ser quería salir corriendo, huir de aquella criatura que acabaría convirtiéndose en un monstruo si nadie se interponía en su camino. Sin embargo, otra parte de ella quería quedarse y rescatarle.
De repente, sin aviso de ningún tipo, él hizo aquello que la hizo decidirse; algo terrible y maravilloso al mismo tiempo. Bajó la cabeza y la dejó caer contra el hombro de ella, una y otra vez, como un hombre que se da golpes contra la pared, sin esperanza. Abrumada, ella lo estrechó entre sus brazos y sujetó con una mano aquella atormentada cabeza, obligándole a mantenerse quieto. Podía sentir su agonía, su desesperación... era como si sólo ella pudiera consolarle en aquel mundo cruel.
Por encima del hombro de él podía ver el abismo que se abría a sus pies. Nada se interponía entre el suelo y él; nada excepto ella misma. Lo agarró con fuerza y, en silencio, le ofreció todo lo que tenía para dar. Él no se resistía. Parecía que se había quedado sin fuerzas.
Poco a poco lo hizo retroceder y entonces le miró a la cara. La acritud y la agonía se habían desvanecido, y en su lugar había aparecido una profunda tristeza mezclada con resignación, como si hubiera encontrado algo de paz, aunque incierta y efímera.
Por fin Nicholas esbozó una leve sonrisa. En su interior crecía el deseo de protegerla tal y como ella había hecho con él. Todavía quedaba bondad en el mundo; y estaba allí, en aquella chica, demasiado inocente como para entender el peligro que corría por estar a su lado.
Al final terminaría corrompiéndose, igual que los demás.
Pero esa noche no. él no iba a permitirlo. Tecleó un código y la puerta de cristal se cerró.
—Vamos —le dijo, conduciéndola hacia los ascensores. Un momento más tarde estaba frente a la puerta de su habitación.
—Entra, vete a la cama y no le abras a nadie.
— ¿Y tú qué vas a hacer? —preguntó ella.
—Voy a perder más dinero, y después, voy a pensar un poco.
No hubiera querido decir esas últimas palabras, pero ya era tarde.
—Buenas noches, Nick.
—Buenas noches.
Tampoco hubiera querido hacer lo que hizo a continuación, pero antes de que pudiera tomar consciencia de ello, inclinó la cabeza y la besó en los labios.
—Entra y echa el pestillo.
Ella asintió con la cabeza y cerró la puerta. Un momento después él oyó cómo se deslizaba el pestillo. Resignado a seguir perdiendo, volvió a las mesas. No obstante, su suerte cambió de forma misteriosa y una hora más tarde ya lo había recuperado todo.
Otra hora más tarde, ya había ganado el doble. Un amuleto de buena suerte... eso era ella. Había lanzado un hechizo y su suerte había cambiado de repente.
«Qué pena que ya nunca volveré a verla...», se dijo, sin saber que estaba equivocado.
Sí volvería a verla.

Quince años después.

La mansión Jonas estaba situada en las afueras de Atenas, sobre una colina desde la que se divisaban las tierras que la familia siempre había considerado suyas. Hasta ese momento lo único que les había hecho sombra era el Partenón, el clásico templo construido más de dos mil años antes; el punto más alto de la acrópolis, pero apenas visible desde su posición al otro lado de la ciudad. No obstante, desde hacía muy poco un nuevo edificio eclipsaba a la majestuosa villa Jonas. Se trataba de un falso Partenón, erigido por Greg Kinnear, el único hombre de Grecia que se hubiera atrevido a desafiar a la familia Jonas o a los milenarios dioses que guardaban el templo original.
Pero Greg estaba enamorado y lógicamente trataba de impresionar a su prometida el día de la boda. En aquella mañana de primavera Nick Jonas  estaba de pie en la puerta del
Caserón, contemplando Atenas, molesto por tener que perder el tiempo asistiendo a una estúpida boda cuando en realidad tenía muchas cosas importantes que hacer. De pronto oyó un ruido a sus espaldas y se dio la vuelta. Era Kevin, un viejo amigo de su difunto padre que vivía cerca de allí. Tenía el cabello blanco y estaba demasiado delgado; el resultado de una larga vida de excesos.
—Me voy a la boda —dijo—. He venido por si querías que te llevara.
—Gracias. Te lo agradezco —dijo Nick con frialdad—. Si llego pronto, nadie se ofenderá si me voy pronto.
Kevin soltó una carcajada.
—Ya veo que las bodas no te ponen nada sentimental.
—No es una boda. Es una exhibición —le dijo con sarcasmo—. Greg Kinnear ha cazado a una estrella del celuloide y quiere enseñársela a todo el mundo. Y la gente les deseará lo mejor y después lo insultarán a sus espaldas. Yo sólo le deseo que Tish Cyrus le haga la vida imposible. Con un poco de suerte, lo hará... ¿y por qué tuvieron que venir a Atenas para casarse? ¿Es que no tenían bastante con uno de esos falsos hoteles griegos, como la otra vez?
—Porque el nombre de Greg Kinnear es sinónimo de astilleros griegos —dijo Kevin—. Después del tuyo, claro —añadió rápidamente.
Durante años las empresas de las familias Jonas y Kinnear habían monopolizado el sector de la industria naval, no sólo en Grecia, sino también en todo el mundo. Los clanes eran enemigos, rivales, pero siempre trataban de guardar las apariencias frente a la opinión pública porque así resultaba más rentable.
—Supongo que podría ser un auténtico enlace por amor —dijo Kevin con cinismo.
Nick levantó las cejas.
— ¿Un auténtico...? ¿Cuántas veces se ha casado ella? ¿Seis? ¿Siete?
—Tú deberías saberlo. ¿No fuiste invitado a una de sus bodas hace años?
—No estaba invitado. En ese momento me hospedaba en el hotel de las vegas donde se celebró el festín y vi todo el espectáculo desde la distancia. Volví a Grecia al día siguiente.
—Sí. Lo recuerdo. Tu padre estaba muy confundido. Contento, pero confundido. Por lo visto, le habías dicho que no querías volver a saber nada del negocio nunca más. Desapareciste durante dos años y entonces, de repente, como salido de la nada, entraste por la puerta y le dijiste que estabas listo para volver al trabajo. Tu padre incluso tenía miedo de que no estuvieras a la altura después de... bueno... —se detuvo al ver la mirada sombría de Nick.
—Sí —dijo en un tono sosegado que era mucho más escalofriante que un grito—. Bueno, eso fue hace mucho tiempo. El pasado, pasado está.
—Sí, y tu padre finalmente quedó convencido de tus capacidades. Sus miedos eran infundados porque volviste convertido en un auténtico tigre, capaz de aterrorizarlos a todos. Estaba muy orgulloso de ti.
—Bueno, esperemos que pueda aterrorizar a Greg Kinnear. De lo contrario, será que estoy perdiendo mis facultades.
—En cualquier caso, debes tener cuidado —dijo Kevin—. No ha dejado de amenazarte. Dice que les has hecho perder millones a su hijo y a él. Incluso ha llegado a decir que se los has robado.
—Yo no he robado nada. Simplemente le ofrecí un trato mejor al cliente —dijo Nick con indiferencia.
—Pero fue en el último minuto —dijo Kevin—. Por lo visto estaban a punto de sellar el acuerdo. El cliente tenía el bolígrafo en la mano, a punto de firmar, cuando le sonó el teléfono. Y eras tú. Le diste una información privilegiada que sólo podías haber obtenido de una forma... poco honrada.
—No creas que fue para tanto —dijo Nick, encogiéndose de hombros—. Cosas peores he hecho —añadió en un tono arrogante y cínico.
—Y así fueron las cosas —dijo Kevin, siguiendo con la historia—. El hombre soltó el bolígrafo, canceló el trato y se subió en tu coche. Dicen por ahí que Greg les hizo ofrendas suculentas a los dioses del Olimpo para que te lleves el castigo que mereces.
—Pero hasta ahora sigo sin castigo, así que a lo mejor los dioses no le estaban escuchando. Dicen que incluso llegó a mascullar un juramento cuando vio mi invitación a la boda. Espero que lo haya hecho.
— ¿De verdad que no vas a llevar a nadie contigo?
Nick asintió con la cabeza sin darle mucha importancia. Solía asistir a muchas bodas por compromiso, a veces acompañado por socios o amigos, pero nunca con una mujer. Eso hubiera llamado la atención de los medios y no quería que la chica se llevara una impresión equivocada. Una mujer despechada podía hacer mucho daño y él no quería esa clase de líos mediáticos.
—Muy bien. Vámonos —dijo Kevin.
—Me temo que tendré que retrasarme un poco.
—Pero si acabas de decirme que ibas a venir conmigo.
— Sí, pero de repente me he acordado de algo que tengo que hacer. Hasta luego.
La contundencia de su despedida fue tal que Kevin no se atrevió a insistir más.
El coche lo esperaba frente a la puerta. En el asiento de atrás estaba su esposa, que se había negado a acompañarle a buscar a Nick. Decía que aquella casa desolada y sombría encajaba perfectamente con el hombre siniestro que vivía en ella.
— ¿Cómo puede vivir en un sitio tan grande y silencioso, sin familia, sólo con unos pocos sirvientes? —Le había preguntado ella en más de una ocasión—. Me pone los pelos de punta. Y eso no es lo único de él que me hace temblar había añadido, pensando que no era la única que tenía esa opinión.
En realidad, casi toda Atenas hubiera estado de acuerdo con ella.
Kevin subió en el vehículo y le dijo lo que había pasado con Nick.
— ¿Y por qué ha cambiado de idea y no quiere venir con nosotros?
—Es culpa mía. Fui lo bastante tonto como para mencionar el pasado, y entonces cambió por completo. Es tan extraño que haya borrado ese período como si nunca hubiera ocurrido y, sin embargo, eso es lo que le impulsa a hacer todo lo que hace. Mira lo que acaba de pasar ahora mismo. Un minuto antes estaba bien y, de repente, está deseando librarse de mí.
—Me pregunto por qué va a marcharse pronto del festín.
—Probablemente se vaya a pasar el tiempo con esa... gatita.
—Si te refieres a... —no llegó a decir el nombre—. Yo no la llamaría gatita precisamente. Su marido es uno de los hombres más influyentes en...
—Y eso la convierte en una zorra de categoría —dijo Kevin, sin medir sus palabras—. Y ahora mismo trata de guardar las distancias para disimular un poco. Su marido la ha hecho entrar por el aro. Se ha enterado de los rumores.
—Probablemente siempre lo supo —dijo su mujer con cinismo—. Hay hombres en esta ciudad a los que no les importa que sus mujeres se acuesten con Nick.
Kevin asintió.
—Sí, pero me parece que ella se ha implicado demasiado. Empezó a tener expectativas, así que Nick le insinuó algo al marido para que la atara un poco más corto. Y el marido, que no es estúpido, sabe lo que le conviene.
—Ni siquiera Nick puede ser tan cruel y despiadado...
—Eso es exactamente lo que es, y en el fondo todos lo sabemos muy bien —dijo Kevin en un tono tajante.
—Me pregunto si tendrá un corazón en algún sitio.
—No tiene ninguno, y es por eso que mantiene a raya a la gente.
Cuando el coche atravesó el portón, Kevin no pudo evitar mirar atrás. Nick estaba en la ventana, contemplando el mundo con aire pensativo, como si todo le perteneciera y no supiera muy bien cómo manejarlo.
Permaneció allí de pie hasta que el coche desapareció y entonces se volvió hacia la habitación, tratando de aclarar la mente. Aquella conversación le había afectado demasiado y tenía que ponerle remedio cuanto antes.
Un rato más tarde estaba llegando al falso Partenón de los Kinnear. Bajó del coche, miró a su alrededor y entonces no tuvo más remedio que admitir que Greg se había gastado el dinero a lo grande. El gran templo de la diosa atenea había sido recreado hasta el último detalle, tal y como debía de ser en la época en que había sido construido.
De repente le sonó el teléfono móvil. Era un mensaje de texto.
Siento todo lo que dije. Estaba enfadada. Parecía que te estabas alejando justo cuando más unidos estábamos. Por favor, llámame.
Estaba firmado con una inicial. Nick contestó de inmediato.
No te preocupes. Tenías razón. Lo mejor es terminar. Perdóname por hacerte daño.
Esperaba que ése fuera el final, pero un minuto más tarde recibió otro mensaje.
No quiero terminar. No sentía todo lo que dije. ¿Te veré en la boda? podríamos hablar.
Esa vez estaba firmado con su nombre. Él respondió.
Siempre supimos que no podía durar. No podemos hablar. No quiero someterte a las habladurías de la gente.
La respuesta llegó en unos segundos.
No me importa la gente. Te quiero. Tuya para siempre.
Nick miró el mensaje sin creérselo todavía. Una extraña locura parecía haberse apoderado de ella hasta hacerle firmar de esa manera.
Su respuesta fue muy breve.
Te deseo lo mejor para el futuro. Por favor, borra todos los mensajes de tu teléfono. Adiós.
Después apagó el móvil. Silenciar una máquina era sencillo, pero apagar el corazón podía llegar a ser un poco más complicado. Sin embargo, él había perfeccionado la técnica durante muchos años y su maestría estaba a prueba de cualquier mujer del planeta.
Excepto una.
Pero ya nunca volvería a verla.
A menos que tuviera muy mala suerte.
O muy buena suerte. 


viernes, 21 de diciembre de 2012

Obsesión implacable Cap 1




El resplandor de las luces de las vegas se perdía en el cielo nocturno. Los hoteles y casinos bullían con el ajetreo de siempre y el dinero corría sin parar. Sin embargo, el Palace Athena brillaba más que ninguno. En los seis meses que llevaba abierto se había ganado la fama de ser más ostentoso que la competencia, y ese día se había consagrado como uno de los más grandes con la celebración de la boda de Tish Cyrus, la rutilante estrella de Hollywood. El dueño del Palace, más listo que otros, se había ganado el honor de organizar el evento ofreciéndolo todo gratis, y la hermosa Tish, que tampoco era tonta cuando se trataba de dinero, había aceptado sin pestañear.
Los invitados acabaron en el casino y la novia se hizo muchas fotos; tirando los dados, con su recién estrenado marido, abrazando a una joven delgada y anodina y, de nuevo, probando suerte con los dados. El dueño lo observaba todo con una expresión de satisfacción.
—Achines, amigo mío… —dijo, volviéndose hacia un joven que contemplaba la escena con una mueca de sarcasmo.
—Ya te lo he dicho. No me llames así.
—Pero tu nombre me ha traído buena suerte. Tus consejos para convertir este lugar en un sitio auténticamente griego...
—Pero si no has seguido ni uno solo de esos consejos.
—Bueno, mis clientes creen que es griego y eso es lo que importa.
—Claro. La apariencia lo es todo. Nada más importa —murmuró el joven.
—Ya veo que hoy estás un poco pesimista. ¿Es la boda? ¿Sientes envidia por ellos?
Aquiles se volvió hacia él con una mirada feroz.
— ¡No digas tonterías! —le espetó—. Todo lo que siento es aburrimiento y repulsión.
— ¿Las cosas no te han salido bien?
El joven se encogió de hombros.
—He perdido un millón, y antes de que termine la noche probablemente habré perdido otro. ¿Y qué?
—Ven y únete a la fiesta.
—No estoy invitado.
— ¿Crees que van a rechazar al hijo del hombre más rico de Grecia?
—No van a tener oportunidad. Vete y vuelve con tus invitados.
Se alejó; una figura esbelta y solitaria seguida por dos pares de ojos, los del hombre al que acababa de dejar, y los de la joven adolescente y fea a la que la novia había abrazado un rato antes. Sin apartarse mucho de la pared, para no llamar la atención, se escabulló hasta los ascensores y subió hasta la planta cincuenta y dos para contemplar las vistas.
Arriba tanto las paredes como el techo eran de un cristal grueso y los visitantes podían mirar a su alrededor sin peligro. Fuera había una pasarela para empleados y limpiadores de cristales, pero los clientes no podían acceder a ella a menos que supieran el código de seguridad.
Maravillada, la joven contemplaba la vista a sus pies cuando de repente oyó un ligero ruido a su espalda. Al volverse reconoció al joven que estaba antes en la fiesta. Rápidamente se escondió entre las sombras y le vio acercarse a los cristales.
La estancia apenas estaba iluminada por unas pocas luces, para que la gente pudiera apreciar mejor las vistas. Sin embargo, la extraña penumbra dibujaba a capricho los rostros que por allí pasaban. La joven le miraba, intrigada. Sus rasgos eran finos y bien definidos, serios y sombríos. Era el rostro de un muchacho, pero había una tristeza en ellos que casi rozaba la desesperación; la agonía de aquél que lleva una pesada cruz, una carga insoportable...
De repente el joven hizo algo impredecible que la hizo temblar de miedo. Introdujo un código en el control de seguridad y la puerta de cristal se deslizó hasta abrirse por completo. No había nada más que lo protegiera de una caída terrible de más de veinte plantas.
El suspiro ahogado de petra le hizo darse la vuelta.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, claramente molesto—. ¿Me estás espiando?
—Claro que no. Vuelve dentro, por favor —le rogó ella—. No lo hagas.
Él retrocedió un poco, pero no se alejó mucho del borde.
— ¿Qué demonios quieres decir? no iba a hacer nada. Necesitaba respirar un poco de aire.
—Pero es peligroso. Podrías caerte por accidente.
—Sé muy bien lo que estoy haciendo. Vete y déjame en paz.
—No —dijo ella, desafiante—. Yo tengo el mismo derecho que tú de tomar el aire. ¿Se está bien ahí fuera?
— ¿Qué?
Tomándolo por sorpresa, la joven le pasó por delante y se situó a su lado sobre la pasarela. Nada más poner un pie fuera sintió la embestida del viento y él tuvo que agarrarla.
— ¡Estúpida mujer! —le gritó—. Yo no soy el único que puede tener un accidente. ¿Quieres morir?
— ¿Y tú?
—Vamos dentro.
La hizo entrar de un tirón y entonces, por primera vez, la miró a la cara.
— ¿No nos hemos visto abajo?
—Sí. Estaba en el Zeus room —dijo ella, nombrando el casino—. Me gusta observar a la gente. No podían haberle puesto un nombre mejor.
— ¿Entonces sabes quién es Zeus? —preguntó él, llevándola a un sitio donde pudieran sentarse.
—Era el rey de los dioses griegos —dijo ella—. Vigilaba el mundo desde su morada, situada en la cima del monte olimpo, dueño y señor de todas las cosas. Supongo que es así como se sienten los jugadores cuando empiezan a apostar, pero esos pobres idiotas no tardan mucho en darse cuenta de la realidad. ¿Has perdido mucho?
Él se encogió de hombros.
—Un millón. Dejé de contar después de un rato. ¿Y tú qué haces en un casino, por cierto? no creo que tengas más de quince años.
—Tengo diecisiete y soy... uno de los invitados al convite.
—Ah, claro —dijo él, fingiendo no haber notado esa pequeña vacilación en su respuesta—. Vi a la novia haciéndose una foto contigo. ¿Eres una de las damas de honor?
Ella lo miró con sarcasmo.
— ¿Tengo aspecto de dama de honor? —le preguntó, levantando los brazos y mirándose el vestido que, aunque caro, no era muy glamuroso.
—Bueno…
—No me gustan demasiado las cámaras, y mucho menos delante de toda esa gente.
El joven la miró fijamente. Ella hablaba con una resignación implacable. No había ni la más mínima gota de autocompasión en aquel tono irónico.
No llevaba maquillaje alguno, llevaba el cabello muy corto y era evidente que no se había molestado en mejorar su apariencia de ninguna forma.
— ¿Y te llamas...?
—Miley. Y tú eres Aquiles, ¿no?
Nada más oírla él frunció el ceño.
—Me llamo Nicholas Jonas. Mi madre quería llamarme Aquiles, pero mi padre pensó que era demasiado sentimental. Al final llegaron a un acuerdo y Aquiles es mi segundo nombre.
—Pero el hombre que estaba contigo abajo te llamó así.
—Para él es importante que yo sea griego, porque se supone que en este lugar todo es griego.
—Qué tontos son —dijo ella, riendo suavemente. De pronto sus miradas se encontraron.
Él era tal y como se lo había imaginado. Ojos profundos, rasgos perfectos, y un toque de orgullo e intransigencia que sólo podía reflejarse en el rostro de alguien acostumbrado a hacer su voluntad. Sin embargo, también había una oscuridad en aquella mirada impenetrable que no parecía encajar del todo.
— ¿Aquiles Jonas?
—Sí.
—La empresa más grande de Grecia —dijo ella como si estuviera recitando una lección aprendida de memoria—. Si ellos no lo quieren, entonces es que no merece la pena. Si no lo compran hoy, lo harán mañana. Si alguien se atreve a llevarles la contraria, entonces acechan entre las sombras, esperando el momento de atacar.
—Algo así —dijo él.
—O de lo contrario los arrojáis a las furias.
Ella se refería a las tres diosas griegas de la ira y la venganza, con el cabello de serpientes y ojos que lloraban sangre. Aquellos temidos demonios atacaban a sus víctimas sin piedad.
— ¿Por qué tienes que ser tan melodramática?
—Es que no puedo evitarlo, en este sitio griego «prefabricado». Pero ¿por qué no estás en Atenas, haciendo morder el polvo a tus enemigos?
—Ya me he cansado de todo eso —le dijo él en un tono brusco—. Que se las arreglen sin mí.
—Ah, no me digas que estás enfadado.
— ¿Qué?
—Durante la guerra de Troya, Aquiles se enamoró de una chica. Ella venía del otro lado. Era su prisionera. Pero tuvo que dejarla ir, así que se retiró de la batalla y se encerró en su tienda de campaña. Al final volvió a la lucha, pero terminó muerto. Tú podías haber terminado igual cuando te subiste a esa pasarela.
—Ya te he dicho que no tenía intención de morir, aunque sinceramente me da lo mismo si vivo o muero. Acepto lo que venga.
— ¿Ella te hizo sufrir mucho? 


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Capi dedicado a MALE<3 espero te guste...!!

Obsesión implacable



Sinopsis: 

                     
                   Ella es demasiado inocente para aquel griego implacable… Nicholas Jonas es un magnate de la industria naval, pero también es el soltero más codiciado de Grecia. Las mujeres más hermosas compiten por su atención, pero para un hombre frío e implacable como él ellas no son más que meros objetos prescindibles. Sin embargo, un buen día Miley Cyrus irrumpe en su vida. Su belleza le resulta irresistible al joven griego. Ella es capaz de despertar algo que ha estado escondido durante muchos, muchos años. Nicholas no logra apagar la llama de la pasión y debe decidir si su deseo por Miley es un simple capricho o una obsesión para toda la vida…