domingo, 23 de diciembre de 2012

Obsesión implacable Cap 2




En la penumbra apenas podía ver su rostro, pero sí sabía con certeza que en ese momento la fulminaba con la mirada. Sus ojos fríos refulgían en la oscuridad, lanzándole una advertencia.
« ¡Basta!», Miley oyó gritar a las furias. « ¡Corre antes de que te mate!».
Pero ella no era de ésas.
— ¿Ella? —preguntó él en un tono de voz amenazante. La joven le puso la mano sobre el brazo con suavidad.
—Lo siento —le susurró—. No debí haber dicho eso.
Él se levantó de repente y fue hacia la ventana abierta. Se detuvo frente al agujero y contempló la infinita negrura de la noche. La joven le siguió con sigilo.
—Me hizo confiar en ella —dijo él con un hilo de voz.
—Pero a veces está bien confiar.
—No. Nadie es tan bueno como pensamos y más tarde o más temprano la verdad termina por aparecer. Cuanto más confías en alguien, peor es cuando te traicionan. Es mejor no hacerse ilusiones.
—Pero eso es terrible. No creer en nada ni en nadie. No amar ni tener esperanza. No ser feliz... jamás.
—Y no sufrir jamás —dijo él en un tono mordaz.
—Y no volver a estar vivo jamás. Sería como estar muerto en vida. ¿Es que no lo ves? te librarías del dolor, pero también perderías todas esas cosas por las que merece la pena vivir.
—No todo. Siempre queda el poder. Eso siempre puedes conseguirlo si renuncias a todo lo demás. Es lo único que importa. Lo demás no son más que debilidades.
—No —dijo ella con brusquedad—. No debes pensar así si no quieres arruinar tu vida.
— ¿Y tú qué sabes de mi vida? —le preguntó él, enfadado—. No eres más que una niña. ¿Nunca te han hecho sentir ganas de romperlo todo hasta que no quede nada, ni siquiera tú misma?
— ¿Y qué ganamos destruyéndonos a nosotros mismos?
—Te diré lo que ganas. No convertirte... en esto —le dijo, señalándose el corazón.
Miley no tuvo que preguntarle qué quería decir. A pesar de lo joven que era, parecía estar al borde del desastre, y no hacía falta mucho para hacerle saltar al vacío.
La pena y el terror se apoderaron de ella. Una parte de su ser quería salir corriendo, huir de aquella criatura que acabaría convirtiéndose en un monstruo si nadie se interponía en su camino. Sin embargo, otra parte de ella quería quedarse y rescatarle.
De repente, sin aviso de ningún tipo, él hizo aquello que la hizo decidirse; algo terrible y maravilloso al mismo tiempo. Bajó la cabeza y la dejó caer contra el hombro de ella, una y otra vez, como un hombre que se da golpes contra la pared, sin esperanza. Abrumada, ella lo estrechó entre sus brazos y sujetó con una mano aquella atormentada cabeza, obligándole a mantenerse quieto. Podía sentir su agonía, su desesperación... era como si sólo ella pudiera consolarle en aquel mundo cruel.
Por encima del hombro de él podía ver el abismo que se abría a sus pies. Nada se interponía entre el suelo y él; nada excepto ella misma. Lo agarró con fuerza y, en silencio, le ofreció todo lo que tenía para dar. Él no se resistía. Parecía que se había quedado sin fuerzas.
Poco a poco lo hizo retroceder y entonces le miró a la cara. La acritud y la agonía se habían desvanecido, y en su lugar había aparecido una profunda tristeza mezclada con resignación, como si hubiera encontrado algo de paz, aunque incierta y efímera.
Por fin Nicholas esbozó una leve sonrisa. En su interior crecía el deseo de protegerla tal y como ella había hecho con él. Todavía quedaba bondad en el mundo; y estaba allí, en aquella chica, demasiado inocente como para entender el peligro que corría por estar a su lado.
Al final terminaría corrompiéndose, igual que los demás.
Pero esa noche no. él no iba a permitirlo. Tecleó un código y la puerta de cristal se cerró.
—Vamos —le dijo, conduciéndola hacia los ascensores. Un momento más tarde estaba frente a la puerta de su habitación.
—Entra, vete a la cama y no le abras a nadie.
— ¿Y tú qué vas a hacer? —preguntó ella.
—Voy a perder más dinero, y después, voy a pensar un poco.
No hubiera querido decir esas últimas palabras, pero ya era tarde.
—Buenas noches, Nick.
—Buenas noches.
Tampoco hubiera querido hacer lo que hizo a continuación, pero antes de que pudiera tomar consciencia de ello, inclinó la cabeza y la besó en los labios.
—Entra y echa el pestillo.
Ella asintió con la cabeza y cerró la puerta. Un momento después él oyó cómo se deslizaba el pestillo. Resignado a seguir perdiendo, volvió a las mesas. No obstante, su suerte cambió de forma misteriosa y una hora más tarde ya lo había recuperado todo.
Otra hora más tarde, ya había ganado el doble. Un amuleto de buena suerte... eso era ella. Había lanzado un hechizo y su suerte había cambiado de repente.
«Qué pena que ya nunca volveré a verla...», se dijo, sin saber que estaba equivocado.
Sí volvería a verla.

Quince años después.

La mansión Jonas estaba situada en las afueras de Atenas, sobre una colina desde la que se divisaban las tierras que la familia siempre había considerado suyas. Hasta ese momento lo único que les había hecho sombra era el Partenón, el clásico templo construido más de dos mil años antes; el punto más alto de la acrópolis, pero apenas visible desde su posición al otro lado de la ciudad. No obstante, desde hacía muy poco un nuevo edificio eclipsaba a la majestuosa villa Jonas. Se trataba de un falso Partenón, erigido por Greg Kinnear, el único hombre de Grecia que se hubiera atrevido a desafiar a la familia Jonas o a los milenarios dioses que guardaban el templo original.
Pero Greg estaba enamorado y lógicamente trataba de impresionar a su prometida el día de la boda. En aquella mañana de primavera Nick Jonas  estaba de pie en la puerta del
Caserón, contemplando Atenas, molesto por tener que perder el tiempo asistiendo a una estúpida boda cuando en realidad tenía muchas cosas importantes que hacer. De pronto oyó un ruido a sus espaldas y se dio la vuelta. Era Kevin, un viejo amigo de su difunto padre que vivía cerca de allí. Tenía el cabello blanco y estaba demasiado delgado; el resultado de una larga vida de excesos.
—Me voy a la boda —dijo—. He venido por si querías que te llevara.
—Gracias. Te lo agradezco —dijo Nick con frialdad—. Si llego pronto, nadie se ofenderá si me voy pronto.
Kevin soltó una carcajada.
—Ya veo que las bodas no te ponen nada sentimental.
—No es una boda. Es una exhibición —le dijo con sarcasmo—. Greg Kinnear ha cazado a una estrella del celuloide y quiere enseñársela a todo el mundo. Y la gente les deseará lo mejor y después lo insultarán a sus espaldas. Yo sólo le deseo que Tish Cyrus le haga la vida imposible. Con un poco de suerte, lo hará... ¿y por qué tuvieron que venir a Atenas para casarse? ¿Es que no tenían bastante con uno de esos falsos hoteles griegos, como la otra vez?
—Porque el nombre de Greg Kinnear es sinónimo de astilleros griegos —dijo Kevin—. Después del tuyo, claro —añadió rápidamente.
Durante años las empresas de las familias Jonas y Kinnear habían monopolizado el sector de la industria naval, no sólo en Grecia, sino también en todo el mundo. Los clanes eran enemigos, rivales, pero siempre trataban de guardar las apariencias frente a la opinión pública porque así resultaba más rentable.
—Supongo que podría ser un auténtico enlace por amor —dijo Kevin con cinismo.
Nick levantó las cejas.
— ¿Un auténtico...? ¿Cuántas veces se ha casado ella? ¿Seis? ¿Siete?
—Tú deberías saberlo. ¿No fuiste invitado a una de sus bodas hace años?
—No estaba invitado. En ese momento me hospedaba en el hotel de las vegas donde se celebró el festín y vi todo el espectáculo desde la distancia. Volví a Grecia al día siguiente.
—Sí. Lo recuerdo. Tu padre estaba muy confundido. Contento, pero confundido. Por lo visto, le habías dicho que no querías volver a saber nada del negocio nunca más. Desapareciste durante dos años y entonces, de repente, como salido de la nada, entraste por la puerta y le dijiste que estabas listo para volver al trabajo. Tu padre incluso tenía miedo de que no estuvieras a la altura después de... bueno... —se detuvo al ver la mirada sombría de Nick.
—Sí —dijo en un tono sosegado que era mucho más escalofriante que un grito—. Bueno, eso fue hace mucho tiempo. El pasado, pasado está.
—Sí, y tu padre finalmente quedó convencido de tus capacidades. Sus miedos eran infundados porque volviste convertido en un auténtico tigre, capaz de aterrorizarlos a todos. Estaba muy orgulloso de ti.
—Bueno, esperemos que pueda aterrorizar a Greg Kinnear. De lo contrario, será que estoy perdiendo mis facultades.
—En cualquier caso, debes tener cuidado —dijo Kevin—. No ha dejado de amenazarte. Dice que les has hecho perder millones a su hijo y a él. Incluso ha llegado a decir que se los has robado.
—Yo no he robado nada. Simplemente le ofrecí un trato mejor al cliente —dijo Nick con indiferencia.
—Pero fue en el último minuto —dijo Kevin—. Por lo visto estaban a punto de sellar el acuerdo. El cliente tenía el bolígrafo en la mano, a punto de firmar, cuando le sonó el teléfono. Y eras tú. Le diste una información privilegiada que sólo podías haber obtenido de una forma... poco honrada.
—No creas que fue para tanto —dijo Nick, encogiéndose de hombros—. Cosas peores he hecho —añadió en un tono arrogante y cínico.
—Y así fueron las cosas —dijo Kevin, siguiendo con la historia—. El hombre soltó el bolígrafo, canceló el trato y se subió en tu coche. Dicen por ahí que Greg les hizo ofrendas suculentas a los dioses del Olimpo para que te lleves el castigo que mereces.
—Pero hasta ahora sigo sin castigo, así que a lo mejor los dioses no le estaban escuchando. Dicen que incluso llegó a mascullar un juramento cuando vio mi invitación a la boda. Espero que lo haya hecho.
— ¿De verdad que no vas a llevar a nadie contigo?
Nick asintió con la cabeza sin darle mucha importancia. Solía asistir a muchas bodas por compromiso, a veces acompañado por socios o amigos, pero nunca con una mujer. Eso hubiera llamado la atención de los medios y no quería que la chica se llevara una impresión equivocada. Una mujer despechada podía hacer mucho daño y él no quería esa clase de líos mediáticos.
—Muy bien. Vámonos —dijo Kevin.
—Me temo que tendré que retrasarme un poco.
—Pero si acabas de decirme que ibas a venir conmigo.
— Sí, pero de repente me he acordado de algo que tengo que hacer. Hasta luego.
La contundencia de su despedida fue tal que Kevin no se atrevió a insistir más.
El coche lo esperaba frente a la puerta. En el asiento de atrás estaba su esposa, que se había negado a acompañarle a buscar a Nick. Decía que aquella casa desolada y sombría encajaba perfectamente con el hombre siniestro que vivía en ella.
— ¿Cómo puede vivir en un sitio tan grande y silencioso, sin familia, sólo con unos pocos sirvientes? —Le había preguntado ella en más de una ocasión—. Me pone los pelos de punta. Y eso no es lo único de él que me hace temblar había añadido, pensando que no era la única que tenía esa opinión.
En realidad, casi toda Atenas hubiera estado de acuerdo con ella.
Kevin subió en el vehículo y le dijo lo que había pasado con Nick.
— ¿Y por qué ha cambiado de idea y no quiere venir con nosotros?
—Es culpa mía. Fui lo bastante tonto como para mencionar el pasado, y entonces cambió por completo. Es tan extraño que haya borrado ese período como si nunca hubiera ocurrido y, sin embargo, eso es lo que le impulsa a hacer todo lo que hace. Mira lo que acaba de pasar ahora mismo. Un minuto antes estaba bien y, de repente, está deseando librarse de mí.
—Me pregunto por qué va a marcharse pronto del festín.
—Probablemente se vaya a pasar el tiempo con esa... gatita.
—Si te refieres a... —no llegó a decir el nombre—. Yo no la llamaría gatita precisamente. Su marido es uno de los hombres más influyentes en...
—Y eso la convierte en una zorra de categoría —dijo Kevin, sin medir sus palabras—. Y ahora mismo trata de guardar las distancias para disimular un poco. Su marido la ha hecho entrar por el aro. Se ha enterado de los rumores.
—Probablemente siempre lo supo —dijo su mujer con cinismo—. Hay hombres en esta ciudad a los que no les importa que sus mujeres se acuesten con Nick.
Kevin asintió.
—Sí, pero me parece que ella se ha implicado demasiado. Empezó a tener expectativas, así que Nick le insinuó algo al marido para que la atara un poco más corto. Y el marido, que no es estúpido, sabe lo que le conviene.
—Ni siquiera Nick puede ser tan cruel y despiadado...
—Eso es exactamente lo que es, y en el fondo todos lo sabemos muy bien —dijo Kevin en un tono tajante.
—Me pregunto si tendrá un corazón en algún sitio.
—No tiene ninguno, y es por eso que mantiene a raya a la gente.
Cuando el coche atravesó el portón, Kevin no pudo evitar mirar atrás. Nick estaba en la ventana, contemplando el mundo con aire pensativo, como si todo le perteneciera y no supiera muy bien cómo manejarlo.
Permaneció allí de pie hasta que el coche desapareció y entonces se volvió hacia la habitación, tratando de aclarar la mente. Aquella conversación le había afectado demasiado y tenía que ponerle remedio cuanto antes.
Un rato más tarde estaba llegando al falso Partenón de los Kinnear. Bajó del coche, miró a su alrededor y entonces no tuvo más remedio que admitir que Greg se había gastado el dinero a lo grande. El gran templo de la diosa atenea había sido recreado hasta el último detalle, tal y como debía de ser en la época en que había sido construido.
De repente le sonó el teléfono móvil. Era un mensaje de texto.
Siento todo lo que dije. Estaba enfadada. Parecía que te estabas alejando justo cuando más unidos estábamos. Por favor, llámame.
Estaba firmado con una inicial. Nick contestó de inmediato.
No te preocupes. Tenías razón. Lo mejor es terminar. Perdóname por hacerte daño.
Esperaba que ése fuera el final, pero un minuto más tarde recibió otro mensaje.
No quiero terminar. No sentía todo lo que dije. ¿Te veré en la boda? podríamos hablar.
Esa vez estaba firmado con su nombre. Él respondió.
Siempre supimos que no podía durar. No podemos hablar. No quiero someterte a las habladurías de la gente.
La respuesta llegó en unos segundos.
No me importa la gente. Te quiero. Tuya para siempre.
Nick miró el mensaje sin creérselo todavía. Una extraña locura parecía haberse apoderado de ella hasta hacerle firmar de esa manera.
Su respuesta fue muy breve.
Te deseo lo mejor para el futuro. Por favor, borra todos los mensajes de tu teléfono. Adiós.
Después apagó el móvil. Silenciar una máquina era sencillo, pero apagar el corazón podía llegar a ser un poco más complicado. Sin embargo, él había perfeccionado la técnica durante muchos años y su maestría estaba a prueba de cualquier mujer del planeta.
Excepto una.
Pero ya nunca volvería a verla.
A menos que tuviera muy mala suerte.
O muy buena suerte. 


2 comentarios:

  1. Siguela!!!!!!!!
    Dioss creo que esta nove cada capítulo es mejor, lo más seguro es que se tope con ella en la boda :o
    Sube pronto otro capítulo pofasss!!!!!
    Cúidate, besis, bye c:

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  2. ME ENAMORE DE LA NOVELA
    EL CAPIS ESTE BUENISIMO HAS UN MARATON ASI NO ME QUEDE CON LAS GANAS
    DE LEER MAS SUBE PRONTO
    BESOS

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SI TE GUSTO MI CAPI ME DEJAS UN LINDO COMENTARIO!!! GRACIAS... BESITOS♥♥ VUELVE PRONTITO!!!♥