domingo, 23 de diciembre de 2012

Obsesión implacable Cap 2




En la penumbra apenas podía ver su rostro, pero sí sabía con certeza que en ese momento la fulminaba con la mirada. Sus ojos fríos refulgían en la oscuridad, lanzándole una advertencia.
« ¡Basta!», Miley oyó gritar a las furias. « ¡Corre antes de que te mate!».
Pero ella no era de ésas.
— ¿Ella? —preguntó él en un tono de voz amenazante. La joven le puso la mano sobre el brazo con suavidad.
—Lo siento —le susurró—. No debí haber dicho eso.
Él se levantó de repente y fue hacia la ventana abierta. Se detuvo frente al agujero y contempló la infinita negrura de la noche. La joven le siguió con sigilo.
—Me hizo confiar en ella —dijo él con un hilo de voz.
—Pero a veces está bien confiar.
—No. Nadie es tan bueno como pensamos y más tarde o más temprano la verdad termina por aparecer. Cuanto más confías en alguien, peor es cuando te traicionan. Es mejor no hacerse ilusiones.
—Pero eso es terrible. No creer en nada ni en nadie. No amar ni tener esperanza. No ser feliz... jamás.
—Y no sufrir jamás —dijo él en un tono mordaz.
—Y no volver a estar vivo jamás. Sería como estar muerto en vida. ¿Es que no lo ves? te librarías del dolor, pero también perderías todas esas cosas por las que merece la pena vivir.
—No todo. Siempre queda el poder. Eso siempre puedes conseguirlo si renuncias a todo lo demás. Es lo único que importa. Lo demás no son más que debilidades.
—No —dijo ella con brusquedad—. No debes pensar así si no quieres arruinar tu vida.
— ¿Y tú qué sabes de mi vida? —le preguntó él, enfadado—. No eres más que una niña. ¿Nunca te han hecho sentir ganas de romperlo todo hasta que no quede nada, ni siquiera tú misma?
— ¿Y qué ganamos destruyéndonos a nosotros mismos?
—Te diré lo que ganas. No convertirte... en esto —le dijo, señalándose el corazón.
Miley no tuvo que preguntarle qué quería decir. A pesar de lo joven que era, parecía estar al borde del desastre, y no hacía falta mucho para hacerle saltar al vacío.
La pena y el terror se apoderaron de ella. Una parte de su ser quería salir corriendo, huir de aquella criatura que acabaría convirtiéndose en un monstruo si nadie se interponía en su camino. Sin embargo, otra parte de ella quería quedarse y rescatarle.
De repente, sin aviso de ningún tipo, él hizo aquello que la hizo decidirse; algo terrible y maravilloso al mismo tiempo. Bajó la cabeza y la dejó caer contra el hombro de ella, una y otra vez, como un hombre que se da golpes contra la pared, sin esperanza. Abrumada, ella lo estrechó entre sus brazos y sujetó con una mano aquella atormentada cabeza, obligándole a mantenerse quieto. Podía sentir su agonía, su desesperación... era como si sólo ella pudiera consolarle en aquel mundo cruel.
Por encima del hombro de él podía ver el abismo que se abría a sus pies. Nada se interponía entre el suelo y él; nada excepto ella misma. Lo agarró con fuerza y, en silencio, le ofreció todo lo que tenía para dar. Él no se resistía. Parecía que se había quedado sin fuerzas.
Poco a poco lo hizo retroceder y entonces le miró a la cara. La acritud y la agonía se habían desvanecido, y en su lugar había aparecido una profunda tristeza mezclada con resignación, como si hubiera encontrado algo de paz, aunque incierta y efímera.
Por fin Nicholas esbozó una leve sonrisa. En su interior crecía el deseo de protegerla tal y como ella había hecho con él. Todavía quedaba bondad en el mundo; y estaba allí, en aquella chica, demasiado inocente como para entender el peligro que corría por estar a su lado.
Al final terminaría corrompiéndose, igual que los demás.
Pero esa noche no. él no iba a permitirlo. Tecleó un código y la puerta de cristal se cerró.
—Vamos —le dijo, conduciéndola hacia los ascensores. Un momento más tarde estaba frente a la puerta de su habitación.
—Entra, vete a la cama y no le abras a nadie.
— ¿Y tú qué vas a hacer? —preguntó ella.
—Voy a perder más dinero, y después, voy a pensar un poco.
No hubiera querido decir esas últimas palabras, pero ya era tarde.
—Buenas noches, Nick.
—Buenas noches.
Tampoco hubiera querido hacer lo que hizo a continuación, pero antes de que pudiera tomar consciencia de ello, inclinó la cabeza y la besó en los labios.
—Entra y echa el pestillo.
Ella asintió con la cabeza y cerró la puerta. Un momento después él oyó cómo se deslizaba el pestillo. Resignado a seguir perdiendo, volvió a las mesas. No obstante, su suerte cambió de forma misteriosa y una hora más tarde ya lo había recuperado todo.
Otra hora más tarde, ya había ganado el doble. Un amuleto de buena suerte... eso era ella. Había lanzado un hechizo y su suerte había cambiado de repente.
«Qué pena que ya nunca volveré a verla...», se dijo, sin saber que estaba equivocado.
Sí volvería a verla.

Quince años después.

La mansión Jonas estaba situada en las afueras de Atenas, sobre una colina desde la que se divisaban las tierras que la familia siempre había considerado suyas. Hasta ese momento lo único que les había hecho sombra era el Partenón, el clásico templo construido más de dos mil años antes; el punto más alto de la acrópolis, pero apenas visible desde su posición al otro lado de la ciudad. No obstante, desde hacía muy poco un nuevo edificio eclipsaba a la majestuosa villa Jonas. Se trataba de un falso Partenón, erigido por Greg Kinnear, el único hombre de Grecia que se hubiera atrevido a desafiar a la familia Jonas o a los milenarios dioses que guardaban el templo original.
Pero Greg estaba enamorado y lógicamente trataba de impresionar a su prometida el día de la boda. En aquella mañana de primavera Nick Jonas  estaba de pie en la puerta del
Caserón, contemplando Atenas, molesto por tener que perder el tiempo asistiendo a una estúpida boda cuando en realidad tenía muchas cosas importantes que hacer. De pronto oyó un ruido a sus espaldas y se dio la vuelta. Era Kevin, un viejo amigo de su difunto padre que vivía cerca de allí. Tenía el cabello blanco y estaba demasiado delgado; el resultado de una larga vida de excesos.
—Me voy a la boda —dijo—. He venido por si querías que te llevara.
—Gracias. Te lo agradezco —dijo Nick con frialdad—. Si llego pronto, nadie se ofenderá si me voy pronto.
Kevin soltó una carcajada.
—Ya veo que las bodas no te ponen nada sentimental.
—No es una boda. Es una exhibición —le dijo con sarcasmo—. Greg Kinnear ha cazado a una estrella del celuloide y quiere enseñársela a todo el mundo. Y la gente les deseará lo mejor y después lo insultarán a sus espaldas. Yo sólo le deseo que Tish Cyrus le haga la vida imposible. Con un poco de suerte, lo hará... ¿y por qué tuvieron que venir a Atenas para casarse? ¿Es que no tenían bastante con uno de esos falsos hoteles griegos, como la otra vez?
—Porque el nombre de Greg Kinnear es sinónimo de astilleros griegos —dijo Kevin—. Después del tuyo, claro —añadió rápidamente.
Durante años las empresas de las familias Jonas y Kinnear habían monopolizado el sector de la industria naval, no sólo en Grecia, sino también en todo el mundo. Los clanes eran enemigos, rivales, pero siempre trataban de guardar las apariencias frente a la opinión pública porque así resultaba más rentable.
—Supongo que podría ser un auténtico enlace por amor —dijo Kevin con cinismo.
Nick levantó las cejas.
— ¿Un auténtico...? ¿Cuántas veces se ha casado ella? ¿Seis? ¿Siete?
—Tú deberías saberlo. ¿No fuiste invitado a una de sus bodas hace años?
—No estaba invitado. En ese momento me hospedaba en el hotel de las vegas donde se celebró el festín y vi todo el espectáculo desde la distancia. Volví a Grecia al día siguiente.
—Sí. Lo recuerdo. Tu padre estaba muy confundido. Contento, pero confundido. Por lo visto, le habías dicho que no querías volver a saber nada del negocio nunca más. Desapareciste durante dos años y entonces, de repente, como salido de la nada, entraste por la puerta y le dijiste que estabas listo para volver al trabajo. Tu padre incluso tenía miedo de que no estuvieras a la altura después de... bueno... —se detuvo al ver la mirada sombría de Nick.
—Sí —dijo en un tono sosegado que era mucho más escalofriante que un grito—. Bueno, eso fue hace mucho tiempo. El pasado, pasado está.
—Sí, y tu padre finalmente quedó convencido de tus capacidades. Sus miedos eran infundados porque volviste convertido en un auténtico tigre, capaz de aterrorizarlos a todos. Estaba muy orgulloso de ti.
—Bueno, esperemos que pueda aterrorizar a Greg Kinnear. De lo contrario, será que estoy perdiendo mis facultades.
—En cualquier caso, debes tener cuidado —dijo Kevin—. No ha dejado de amenazarte. Dice que les has hecho perder millones a su hijo y a él. Incluso ha llegado a decir que se los has robado.
—Yo no he robado nada. Simplemente le ofrecí un trato mejor al cliente —dijo Nick con indiferencia.
—Pero fue en el último minuto —dijo Kevin—. Por lo visto estaban a punto de sellar el acuerdo. El cliente tenía el bolígrafo en la mano, a punto de firmar, cuando le sonó el teléfono. Y eras tú. Le diste una información privilegiada que sólo podías haber obtenido de una forma... poco honrada.
—No creas que fue para tanto —dijo Nick, encogiéndose de hombros—. Cosas peores he hecho —añadió en un tono arrogante y cínico.
—Y así fueron las cosas —dijo Kevin, siguiendo con la historia—. El hombre soltó el bolígrafo, canceló el trato y se subió en tu coche. Dicen por ahí que Greg les hizo ofrendas suculentas a los dioses del Olimpo para que te lleves el castigo que mereces.
—Pero hasta ahora sigo sin castigo, así que a lo mejor los dioses no le estaban escuchando. Dicen que incluso llegó a mascullar un juramento cuando vio mi invitación a la boda. Espero que lo haya hecho.
— ¿De verdad que no vas a llevar a nadie contigo?
Nick asintió con la cabeza sin darle mucha importancia. Solía asistir a muchas bodas por compromiso, a veces acompañado por socios o amigos, pero nunca con una mujer. Eso hubiera llamado la atención de los medios y no quería que la chica se llevara una impresión equivocada. Una mujer despechada podía hacer mucho daño y él no quería esa clase de líos mediáticos.
—Muy bien. Vámonos —dijo Kevin.
—Me temo que tendré que retrasarme un poco.
—Pero si acabas de decirme que ibas a venir conmigo.
— Sí, pero de repente me he acordado de algo que tengo que hacer. Hasta luego.
La contundencia de su despedida fue tal que Kevin no se atrevió a insistir más.
El coche lo esperaba frente a la puerta. En el asiento de atrás estaba su esposa, que se había negado a acompañarle a buscar a Nick. Decía que aquella casa desolada y sombría encajaba perfectamente con el hombre siniestro que vivía en ella.
— ¿Cómo puede vivir en un sitio tan grande y silencioso, sin familia, sólo con unos pocos sirvientes? —Le había preguntado ella en más de una ocasión—. Me pone los pelos de punta. Y eso no es lo único de él que me hace temblar había añadido, pensando que no era la única que tenía esa opinión.
En realidad, casi toda Atenas hubiera estado de acuerdo con ella.
Kevin subió en el vehículo y le dijo lo que había pasado con Nick.
— ¿Y por qué ha cambiado de idea y no quiere venir con nosotros?
—Es culpa mía. Fui lo bastante tonto como para mencionar el pasado, y entonces cambió por completo. Es tan extraño que haya borrado ese período como si nunca hubiera ocurrido y, sin embargo, eso es lo que le impulsa a hacer todo lo que hace. Mira lo que acaba de pasar ahora mismo. Un minuto antes estaba bien y, de repente, está deseando librarse de mí.
—Me pregunto por qué va a marcharse pronto del festín.
—Probablemente se vaya a pasar el tiempo con esa... gatita.
—Si te refieres a... —no llegó a decir el nombre—. Yo no la llamaría gatita precisamente. Su marido es uno de los hombres más influyentes en...
—Y eso la convierte en una zorra de categoría —dijo Kevin, sin medir sus palabras—. Y ahora mismo trata de guardar las distancias para disimular un poco. Su marido la ha hecho entrar por el aro. Se ha enterado de los rumores.
—Probablemente siempre lo supo —dijo su mujer con cinismo—. Hay hombres en esta ciudad a los que no les importa que sus mujeres se acuesten con Nick.
Kevin asintió.
—Sí, pero me parece que ella se ha implicado demasiado. Empezó a tener expectativas, así que Nick le insinuó algo al marido para que la atara un poco más corto. Y el marido, que no es estúpido, sabe lo que le conviene.
—Ni siquiera Nick puede ser tan cruel y despiadado...
—Eso es exactamente lo que es, y en el fondo todos lo sabemos muy bien —dijo Kevin en un tono tajante.
—Me pregunto si tendrá un corazón en algún sitio.
—No tiene ninguno, y es por eso que mantiene a raya a la gente.
Cuando el coche atravesó el portón, Kevin no pudo evitar mirar atrás. Nick estaba en la ventana, contemplando el mundo con aire pensativo, como si todo le perteneciera y no supiera muy bien cómo manejarlo.
Permaneció allí de pie hasta que el coche desapareció y entonces se volvió hacia la habitación, tratando de aclarar la mente. Aquella conversación le había afectado demasiado y tenía que ponerle remedio cuanto antes.
Un rato más tarde estaba llegando al falso Partenón de los Kinnear. Bajó del coche, miró a su alrededor y entonces no tuvo más remedio que admitir que Greg se había gastado el dinero a lo grande. El gran templo de la diosa atenea había sido recreado hasta el último detalle, tal y como debía de ser en la época en que había sido construido.
De repente le sonó el teléfono móvil. Era un mensaje de texto.
Siento todo lo que dije. Estaba enfadada. Parecía que te estabas alejando justo cuando más unidos estábamos. Por favor, llámame.
Estaba firmado con una inicial. Nick contestó de inmediato.
No te preocupes. Tenías razón. Lo mejor es terminar. Perdóname por hacerte daño.
Esperaba que ése fuera el final, pero un minuto más tarde recibió otro mensaje.
No quiero terminar. No sentía todo lo que dije. ¿Te veré en la boda? podríamos hablar.
Esa vez estaba firmado con su nombre. Él respondió.
Siempre supimos que no podía durar. No podemos hablar. No quiero someterte a las habladurías de la gente.
La respuesta llegó en unos segundos.
No me importa la gente. Te quiero. Tuya para siempre.
Nick miró el mensaje sin creérselo todavía. Una extraña locura parecía haberse apoderado de ella hasta hacerle firmar de esa manera.
Su respuesta fue muy breve.
Te deseo lo mejor para el futuro. Por favor, borra todos los mensajes de tu teléfono. Adiós.
Después apagó el móvil. Silenciar una máquina era sencillo, pero apagar el corazón podía llegar a ser un poco más complicado. Sin embargo, él había perfeccionado la técnica durante muchos años y su maestría estaba a prueba de cualquier mujer del planeta.
Excepto una.
Pero ya nunca volvería a verla.
A menos que tuviera muy mala suerte.
O muy buena suerte. 


viernes, 21 de diciembre de 2012

Obsesión implacable Cap 1




El resplandor de las luces de las vegas se perdía en el cielo nocturno. Los hoteles y casinos bullían con el ajetreo de siempre y el dinero corría sin parar. Sin embargo, el Palace Athena brillaba más que ninguno. En los seis meses que llevaba abierto se había ganado la fama de ser más ostentoso que la competencia, y ese día se había consagrado como uno de los más grandes con la celebración de la boda de Tish Cyrus, la rutilante estrella de Hollywood. El dueño del Palace, más listo que otros, se había ganado el honor de organizar el evento ofreciéndolo todo gratis, y la hermosa Tish, que tampoco era tonta cuando se trataba de dinero, había aceptado sin pestañear.
Los invitados acabaron en el casino y la novia se hizo muchas fotos; tirando los dados, con su recién estrenado marido, abrazando a una joven delgada y anodina y, de nuevo, probando suerte con los dados. El dueño lo observaba todo con una expresión de satisfacción.
—Achines, amigo mío… —dijo, volviéndose hacia un joven que contemplaba la escena con una mueca de sarcasmo.
—Ya te lo he dicho. No me llames así.
—Pero tu nombre me ha traído buena suerte. Tus consejos para convertir este lugar en un sitio auténticamente griego...
—Pero si no has seguido ni uno solo de esos consejos.
—Bueno, mis clientes creen que es griego y eso es lo que importa.
—Claro. La apariencia lo es todo. Nada más importa —murmuró el joven.
—Ya veo que hoy estás un poco pesimista. ¿Es la boda? ¿Sientes envidia por ellos?
Aquiles se volvió hacia él con una mirada feroz.
— ¡No digas tonterías! —le espetó—. Todo lo que siento es aburrimiento y repulsión.
— ¿Las cosas no te han salido bien?
El joven se encogió de hombros.
—He perdido un millón, y antes de que termine la noche probablemente habré perdido otro. ¿Y qué?
—Ven y únete a la fiesta.
—No estoy invitado.
— ¿Crees que van a rechazar al hijo del hombre más rico de Grecia?
—No van a tener oportunidad. Vete y vuelve con tus invitados.
Se alejó; una figura esbelta y solitaria seguida por dos pares de ojos, los del hombre al que acababa de dejar, y los de la joven adolescente y fea a la que la novia había abrazado un rato antes. Sin apartarse mucho de la pared, para no llamar la atención, se escabulló hasta los ascensores y subió hasta la planta cincuenta y dos para contemplar las vistas.
Arriba tanto las paredes como el techo eran de un cristal grueso y los visitantes podían mirar a su alrededor sin peligro. Fuera había una pasarela para empleados y limpiadores de cristales, pero los clientes no podían acceder a ella a menos que supieran el código de seguridad.
Maravillada, la joven contemplaba la vista a sus pies cuando de repente oyó un ligero ruido a su espalda. Al volverse reconoció al joven que estaba antes en la fiesta. Rápidamente se escondió entre las sombras y le vio acercarse a los cristales.
La estancia apenas estaba iluminada por unas pocas luces, para que la gente pudiera apreciar mejor las vistas. Sin embargo, la extraña penumbra dibujaba a capricho los rostros que por allí pasaban. La joven le miraba, intrigada. Sus rasgos eran finos y bien definidos, serios y sombríos. Era el rostro de un muchacho, pero había una tristeza en ellos que casi rozaba la desesperación; la agonía de aquél que lleva una pesada cruz, una carga insoportable...
De repente el joven hizo algo impredecible que la hizo temblar de miedo. Introdujo un código en el control de seguridad y la puerta de cristal se deslizó hasta abrirse por completo. No había nada más que lo protegiera de una caída terrible de más de veinte plantas.
El suspiro ahogado de petra le hizo darse la vuelta.
— ¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó, claramente molesto—. ¿Me estás espiando?
—Claro que no. Vuelve dentro, por favor —le rogó ella—. No lo hagas.
Él retrocedió un poco, pero no se alejó mucho del borde.
— ¿Qué demonios quieres decir? no iba a hacer nada. Necesitaba respirar un poco de aire.
—Pero es peligroso. Podrías caerte por accidente.
—Sé muy bien lo que estoy haciendo. Vete y déjame en paz.
—No —dijo ella, desafiante—. Yo tengo el mismo derecho que tú de tomar el aire. ¿Se está bien ahí fuera?
— ¿Qué?
Tomándolo por sorpresa, la joven le pasó por delante y se situó a su lado sobre la pasarela. Nada más poner un pie fuera sintió la embestida del viento y él tuvo que agarrarla.
— ¡Estúpida mujer! —le gritó—. Yo no soy el único que puede tener un accidente. ¿Quieres morir?
— ¿Y tú?
—Vamos dentro.
La hizo entrar de un tirón y entonces, por primera vez, la miró a la cara.
— ¿No nos hemos visto abajo?
—Sí. Estaba en el Zeus room —dijo ella, nombrando el casino—. Me gusta observar a la gente. No podían haberle puesto un nombre mejor.
— ¿Entonces sabes quién es Zeus? —preguntó él, llevándola a un sitio donde pudieran sentarse.
—Era el rey de los dioses griegos —dijo ella—. Vigilaba el mundo desde su morada, situada en la cima del monte olimpo, dueño y señor de todas las cosas. Supongo que es así como se sienten los jugadores cuando empiezan a apostar, pero esos pobres idiotas no tardan mucho en darse cuenta de la realidad. ¿Has perdido mucho?
Él se encogió de hombros.
—Un millón. Dejé de contar después de un rato. ¿Y tú qué haces en un casino, por cierto? no creo que tengas más de quince años.
—Tengo diecisiete y soy... uno de los invitados al convite.
—Ah, claro —dijo él, fingiendo no haber notado esa pequeña vacilación en su respuesta—. Vi a la novia haciéndose una foto contigo. ¿Eres una de las damas de honor?
Ella lo miró con sarcasmo.
— ¿Tengo aspecto de dama de honor? —le preguntó, levantando los brazos y mirándose el vestido que, aunque caro, no era muy glamuroso.
—Bueno…
—No me gustan demasiado las cámaras, y mucho menos delante de toda esa gente.
El joven la miró fijamente. Ella hablaba con una resignación implacable. No había ni la más mínima gota de autocompasión en aquel tono irónico.
No llevaba maquillaje alguno, llevaba el cabello muy corto y era evidente que no se había molestado en mejorar su apariencia de ninguna forma.
— ¿Y te llamas...?
—Miley. Y tú eres Aquiles, ¿no?
Nada más oírla él frunció el ceño.
—Me llamo Nicholas Jonas. Mi madre quería llamarme Aquiles, pero mi padre pensó que era demasiado sentimental. Al final llegaron a un acuerdo y Aquiles es mi segundo nombre.
—Pero el hombre que estaba contigo abajo te llamó así.
—Para él es importante que yo sea griego, porque se supone que en este lugar todo es griego.
—Qué tontos son —dijo ella, riendo suavemente. De pronto sus miradas se encontraron.
Él era tal y como se lo había imaginado. Ojos profundos, rasgos perfectos, y un toque de orgullo e intransigencia que sólo podía reflejarse en el rostro de alguien acostumbrado a hacer su voluntad. Sin embargo, también había una oscuridad en aquella mirada impenetrable que no parecía encajar del todo.
— ¿Aquiles Jonas?
—Sí.
—La empresa más grande de Grecia —dijo ella como si estuviera recitando una lección aprendida de memoria—. Si ellos no lo quieren, entonces es que no merece la pena. Si no lo compran hoy, lo harán mañana. Si alguien se atreve a llevarles la contraria, entonces acechan entre las sombras, esperando el momento de atacar.
—Algo así —dijo él.
—O de lo contrario los arrojáis a las furias.
Ella se refería a las tres diosas griegas de la ira y la venganza, con el cabello de serpientes y ojos que lloraban sangre. Aquellos temidos demonios atacaban a sus víctimas sin piedad.
— ¿Por qué tienes que ser tan melodramática?
—Es que no puedo evitarlo, en este sitio griego «prefabricado». Pero ¿por qué no estás en Atenas, haciendo morder el polvo a tus enemigos?
—Ya me he cansado de todo eso —le dijo él en un tono brusco—. Que se las arreglen sin mí.
—Ah, no me digas que estás enfadado.
— ¿Qué?
—Durante la guerra de Troya, Aquiles se enamoró de una chica. Ella venía del otro lado. Era su prisionera. Pero tuvo que dejarla ir, así que se retiró de la batalla y se encerró en su tienda de campaña. Al final volvió a la lucha, pero terminó muerto. Tú podías haber terminado igual cuando te subiste a esa pasarela.
—Ya te he dicho que no tenía intención de morir, aunque sinceramente me da lo mismo si vivo o muero. Acepto lo que venga.
— ¿Ella te hizo sufrir mucho? 


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Capi dedicado a MALE<3 espero te guste...!!

Obsesión implacable



Sinopsis: 

                     
                   Ella es demasiado inocente para aquel griego implacable… Nicholas Jonas es un magnate de la industria naval, pero también es el soltero más codiciado de Grecia. Las mujeres más hermosas compiten por su atención, pero para un hombre frío e implacable como él ellas no son más que meros objetos prescindibles. Sin embargo, un buen día Miley Cyrus irrumpe en su vida. Su belleza le resulta irresistible al joven griego. Ella es capaz de despertar algo que ha estado escondido durante muchos, muchos años. Nicholas no logra apagar la llama de la pasión y debe decidir si su deseo por Miley es un simple capricho o una obsesión para toda la vida… 



martes, 19 de junio de 2012

"Die Frau hinter der Maske" Cap 29 FIN





Años después…

Miley está sentada en el banco de una plaza. El sol de la tardecita de otoño se filtra entre los árboles teñidos de rojos y amarillo que van quedándose desnudos con cada nuevo soplido del viento.
Un montoncito de hojas impulsadas  por una nueva ráfaga se arremolina a sus pies y le levanta un poquito el dobladillo de la larga falda. Se arrebuja más dentro de su abrigo.  Ya los días van haciéndose más fríos. Piensa que pronto será hora de regresar a casa. El parque está lleno de gente. Parejas que van y vienen haciéndose arrumacos. Niños montando en bicicleta y otros correteando de aquí para allá o lanzándoles alguna ramita a sus mascotas para que se las traigan de vuelta. Alguien se sienta a su lado. Es Demi, que la mira con ternura.
Su hermana la abraza cariñosamente y deja que Emma apoye la cabeza en su hombro. Miley está más sensible. Últimamente cualquier cosa la emociona y la hace llorar, cómo justamente ahora…
Tiene los ojos húmedos, vidriosos…
Pero su emoción nace de la inmensa felicidad que siente en el corazón. Se seca los ojos con el dorso de la mano y se sienta erguida. Su mirada fija en el grupito que juega a unos metros de ellas.
—¡Soy una estúpida!— dice sonriendo—. ¡Ni siquiera sé porque estoy llorando ahora!
Demi ríe a carcajadas.
—Cuando las lágrimas son de dicha, no hace falta un motivo hermanita— le responde palmeándole una mano que ella descansa sobre una de sus rodillas.
—¿Verdad que no?— mira a su hermana de manera cómplice y después vuelve su atención al trío que juega en la calesita.
—Tengo que aceptar que tenías razón— dice sinceramente Demi señalando disimuladamente con la cabeza al grupo que ríe estruendosamente mientras el molinete es girado a más velocidad.
Demi le responde con una sonrisa. Sabe a qué se refiere su hermana y sin querer sus ojos vuelven a llenársele de lágrimas.
—¿Quién lo diría no?— su voz emocionada.
—¡Nick Jonas, con esposa, dos hijos y otro más en camino!…— niega con la cabeza—. Pero tú siempre lo supiste Miley…
Una vez me dijiste que él sólo tenía que encontrar a la mujer adecuada— le sonrió compinche— ¡Y resultaste ser tú!
—Y doy gracias a Dios por ese milagro cada día de mi vida— clamó ella con absoluta sinceridad.
—Te aseguro Miley, que él diariamente debe elevar la misma plegaria también, porque tú has sido su milagro…
En ese momento, el aludido, que en ese momento hacía girar la calesita en la que un niño de aproximadamente siete años, de cabellos y ojos negros y una pequeñita de unos tres años, de bucles castaños y profundos ojos de ébano aullaban de alegría, levantó los ojos y los clavó en ella. Y en la mirada se adivinaba devoción y un amor que se había hecho cada vez más profundo con el correr de los años.
Nick era fruto de esa apasionada relación que ellos habían tenido en la oficina de Nick sobre el escritorio, y si bien esa había sido la primera vez que habían hecho el amor en ese escenario…
¡Definitivamente no había sido la última!
Nick le había rogado que trasladara las cosas del cubículo a su despacho, así que compartían oficina y siempre se buscaban un tiempito para tomarse un fogoso recreo. Y con el paso del tiempo y entre los “recreos” en la oficina y  las sesiones a puro fuego en el departamento, lugar al que Miley se había mudado después de la boda, llegó Destiny.
Y cómo el amor y la pasión entre Nick y Miley no habían decrecido en absoluto, estaba en camino el tercer retoño, que nacería en poco más de dos semanas. Nick Jonas se había convertido en un excelente padre de familia y un marido fiel, enamoradísimo de su esposa… Y Miley Cyrus, ahora señora  Jonas, en la mujer más feliz de éste planeta quien ya no necesitaba soñar para ser dichosa ni para sentirse completa, porque el mayor de sus sueños ya se había hecho realidad…
Nick, como confirmándolo, dejó de hacer girar el carrusel y aunque sus hijos le chillaban que siguiera impulsándolos, él se quedó un ratito mirando a su esposa. Le gustaba mirarla, ella le infundía paz, ternura y a la vez le hacía bullir la sangre y latir fuerte el corazón. Le gustaba esa rara mezcla de sentimientos y de sensaciones que sólo Miley era capaz de despertar en él.  Desde esa cortita distancia que los separaba en el parque le sonrió a su mujer, una sonrisa que le nacía desde lo más profundo de su alma y que sólo un hombre enamorado y profundamente feliz puede ser capaz de esbozar.
Ella le correspondió la sonrisa y a él se le estrujó el pecho de la emoción. Entonces volvió a mirarla, más intensamente, haciéndole mil promesas secretas que ella supo entender cuando él las selló modulando con sus labios un sincero y silencioso “Te amo”. 

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Epílogo
¿Siguen creyendo que la magia no es posible si no intervienen en ella hechizos o pociones?... Cómo les dije al principio, mis queridos lectores. En la vida de Miley Cyrus se obraron cambios, giros trascendentales y a la vez, inimaginables. Vuelcos imprevistos y maravillosos…  Yo los llamo milagros…
¿Pero milagros sólo en la vida de Miley? ¡Claro que no!
Porque mientras que en Miley los cambios se dieron por fuera, revelando a la verdadera mujer que se ocultaba detrás del antifaz a la vista de todos; En Nick, esos cambios, ocurrieron en su interior, directamente en su corazón… Cosas así no suceden todos los días, ¿verdad?… 
¿Y acaso, no radica allí lo fascinante de la magia?...
  
FIN


"Die Frau hinter der Mask" Cap 28






Una copia, aunque no tan buena de Miley, lo miraba con el ceño fruncido y parecía deseosa de molerlo a palos o lo que hubiese sido más doloroso, arrojarlo de regreso a la planta bajo por el hueco del ascensor… Tenia que ser su hermana. Eran muy parecidas. Aunque Miley se llevaba los laureles a la más bonita, pensó Nick. Y por el gesto de enojo que ella portaba, dedujo que esa mujer no lo tenía en muy buena estima… Tampoco iba él a reprochárselo. 
—¿Si?— le había preguntado ella secamente. Dándole a entender que hubiese estado más feliz si en su puerta hubiese habido una horda de langostas.
—Mi nombre es Nick Jonas y me gustaría muchísimo hablar con la señorita Miley Cyrus, por favor—dijo ocultando el ramito a su espalda.
Demi arqueó una ceja en gesto interrogante. ¿Acaso Miley no había dicho que él nunca recordaba su apellido? La susodicha, que no había hecho caso a su hermana y la había seguido para curiosear quien había llegado, permanecía oculta a un lado del vestíbulo y no había podido evitar sorprenderse al escucharlo pronunciar su nombre completo. ¡Si hasta había sentido deseos de asomar la cabeza, sólo para comprobar que él no lo había leído de una nota!
—No creo que Miley quiera verlo señor Jonas— le respondió cortante—. Tengo entendido que mañana mismo le enviará el telegrama de renuncia.
—Escúcheme señorita, es imperioso que hable con ella— intentó explicarle—. Puede que Miley no tenga formulada la mejor imagen de mí, y la entiendo, pero le juro que he cambiado y eso es lo que quiero explicarle a ella.
—Ya le he dicho que mi hermana no desea saber nada de usted señor Jonas, así que haría bien en regresar por dónde ha venido.
—Por favor— le rogó. Y si arrodillándose hubiese logrado ablandar el corazón de esa mujer para que llamase a su hermana, Nick sin dudarlo lo hubiese hecho.
Pero no hubo necesidad. Miley salió de su escondite.
—Está bien Demi, hablaré con el señor Jonas— dijo acercándose a ellos. El corazón estaba a punto de estallarle dentro del pecho.
—Gracias Demi— se apresuró él a decirle, sintiendo un profundo alivio dentro de su pecho y tomándole las manos para besárselas con religiosidad.
—Estaré en la cocina por si me necesitas Miley— advirtió
Demi echándole a Nick una mirada desconfiada antes de retirarse haciendo gestos de negación con la cabeza.
—Miley, hay tanto que quiero decirte— le dijo acariciándole el rostro con ternura. Todavía tenía la otra mano oculta detrás de la espalda—. Sólo te pido que me escuches, que me dejes terminar todo lo que tengo para decir antes de tomar una decisión. ¿Por favor, me puedes hacer esa promesa? Es todo lo que te pido por ahora.
—Está bien Nick, te lo prometo.
Él sonrió al escucharla llamarlo por su nombre. ¡Le gustaba tanto como sonaba en sus labios!…
—Yo entiendo que tú me creas una mala persona, un mujeriego despreocupado al que nadie le importa…
Se oyó un bufido desde la cocina.
—Lo siento— susurró Miley—. ¡Demi deja de espiar, te hemos oído los dos!— gritó ahora más fuerte hacia el interior de la casa.
—Sólo me ahogué con el té— mintió con voz amortiguada.
—¡No lo hubieses hecho si no hubieses estado escuchando a hurtadillas! ¡Cierra esa puerta y no vale pegar la oreja a la madera!
Nick le sonrió.
—Debe adorarte— señaló con la cabeza en la dirección en la que había desaparecido Demi—, y teme que yo te lastime… No la culpo— dijo Nick acunando su mejilla—. He sido el peor hombre de todos— y aquí aguardó un momento por si se oían nuevos bufidos, pero al parecer ahora Demi los reprimía muy bien. Entonces Nick continuó hablando—. Pero no lo entendí hasta hace poco. Yo… Yo nunca había sentido lo que siento por ti Miley.
—Ya hablamos de eso hoy— interrumpió.
—Prometiste dejarme hablar— él la silenció con un dedo sobre los labios y aprovechó a recorrerlos de una comisura hasta la otra. 
Adoraba esos labios.
—Bueno, habla entonces— dijo entrecerrando los ojos, embriagada por esa sutil caricia.
—Hace un tiempo que vengo sintiendo cosas extrañas por ti, aún antes de la fiesta y después de eso, antes de averiguar que la mujer misteriosa eras tú.
—No se si puedo creerte eso Nick.
—Y no te culparía si no lo hicieras, pero te juro que es la verdad— se sinceró—. Yo creía que sólo era lujuria, o tal vez no estaba preparado para afrontar el verdadero significado de lo que había empezado a sentir por ti.
—¿Y qué es eso que sientes por mí Nick?—preguntó esperanzada y rogando no estar dormida y que todo eso no fuese más que un sueño.
—Todo empezó de pronto… ¿Sabes que día?— le preguntó. A lo que ella respondió negando con la cabeza—. El día de la presentación de los maquillajes.
—¡Pero si ese día saliste corriendo a acostarse con la señorita Evans!— bufó—. Lo recuerdo bien Nick… Era el día de mi cumpleaños, tú estabas conmigo y de pronto me ordenaste volver a llamarla para planificar la cita que habías cancelado horas antes.
—¡Lo hice en un arrebato, porque no entendía que era lo que me sucedía! A tú lado me sentía inquieto, nervioso cómo un adolescente— se justificó—. Miley todo eso era nuevo para mí y no podía comprender que era algo bueno.
Ella revoleó los ojos al techo. Un gesto claro de incredulidad y Nick supo que sería una tarea difícil y hasta ahora no había logrado hacerlo muy bien que digamos.
—Después de los tres días más extraños de mi existencia llegó el baile, y allí no me sentí normal en lo más mínimo. En cuanto te descubrí ya no me importó nada de lo que había a mí alrededor. Sentí algo intenso…
—¡Si, dentro de tus pantalones!
—¡En mis pantalones bulló un infierno!, para que negártelo. Pero también fue aquí Miley— imitó el gesto que ella había hecho antes en la oficina, apoyando la mano de ella sobre su corazón— Aquí, en lo más profundo de mi pecho.
—Te pido que no me mientas Nick. Yo escucharé lo que tengas para decirme, pero sólo habla con la verdad, por favor.
—Nunca hablé con tanta verdad Miley, nunca— El acarició la mano de ella sobre su pecho—. Te habías instalado aquí, sólo que no fue hasta hoy que lo percibí… Cuando saliste de mi oficina me encontré hueco, vacío… Y comprendí que ya no quería la vida miserable que había llevado hasta ahora. Esa vida me resulta ahora sin sentido… ¿Lo entiendes Miley?
—No lo se…
—Me enamoré de ti Miley Cyrus. Me enamoré de la mujer que se escondía detrás de un antifaz y me enamoré de la mujer que se escondía bajo esos horrorosos trajes holgados— le dijo sonriendo—. Y ya no concibo mi vida si no es a tu lado.
—¿Lo dices sinceramente Nick?— los ojos de ella estaban vidriosos por la emoción—. No quiero sufrir Nick… — era casi una súplica—. ¿Qué es realmente lo que tú intentas decirme?
—Quiero decirte que te prefiero a ti, solo a ti y a ninguna otra— le tomó el rostro con una de sus manos y la miró a los ojos—. Te estoy diciendo que no quiero que te alejes de mí y te estoy pidiendo que seas mi esposa Miley Cyrus… Porque yo te amo.
   Miley lo miró a los ojos. Ella siempre había creído que en los ojos de una persona se podía leer la verdad, y si su poder de observación, su intuición y su enloquecido corazón no se equivocaban, ella podía jurar que en la mirada de él no había ni un ápice de mentira… Era eso, o era el desenfrenado anhelo que sentía por que así lo fuera.  Tenía miedo de jugarse, miedo de creer en él y que después él la defraudara. ¿Valía la pena que se arriesgara a sufrir, a terminar con el corazón roto?… 
Entonces recordó: que si no hubiese decidido jugarse con un gran cambio una vez no estaría ahora en ese lugar. En la puerta de su departamento, frente a Nick Jonas y que él no estaría ahora ofreciéndole una cajita de joyería, que ella intuía contenía un anillo, ni un ramito de nardos… (Al menos no eran rosas), apuntó con una sonrisa cargada de lágrimas… Además, aunque Miley lo hubiese intentado, no hubiese sido capaz de decirle que no a Nick Jonas…
—¿Miley? ¿Aceptas ser mi esposa o me torturarás mucho tiempo más intentando deducir si me dirás que sí o si me harás comer los nardos uno a uno?— le preguntó acercándose más a ella. Casi rozándole los labios con los suyos.
—Si Nick— se lanzó a sus brazos, rodeándole el cuello con los suyos—. ¡Claro que acepto ser tu esposa!
¡Gracias Señor!, suspiró Nick aliviado.
—Te amo Miley— la abrazó con fuerzas. Necesitaba aferrarse a ella y ya nunca más soltarla—. ¡Cielos, no sabes cuánto te amo!
—Yo también te amo Nick.
La besó en la boca. Recorriendo con su lengua sus labios por dentro y por fuera. Le mordisqueó el labio inferior y después la saboreó intensamente.  A Nick, ese beso le sabía dulce, a fruta madura. Le sabía hermoso e increíblemente sagrado.  Era la primera vez que besaba con amor y también era la primera vez que se sentía amado. Le gustó la sensación y secretamente le rogó al cielo para que ese amor profundo que se había encendido en ellos no se extinguiera jamás…