martes, 12 de marzo de 2013

Obsesión Implacable Cap 6





La fiesta se extendió hasta la noche. Las luces del falso Partenón se encendieron y la música ascendió hasta el cielo. Los magnates hacían negocios y cerraban suculentos tratos. Miley acompañó a Tish al interior de la casa para ayudarla a cambiarse de ropa.
Iban a pasar la luna de miel a bordo del Silver lady, el yate de Greg, que en ese momento los esperaba en el puerto de Piraeus, a unos ocho kilómetros de distancia. Para allí habían salido ya dos coches cargados de equipaje y personal de servicio, y sólo quedaba la limusina para transportar a los recién casados.
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó Tish, mirando a la cara a su hija.
—Claro —dijo Miley, fingiendo alegría.
—Parecías preocupada por algo.
En realidad sí que estaba preocupada. Las palabras de aquella extraña retumbaban en su cabeza.
«Cuando decida que encajas en su apretada agenda de compromisos, volverá para conseguir su satisfacción, según y cuando le convenga», le había dicho.
Pero eso no iba a pasar. Si llegaba a regresar esa noche, ella ya se habría marchado.
— ¿Te importa si os acompaño al puerto? —le preguntó a su madre de repente.
—Cariño, me encantaría. Pero yo pensaba que ibas a salir por ahí toda la noche.
—No creo. No tengo ganas.
En el coche, de camino al puerto, bebieron champán y cuando subieron al yate, Greg les dio un paseo por aquel magnífico barco, lleno de orgullo.
—Ahora tenemos que casarte a ti —le dijo con entusiasmo.
—No. Gracias —dijo Miley apresuradamente—. Mi única experiencia en ese sentido no me dejó muy buen sabor de boca.
Antes de que Greg pudiera contestar, el teléfono de ella comenzó a sonar.
—Me temo que mi comportamiento de esta noche dejó mucho que desear —dijo una voz masculina—. A lo mejor puedo recompensarte invitándote a cenar.
Por un momento Miley se quedó en blanco. Habían ensayado muy bien el discurso, pero las palabras no salían de su boca.
—No sé si...
—Mi coche está esperando delante de la casa.
—Pero yo no estoy allí. Estoy en Piraeus.
—No te llevará mucho tiempo volver. Te estaré esperando.
Colgó.
— ¡Vaya! —exclamó ella, sin poder contenerse—. Simplemente da por sentado que haré lo que él quiera —al ver que todos la miraban con el ceño fruncido, les explicó algo más—. Nick  Jonas. Quiere invitarme a cenar, y no me ha dejado decirle que no.
—Típico de él —dijo Greg—. Cuando quiere algo, va directo al grano.
—Pero ésa no es forma de tratar a una señorita —dijo Tish, indignada.
Él sonrió y la besó.
—Parece que a ti no te importó demasiado —le dijo Greg a su esposa.
Al bajar del yate, Miley reparó en un detalle.
— ¿Y cómo ha conseguido mi número de teléfono? yo no se lo di.
—Probablemente le haya pagado a alguien del servicio —dijo Greg, como si fuera lo más normal del mundo—. Adiós, querida.
Miley se apresuró a cruzar el muelle flotante y entonces subió al vehículo. Durante el camino de vuelta a Atenas, trató de ordenar sus caóticos pensamientos. Estaba enfadada, pero sobre todo consigo misma. Toda su determinación se había ido al traste con sólo oír aquella voz.
De repente sacó el móvil y marcó el número de Zac, un buen amigo que tenía en la capital. Zac solía trabajar como periodista y era una persona en quien se podía confiar.
Cuando oyó de quién se trataba, respiró profundamente.
—Todo el mundo le tiene un miedo tremendo —dijo, hablando atropelladamente—. De hecho, le tiene tanto miedo que ni siquiera se atreven a admitir que le tienen miedo, por si acaso llega a sus oídos.
—Eso es una paranoia —dijo Miley.
—Desde luego, pero ése es el efecto que tiene en la gente. Nadie se atreve a mirar más allá de esa fría coraza de hierro que tiene en lugar de piel. Pero, bueno, no creo que encontraran nada si buscaran. Ese hombre no debe de tener corazón, aunque algunos puedan creer que sí. Las opiniones están un poco divididas en ese sentido.
— ¿Pero no hubo alguien, hace mucho tiempo? ¿Alguien de la otra familia?
—Sí. Su nombre era Cloe, pero yo no te he dicho nada. Murió en unas circunstancias extrañas. Nadie ha podido descubrir la verdad en todos estos años. La prensa dejó el tema después de recibir innumerables amenazas, y es por eso que nadie habla de ello ahora.
— ¿Te refieres a amenazar con acciones legales?
—Todo tipo de amenazas —dijo Zac en un tono—, de la noche a la mañana le llovieron las deudas. Estuvo a punto de arruinarse, pero en el último momento le dijeron que si se comportaba debidamente, todo podría arreglarse. Por supuesto, el hombre aceptó, y todo volvió a la normalidad de forma milagrosa.
— ¿Le ocurrió algo malo después de eso?
—No. Dejó el periodismo y se metió en los negocios. Ahora tiene mucho éxito, pero si mencionas el nombre de Jonas, sale huyendo como si acabaran de mencionar al mismísimo demonio. Si sabes cualquier cosa, tienes que hacer la vista gorda y fingir que no sabes nada, como lo del apartamento que tiene en Atenas, o la casa de Príamo, en Corfú.
— ¿La casa de Príamo? —repitió Miley, sorprendida—. He oído algo de eso. Sé que la gente lleva mucho tiempo intentando entrar en ese sótano. Hay algo ahí, pero nadie puede entrar. ¿Me quieres decir qué es de él?
—Eso dicen. Pero no le digas a nadie que estás enterada. De hecho, no le digas a él que has hablado conmigo, por favor.
—Descuida —Miley colgó el teléfono y se quedó allí sentada, con la mirada perdida en el vacío, pensativa.
Sabía que se estaba adentrando en aguas profundas, pero eso nunca la había asustado. Además, tenía un asunto pendiente con Nick Jonas desde hacía más de quince años.

Él le había dicho que la estaría esperando, y así lo hizo. Estaba junto al portón que daba acceso a la propiedad de Greg. En cuanto la limusina se detuvo, le abrió la puerta, la tomó de la mano y la ayudó a salir.
—No tardaré mucho —dijo ella—. Tengo que entrar y...
—No. estás bien así. Vamos.
—Iba a cambiarme el vestido.
—No tienes por qué. Estás preciosa y lo sabes, así que ¿por qué estamos discutiendo?
Había algo en aquel discurso directo que la afectó sobremanera. Cualquier cumplido pusilánime no hubiera podido tener el mismo efecto. Él no se andaba con rodeos. Decía exactamente lo que pensaba y en ese momento pensaba que ella era preciosa.
Miley sintió crecer una sonrisa en su interior.
— ¿Sabes qué? tienes razón. ¿Por qué estamos discutiendo? —le hizo señas al chófer para que siguiera sin ella y subió en el coche de Nick.
Se preguntaba adónde la llevaría y se llevó una gran sorpresa al ver que el vehículo se detenía frente a un pequeño restaurante. Él la condujo a una mesa de la terraza, desde la que se divisaba la costa en la distancia, bañada por la luz de la luna.
—Esto es espectacular —dijo ella—. Es tan agradable y tranquilo después de todo el alboroto de hoy.
—Yo tengo la misma sensación —dijo él—. Normalmente vengo solo.
La comida fue de lo más sencilla; cocina tradicional griega, la favorita de Miley. Mientras él hacía el pedido, tuvo oportunidad de examinarle atentamente, tratando de encontrar algún vestigio de aquel joven atormentado en el tirano que tenía ante sus ojos. ¿Qué le había pasado en aquellos quince años?
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó él de repente.
—Sí. ¿Por qué lo preguntas?
—Has suspirado de forma violenta, como si te doliera algo.
—No. No me duele nada —se apresuró a decir ella.
Fingió buscar algo en el bolso y cuando volvió a levantar la vista se lo encontró mirándola con ojos de asombro.
—Quince años —dijo él—. Han pasado muchas cosas y los dos hemos cambiado. Sin embargo, a pesar de todo, seguimos siendo los mismos. Te habría reconocido en cualquier lugar.
Ella sonrió.
—Pero no me reconociste.
—Sólo en la superficie. Una parte de mí te conocía. Nunca pensé que volveríamos a vernos y, sin embargo, de alguna forma estaba seguro de que ocurriría.
Ella asintió con la cabeza.
—Yo también. Aunque hubieran pasado otros quince años, o cincuenta, yo siempre supe que volveríamos a encontrarnos antes de morir.
Aquellas palabras parecieron llegarle muy adentro.
«Volver a encontrarse antes de morir...». Era cierto, completamente cierto. Ella había sido una presencia invisible en su vida desde aquella extraña noche. Pero ¿cómo iba a decírselo? ella lo había inspirado; le había dado fuerzas para ser sincero, pero eso no era suficiente.
En ese momento llegó la comida. Rodajas de tomate con queso feta. Simple y delicioso.
—Mmm —dijo ella.
Él comió muy poco. No dejaba de mirarla insistentemente.
— ¿Por qué subiste aquel día? —le preguntó finalmente—. ¿Por qué no te quedaste abajo con el resto de invitados, disfrutando de la fiesta?
—Supongo que soy cínica por naturaleza —ella sonrió—. Mi abuelo solía decirme que mi actitud hacia la vida era de una indiferencia absoluta. Y es cierto. Creo que aquella noche en las vegas ya había algo de eso, y ha ido a peor desde entonces. Teniendo en cuenta la casa de locos en la que he vivido siempre, no podía haber sido de otro modo.
— ¿Y qué pasa con la casa de locos?
—Me gusta, siempre y cuando no me pidan que me involucre demasiado o que me lo tome demasiado en serio.
— ¿Nunca has querido ser actriz?
— ¡Por dios! claro que no. Ya tenemos que sobra con una lunática excéntrica en la familia.
— ¿Sabe tu madre lo que piensas de ella?
—Claro que lo sabe. De hecho, ella fue la primera que lo dijo, y yo no tardé en darle la razón. Es un cielo y yo la adoro, pero vive en el planeta Cyrus.
— ¿Cuántos años tiene en realidad?
—Gana o pierde años según le conviene. Tenía diecisiete años cuando me tuvo. Mi padre no quería saber nada, así que la abandonó y ella tuvo que arreglárselas sola durante un tiempo. Los que sólo la conocen como la rutilante estrella que es hoy en día deberían haber visto dónde vivíamos por aquel entonces, aquel callejón en el centro de Londres. Y después mis abuelos paternos se pusieron en contacto con nosotros para decirnos que mi padre acababa de morir en un accidente de tráfico. No tenían ni idea de que existíamos hasta que él se lo confesó todo en su lecho de muerte. Eran griegos. La familia era muy importante para ellos y yo era lo único que les quedaba. Por suerte, eran una gente muy agradable y nos llevamos muy bien. Ellos cuidaron de mí mientras Tish sacaba adelante su carrera. Mi abuelo era un erudito de la lengua. Había ido a Inglaterra para impartir un curso de griego en la universidad. Al principio ni siquiera tuve que ir al colegio porque él pensaba que podía enseñarme mejor. Y tenía razón.
— ¿Entonces fuiste tú la que creció con un poco de sentido común?
—Bueno, una de las dos tenía que tenerlo —dijo ella, riendo.
— ¿Y cómo sobrellevabas el tema de todos esos padrastros?
—Todos fueron buenos. En su mayoría estaban enfermos de amor y eran un poco tontos, así que a mí me costaba mucho no reírme de ellos.
— ¿Y el de las Vegas?
 —Veamos... era el... no. Ese era el otro... ¿O era ése? oh, no importa. Todos eran iguales. Creo que era un aspirante a actor que pensaba que Tish podría darle un empujón. Cuando ella se dio cuenta de cuáles eran sus verdaderas intenciones, le echó a la calle. Para entonces ya estaba enamorada de otra persona.
—Parece que nada de eso te afectó en absoluto. ¿Te da igual todo eso del amor eterno?
— ¿Amor eterno? —Ella fingió considerarlo un momento—. ¿Como cuando alguien trata de llevarse todo tu dinero, o cuando el tipo organiza un lío porque ella tiene que grabar una escena de amor, o cuando...?
—Muy bien —dijo él, interrumpiéndola—. He captado el mensaje. Ya veo que el sexo masculino no te impresiona mucho.
— ¿Cómo lo has adivinado?
— ¿Y qué me dices de ti? ¿No ha habido ninguno lo bastante valiente como para esquivar los cohetes que les lanzas?
Ella hizo una mueca.
—Claro que sí. Si no hacen eso, no me fijo en ellos.
—Entonces ése es el primer requisito, ¿no? ser valiente.
—Entre otras cosas. Pero eso también está un poco sobrevalorado. El hombre con el que me casé era un deportista profesional; un esquiador que podía dar los saltos más impresionantes. El problema fue que eso era todo lo que sabía hacer, así que al final resultó igual de aburrido.
— ¿Estás casada?
—Ya no —dijo ella, en un tono de alivio que lo hizo reír.
— ¿Qué pasó? ¿Fue poco después de nuestro breve encuentro?
—No. Fui a la universidad y estudié muy duro. Era la misma facultad donde mi abuelo había ejercido como profesor, y a la gente no le importaba que yo fuera hija de una gran estrella del celuloide. Sin embargo, sí se asombraban cuando mencionaba el nombre de mi abuelo. Estudié griego, aprendí historia, aprobé los exámenes... íbamos a viajar a Grecia los dos juntos para hacer nuestras investigaciones, pero entonces los dos murieron. Ya no es lo mismo sin él. Quería que estuviera orgulloso de mí, pero no pudo ser.
Vaciló un momento y una sombra cruzó sus pupilas.
— ¿Qué pasa? —le preguntó él, inclinándose adelante.
—Oh, nada.
—Dímelo —dijo él, en un tono sutil.
—Es que estoy recordando lo mucho que los quería, y lo mucho que ellos me querían a mí. Me necesitaban, porque yo era lo único que les quedaba tras la muerte de su hijo. Tish también les caía bien, pero ella no era parte de ellos, como yo.
— ¿Y tu madre no sentía celos?
Miley sacudió la cabeza.
—Ella es muy buena madre, a su manera, pero nunca he sido tan importante para ella como lo era para mis abuelos.
—Qué triste —dijo él.
—No. Siempre y cuando tengas a alguien que te necesite, puedes lidiar con los que no.
—Pero tus abuelos murieron —dijo Nick—. ¿A quién tienes ahora?
Miley ahuyentó la tristeza.
— ¿Estás de broma? mi vida está llena de gente. Es como vivir en una colmena.
— ¿Incluyendo a los maridos de tu madre?
—Bueno, no se molestó en casarse con todos. Decía que no tenía tiempo suficiente.
— ¿Algún novio?
—Alguno. Pero la mayoría trataba de acercarse a mi madre, así que fueron un duro golpe para mi autoestima. Muy pronto aprendí a guardarme mis sentimientos para mí hasta saber muy bien lo que sentía —se rió suavemente—. Y empecé a tener fama de ser una mojigata.
Aquello no podía haber sido más absurdo para Nick. Una mojigata no hablaba con tanta pasión, ni tampoco miraba con aquel resplandor en las pupilas.
—Y fue entonces cuando conocí a Justin —dijo ella—. Tish estaba rodando una película que tenía que ver con los deportes de invierno. Él era uno de los asesores expertos. Era tan guapo que me volví loca por él. Pensé que por fin lo había encontrado. Fuimos felices durante un par de años, pero entonces... —se encogió de hombros—. Creo que se aburrió de mí.
— ¿Se aburrió de ti? —le preguntó él con énfasis.
Ella soltó una carcajada como si la traición de su esposo hubiera sido lo más gracioso que le había ocurrido en toda su vida; una estrategia defensiva que a Nick le resultaba muy, muy familiar.
—Creo que nunca estuvo interesado en mí —dijo ella, prosiguiendo—. Necesitaba dinero y pensó que la hija de Tish Cyrus tendría un montón. En cualquier caso, empezó a tener aventuras por ahí, yo perdí los nervios y creo que eso lo asustó un poco.
— ¿Tú? ¿Perder los nervios?
—La mayoría de la gente cree que eso es imposible porque sólo ocurre una vez cada mucho tiempo. Sin embargo, de vez en cuando también dejo escapar a la fierecilla que llevo dentro. De todos modos, normalmente intento no hacerlo porque, ¿qué sentido tiene? sin embargo, a veces no hay más remedio, y a veces acabo diciendo cosas que no siento. Bueno, eso fue hace cinco años. Es agua pasada. ¿Por qué sonríes?
—No sé por qué sonreía —le confesó él con sinceridad.
—Parecía que te reías de una broma o algo así. Vamos. Dímelo.
«Una broma...», pensó Nick. Si el comité de dirección de su empresa, los empleados y el director del banco la hubieran oído hablar, hubieran creído que estaba loca.
Sin embargo, la sonrisa seguía ahí, cada vez más grande y espontánea.
—Dímelo —dijo ella, insistiendo—. ¿Qué he dicho que fuera tan gracioso?
—No es... es la forma en que has dicho «es agua pasada», como si no quisieras volver a saber nada de los hombres durante mucho tiempo.
—O durante toda la vida. Es lo mejor para ellos.
— ¿Mejor para ellos o mejor para ti?
—Definitivamente para mí. Los hombres ya no existen para mí en ese sentido. Todo mi mundo es este país, mi trabajo, mis investigaciones...
—Pero en la antigua Grecia también había miembros del sexo masculino, siento tener que decirte.
—Sí, pero puedo permitirme ser un poco más tolerante con ésos. Gracias a ellos pude empezar con mi carrera. Escribí un libro sobre dos héroes griegos justo antes de terminar la universidad y conseguí que me lo publicaran. Más tarde me pidieron que lo adaptara para hacer una versión infantil, para los colegios. Los derechos me han rendido unos buenos beneficios, así que no me puedo quejar de esos maravillosos y legendarios hombres griegos.
—Sobre todo porque están bien muertos y enterrados.
—Ya veo que empiezas a captar la idea.
—Comamos —dijo él rápidamente.
El camarero les sirvió un plato de pollo y pastel de cebolla, acompañado de un vino espumoso. Mientras la observaba comer, Nick se preguntó si hablaba en serio. De haberse tratado de cualquier otra, hubiera dicho que se trataba de una farsa, una estratagema para engañar al mundo sin negarse el placer de una vida sexual plena. Sin embargo, aquella mujer era distinta. Vivía en un universo propio; uno totalmente desconocido para alguien como él.
— ¿Entonces cómo es que sabías tanto aquella noche en las vegas? —le preguntó al final—. Me sorprendiste mucho, dándome toda aquella charla sobre Aquiles.
Ella se rió tristemente.
—Charla... la gente se cansa muy pronto. Debo de ser muy pesada y no puedo culparles por ello. Recuerdo que te enfadaste un poco.
—La idea de ser sorprendido en un momento de debilidad no me fascinaba, pero entonces sólo tenía veintitrés años. Y además...
—Y además eras muy infeliz, ¿verdad? —Preguntó Miley —. ¿Por culpa de ella?
Él se encogió de hombros.
—No lo recuerdo.
La joven lo miró con ojos escépticos.
—Ella te hizo confiar y después te traicionó. Una cosa así no se olvida.
Él guardó silencio y petra dejó pasar el asunto.
—Entonces tu abuelo enseñaba griego —dijo él por fin, claramente decidido a cambiar de tema.
—Yo me siento igual de griega que inglesa. Y se lo debo a él.
— ¿Así es como llegaste a conocer la historia de Aquiles? pensaba que lo habías estudiado en el colegio.
—Fue mucho más que eso. Mi primer contacto con la historia de la antigua Grecia fue a través de los clásicos, la Ilíada. El héroe de la guerra de Troya... Helena, la mujer más hermosa del mundo, y todos esos hombres luchando por ella. En la realidad no sería tan bonito, claro, pero a mí me pareció tan romántico. Está casada con Menelao, pero se enamora de París, y éste se la lleva a Troya. Pero Menelao no se rinde, así que reúne a todas sus tropas para sitiar la ciudad de Troya durante diez años, para traerla de vuelta. Y allí estaban todos esos héroes griegos tan apuestos, en especial Aquiles... —le dijo, esbozando una sonrisa de falsa inocencia—. ¿Cómo es que el favorito de tu madre era Aquiles?
—Ella es de Corfú, donde, como ya debes de saber, este personaje ha dejado un legado cultural muy importante. Mi abuela solía llevarla al palacio de achillo, aunque más bien lo hacía porque estaba fascinada con sisi.
Miley asintió: Sisi era Isabel de babaría, una heroína romántica del siglo XIX, famosa por ser la mujer más hermosa de su época. Su belleza había hecho enloquecer de amor a Franz  Joseph, el joven emperador de Austria, hasta el punto de casarse con ella cuando sólo tenía dieciséis años de edad.
Sin embargo, el matrimonio fracasó. Sisi terminó vagando por el mundo, sola y desencantada, y finalmente compró un palacio en la isla de Corfú. La gran tragedia de su vida fue la muerte de su hijo rudolph, que se suicidó junto a su amada. Un año más tarde, Sisi comenzó a transformar el palacio y lo convirtió en un templo homenaje al más famoso de los guerreros, Aquiles. Sin embargo, no llegó a terminar su obra porque murió a manos de un asesino. El palacio fue vendido y convertido en un museo dedicado a la figura de Aquiles.
—El más valiente y apuesto de todos. Sin embargo, guardaba un pequeño secreto, una debilidad... —dijo Miley, pensativa.
Contaba la leyenda que Tetis, la madre de Aquiles, había intentado proteger a su hijo sumergiéndolo en el río éstige, que corría entre el mundo y el inframundo. Allí donde las aguas de aquel torrente infernal tocaran a un hombre, lo harían inmortal. Sin embargo, su madre lo había sujetado por el talón, impidiendo que las aguas lo inmortalizaran por completo. El talón de Aquiles... de entre todas las estatuas que adornaban el palacio, la más llamativa era aquélla que lo mostraba en el suelo, intentando sacarse del talón la flecha que le robaba la vida.
—Al final fue eso lo que le mató —dijo Nick —. Después de todo parece que su debilidad no estaba tan bien escondida. Su asesino sabía dónde tenía que apuntar, y también sabía que tenía que mojar la punta en veneno para que fuera letal.
—Así es. A veces no estamos tan seguros como nos creemos.
—Por eso mi padre decía que no hay que dejar que adivinen nuestros pensamientos. Esa es la verdadera debilidad.
—Pero eso no es cierto —dijo ella—. A veces eres más fuerte porque otras personas te entienden.
—No estoy de acuerdo —dijo él en un tono más seco—. Un hombre sabio no le confía a nadie sus pensamientos.
— ¿Ni siquiera a mí?
Miley se dio cuenta de que su pregunta lo había dejado desconcertado, pero aquellos muros tras los que se escondía eran demasiado robustos como para venirse abajo tan fácilmente.
—Si hubiera alguien en quien me sintiera inclinado a confiar, creo que serías tú, por lo que ocurrió en el pasado. Pero yo soy lo que soy —esbozó una sonrisa irónica—. Ni siquiera tú puedes cambiarme.
Ella lo miró con suavidad y entonces se atrevió a tocarle la mano.
—Cuanto más confías en alguien, peor es cuando te traicionan, ¿no?
— ¿Yo dije eso? —preguntó él, sorprendido.
—Algo así. En las Vegas. Y estuviste a punto de decir mucho más.
—Esa noche estaba de muy mal humor. No sé lo que dije.
Un gran silencio se apoderó de él. Con la mirada perdida, examinaba el cristal de la copa...