Miley comenzó a marcar los números para llamar a la agencia, pero Nick se movió como un rayo. Estuvo a su lado en segundos, arrancó el teléfono de su mano, lo lanzó al suelo y lo pisó hasta hacerlo trizas. Ella observo silenciosamente los restos de su móvil, sin saber con seguridad si deseaba gritar o matarla. Al juzgar por la ira estremecedora que burbujeaba dentro de ella, probablemente ambas cosas. Se obligó a mostrar una calma que no sentía, rechazando quebrarse frente a él.
—Lo siento mucho, nena, pero no puedo dejarte hacer esa llamada.
Si llamas a tu jefe o a los polis, serían malas noticias para mí.
Recuperando su lucidez, le contestó:
—Deberías haber pensado en eso antes de irrumpir en el museo.
—Dime quién es tu cliente.
—Fui contratada por el museo para comprobar la seguridad
nocturna. La cual obviamente apestaba ya que lograste entrar.
Increíblemente, él sonrió. Miley sacudió la cabeza. Nick se
sentía orgulloso de su valía como ladrón. La frustración la carcomía, haciendo
que se paseara de un lado a otro esperando liberar algo de la furiosa tensión
que bullía por su cuerpo. Que su pasión y sentimientos hacia Nick fueran a
largo plazo o no, ante todo era una representante de la ley, una antigua poli.
Seguía las reglas. Y Nick nunca las había seguido.
Miley había encontrado excitante a Nick una vez, para su
perjuicio. No cometería el mismo error otra vez.
—No estoy haciendo nada malo, Miley.
—Dame una razón para creerte. —Ese era el motivo por el que se
había detenido cuando lo vio ante el museo, por qué había retrasado hacer esa
llamada. Instinto, tal vez, porque de alguna manera había sabido que era Nick y
no podría soportar entregarlo a la policía. Ahora se daba patadas a sí misma y
necesitaba algún tipo de prueba, necesitaba que le dijera algo que pudiera
hacer que creyera en él.
—No tengo una. Pero me conoces.
Ella rió.
—Sí, lo hago. Sé que eres un ladrón.
—Bien, tienes razón. ¿Pero realmente crees que soy la clase de
persona que vendería un virus mortal a terroristas?
No creía eso. Pero diez años podían cambiar a una persona.
¿Habría cambiado tanto Nick?
—No lo sé.
Él extendió la mano y rozó los nudillos sobre la mejilla de Miley.
Tan suave, la acción tan incongruente con su imagen de chico malo. Eso era lo
que siempre la volvía loca de él. Era imprevisible, nunca encajaba en algún
viejo molde, lo cual era parte de su encanto. Y ella siempre había sido capaz
de ver más allá de la superficie, por delante de lo que los demás habían visto
de Nick Jonas. Miley había visto la bondad en él. ¿Ese lado de su personalidad
aún existía?
No le había hecho daño y podría habérselo hecho. Si hubiera
cambiado hasta el punto de volverse malvado, podría haberle disparado o haber
permitido que se interpusiera al fuego del tirador. En cambio, la había
agarrado y llevado con él. Nick había lanzado su cuerpo sobre el suyo,
volviéndose un blanco fácil por protegerla.
—No creas todo lo que ves, Miley. Las cosas no siempre son como
aparentan.
Ella suspiró.
—Entonces si hay una explicación razonable a lo que estás
haciendo, dímela.
Miley deseaba creerle, deseaba aceptar que había cambiado para
bien, que lo que estaba haciendo era una clase de acción súper heroica, que
trabajaba para los tipos buenos.
—A veces debes tener fe y confiar en tus instintos. ¿Qué te
dicen los tuyos?
—No me fueron de mucha utilidad hace diez años —refunfuñó, más
para sí misma que para él.
—Lo siento —dijo—. Por muchas cosas. Por lo de hace diez años,
por esto. No puedo cambiar el pasado y no puedo cambiar que esta noche
estuvieras en el lugar equivocado en el momento incorrecto. Lo que pasó ésta
noche fue una cagada y te viste atrapada en medio. Ahora vas a tener que venir
conmigo. Sé que eso no te gusta… a mí tampoco. Pero no tengo otra opción.
Ella se detuvo, su mente rebobinó lo que le acababa de decir.
—No puedes estar pensando en secuestrarme.
Él se dirigió hacia la tienda de campaña y continuó armándola.
—No sé con seguridad lo que voy hacer contigo. No había esperado
huir con alguien y sobre todo no contigo, pero con toda seguridad no puedo
dejarte marchar.
Miley se sintió otra vez frustrada. No podía creer que casi
hubiera tenido sexo con él. ¿En qué demonios había estado pensando?
Oh, bien. No había pensado en nada. Al igual que cuando había
ofrecido su cuerpo como cordero de sacrificio, como si el entregarle su
virginidad de alguna manera le abriría los ojos a Nick y le haría tomar
conciencia que ella podría ser lo mejor para su vida.
Eso no había hecho una puñetera diferencia en él. Nick había
tomado lo que le había ofrecido y tranquilamente la había desechado. Había sido
una estúpida en ese entonces, tanto como lo había sido hacía unos minutos en el
cuarto de baño.
¿Qué hacía, que su coeficiente cayera cien puntos y la
convirtiera en una típica y temblorosa cabeza hueca?
—No iré a ninguna parte contigo voluntariamente y no puedo creer
que te hayas rebajado al secuestro.
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