De pronto, Miley
se había dado cuenta de que no le había concertado ninguna cita en la última
semana. Eso la había descolocado más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Él la había
mirado con los ojos entrecerrados.
–Dado que
ahora no tengo pareja, aunque eso no es asunto tuyo, he decidido que me
acompañarás tú. ¿Tienes algún problema con eso?
Ella había
sacudido la cabeza enérgicamente, abrumada. –No, en absoluto. Voy a anotarlo en
la agenda ahora mismo.
Regresó al
momento presente. Seguía sujetando los papeles contra su pecho a modo de
escudo. Miró la agenda abierta junto a ella y vio la anotación claramente:
«Baile de Blanco y Negro. Hotel Park Lane. 7 p.m.». La idea de pasar junto a
aquel hombre más tiempo del absolutamente necesario le generaba un profundo
pánico.
Dejó los
papeles en la mesa y telefoneó a la residencia donde vivía su madre. Aunque
sabía que ella no se enteraría, pidió que le dieran el mensaje de que no podría
ir a visitarla aquella tarde.
Miley podía
oír a Nick moviéndose en su despacho mientras ella se cambiaba en el vestuario.
Se trataba de un acto formal, por lo que se había comprado un vestido largo y
respetable, por más que aburrido. Era todo negro, o sea, hacía más delgada, y
de cuello alto, con lo cual le tapaba los senos. Cualquier cosa que hiciera eso
le hubiera servido. Y además, ella no estaba vistiéndose para impresionar a
nadie, sino para acompañar a su jefe a un acto profesional.
Se recogió el
cabello en un moño, se maquilló ligeramente y se calzó unos zapatos negros de
salón. Luego agarró su bolso de mano con su ropa del trabajo e inspiró hondo
antes de salir, sintiéndose ridículamente nerviosa y odiándose por ello.
La
respiración se le cortó y el cerebro dejó de funcionarle cuando vio a Nick
salir de su despacho, resplandeciente con su esmoquin. El color negro le hacía
parecer aún más peligroso. Miley trató de mitigar su excitación y sujetó
fuertemente su bolsa.
Él terminó de
ajustarse los gemelos y la miró. La blancura perfecta de su camisa resaltaba
aún más sus ojos verdes. Estudió a Miley de arriba a abajo, haciéndola
encogerse por dentro, y enarcó una ceja.
–Si pretendes
pasar desapercibida, lo has conseguido –comentó burlón.
Ella tragó
saliva con dificultad.
–Soy tu secretaria,
no tu cita.
«Lo cual es
una pena», se sorprendió pensando Nick. Aunque no con aquel vestido. Él, con un
hambre que aumentaba a cada momento, deseaba ver su cuerpo envuelto en algo
mucho más revelador y ajustado. Como aquella falda que había adquirido
proporciones míticas en sus fantasías. Contuvo su intenso deseo, a pesar del
recatado vestido, y reparó en el rubor de las mejillas de ella y el brillo de
precaución en su mirada.
Ella le
intrigaba cada vez más, no sólo por sus deliciosas curvas, también por la forma
en que reaccionaba a él. Su rostro era como un libro abierto. Ella no le temía,
eso solo ya era muy atractivo. Además, era evidente que no aprobaba muchas
cosas de él y eso suponía una novedad.
Él estaba
mirándola demasiado fijamente. Miley se estremeció, pero se aseguró tozuda que
no estaba respondiendo a él, tan sólo a su carisma. Pero cuando él se le acercó
con desenfado y la rodeó estudiándola, tuvo que esforzarse para no salir
corriendo. Eso sí, se giró incapaz de soportar que él contemplara su gigantesco
trasero. Malditos genes. ¿Por qué ella no había salido menuda como su madre?
– ¿Hay algún
problema? –Inquirió a la defensiva–.
El vestido me
sienta bien. No es demasiado ajustado, si es eso lo que te preocupa.
Nick la miró.
En sus ojos había un brillo oscuro e indefinible.
–El vestido
está bien. Para una anciana –señaló él–. Al menos suéltate el pelo. Parece que
fueras a trabajar.
Su voz,
habitualmente neutra, había adquirido un acento típicamente griego que resonó
en el interior de Miley. Se le quedó la mente en blanco y elevó la mano en un
instintivo gesto de protección. Su moño era parte de su armadura, soltárselo
sería como quitarse el vestido y quedarse en ropa interior delante de él. Un
traicionero ardor volvió a invadirla. Sacudió la cabeza lentamente.
–Suéltatelo, Miley
–repitió él sosteniéndole la mirada.
Era una
situación tan perturbadora que ella se encontró obedeciéndole. Con gran
reticencia se quitó las horquillas y sintió su cabello desplegarse sobre sus
hombros y su espalda.
Nick apretó
los puños en los bolsillos de su pantalón para no abalanzarse a tocar aquel
sedoso cabello. Era más oscuro de lo que él creía y deliciosamente indomable.
Se imaginó a Miley tendida en un suntuoso diván, con aquellos gloriosos
mechones sobre sus senos desnudos... «¡Vuelve en ti, hombre!». Con un esfuerzo
supremo, recuperó el control de sí mismo.
–Así mejor.
Ahora sí pareces lista para asistir a una recepción. Vamos.
Con una
cortesía que sorprendió a Miley, él le quitó el bolso de mano y encabezó la
salida. Ella se tropezó al seguirle por el pasillo hacia su ascensor privado.
Una vez dentro, revivió el recuerdo de la otra vez que habían coincidido allí.
No pudo evitar su reacción. Habían sucedido muchas cosas desde entonces. Aquel
hombre destilaba sexualidad. Ella podía olerla y sentirla. De pronto, tuvo la
extraña sensación de estar conteniéndose de algo muy grande... Escenas
licenciosas se desarrollaban en un rincón de su imaginación y amenazaban con
explotar, burlándose de ella y de su creciente pérdida de control. Apretó la
mandíbula y clavó la mirada en la pantalla del ascensor, deseando con todas sus
fuerzas que bajara más rápido.
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