viernes, 12 de agosto de 2011

"Three weeks in Athena" Cap 10





El esfuerzo que tuvo que hacer para mantenerse alejado de Miley, junto con los vívidos recuerdos de aquel cuerpo apretujado contra el suyo, acabaron con cualquier resistencia que le quedara a Nick respecto a ella. Nunca había experimentado aquel grado de deseo y además la frustración era una sensación nueva: él estaba acostumbrado a conseguir lo que quería cuando lo quería. Nunca se detenía a cuestionarse su decisión ni sus motivos.
Sencillamente, tenía que acostarse con aquella mujer cuanto antes. Entonces ese extraño hechizo que ella tenía sobre él se rompería. En tres meses se habría acabado todo. O antes, si se aburría. Según su contrato, él podía despedirla sin aviso previo. Sin embargo ella no podía marcharse a menos que quisiera sabotear su carrera. Debido al carácter secreto de la fusión, ella estaba comprometida con Jonas Enterprise hasta que todo el asunto se hiciera público.
El trabajo, que él siempre había considerado una parcela aparte del placer, se convertiría en un placer, tanto para él como para Miley. Quería que ella le acompañara en todo momento mientras él la poseía una y otra vez hasta saciar sus ansias. Instintivamente, supo que una noche no sería suficiente, cosa que le incomodó.
De cualquier forma, se sentía vivo por primera vez en mucho tiempo. Incluso la fusión estaba pasando a un segundo plano. Una alarma resonó en lo más profundo de su mente, pero estaba demasiado excitado para prestarle atención.
El ascensor llegó suavemente a su destino y se abrieron las puertas. Nick indicó a Miley que le precediera y aprovechó para observarla detenidamente. Ella evitó su mirada con disimulo. Se tropezó al salir del ascensor y Nick la sujetó por el codo desnudo. El placer de tocarla casi le hizo desmayarse: podía sentir el seno de ella rozando sus dedos. Un instinto primitivo de poseer a aquella mujer se apoderó de él. El hecho de que ella estuviera tan rígida a su lado no le afectó. Ella era suya tanto como él, por el momento, era suyo.


Miley vio marcharse al colega de Nick y sintió un creciente terror. No quería quedarse a solas con su jefe. Se encontraban uno al lado del otro en el salón principal del hotel London, rodeados de una suave luz.
– ¿No necesitas las gafas? ¿O llevas lentillas? –le preguntó él súbitamente.
Ella casi se atragantó con su agua mineral. Ciertamente, se había olvidado las gafas en el vestuario de la oficina. Se ruborizó sintiéndose culpable y miró fugazmente a Nick. Tan alto y tan próximo a ella, estaba poniéndole tan nerviosa que se le escapó la verdad.
–No son gafas graduadas.
–Entonces, ¿por qué las llevas? –inquirió él extrañado.
Él no podía comprender que una mujer quisiera restarse atractivo, pensó Miley sintiéndose muy vulnerable. Se encogió levemente de hombros y evitó su mirada.
–Comencé a usarlas cuando empecé a buscar trabajo al terminar la universidad.
Se encogió por dentro. ¿Cómo explicarle a aquel hombre que se había hartado de que sus potenciales jefes se fijaran más en su físico que en su currículum? Se estremeció de desagrado al recordar a su primer jefe susurrándole lascivo que le gustaban las «chicas grandes».
Desde entonces, ella siempre iba muy tapada, con moño y gafas. Debía reconocer que trabajar con Nicholas Jonas había supuesto cierto alivio ya que él nunca se fijaría en ella. Pero ya no estaba tan segura.
Acrecentando esa inseguridad, vio que Nick se giraba sutilmente hasta quedar de espaldas al resto de la sala llena de gente. No pudo resistirse a mirarle de nuevo y esa vez la expresión de él retuvo su atención. Él posó la mirada en sus senos, igual que hacían todos los hombres desde que ella se había desarrollado exageradamente. Pero en lugar de su habitual sensación de invasión y disgusto, para su vergüenza y horror sintió que su cuerpo respondía: los senos le pesaban, los pezones se le endurecían. Por un instante, se preguntó cómo sería sentir las caricias de aquel hombre. Su apabullante respuesta física la abochornó.
A Nick le brillaban los ojos. Sonrió levemente.
– ¿Y funcionó?
La vergüenza y el disgusto invadían a Miley. ¿Tan débil era? Con una simple mirada, aquel hombre estaba derribando sus defensas como si fueran de papel.
–Lo cierto es que sí, funcionó –respondió con voz estrangulada.
«Hasta ahora», pensó. Se sentía como un insecto atrapado, impotente frente a un depredador implacable. Decidida a negar su perturbadora reacción, desvió la mirada.
–Mucha gente lleva gafas por cuestiones estéticas –comentó resuelta–. Creí que lo aprobarías.
–Tu currículum y tu ética en el trabajo hablan por sí solos, Miley –afirmó él secamente–. No necesitas parecer aún más profesional.
«Faldas ajustadas, sí; gafas no», pensó él irritado con su mente díscola.
Miley lo miró sorprendida ante aquella alabanza. El hecho de que no la hubieran despedido había sido su única indicación hasta la fecha de que estaba haciendo un buen trabajo.
–De acuerdo, no las usaré –accedió, inclinando la cabeza.
Estuvo a punto de añadir «señor», pero lo último que necesitaba era que él le pidiera de nuevo que lo tuteara. Lo que necesitaba era que aquella velada terminara lo antes posible y pasar dos días completos alejada de aquel hombre para volver a pensar con claridad. Especialmente, cuando se le avecinaban tres amenazadoras semanas junto a él en Atenas.


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