El esfuerzo
que tuvo que hacer para mantenerse alejado de Miley, junto con los vívidos
recuerdos de aquel cuerpo apretujado contra el suyo, acabaron con cualquier
resistencia que le quedara a Nick respecto a ella. Nunca había experimentado
aquel grado de deseo y además la frustración era una sensación nueva: él estaba
acostumbrado a conseguir lo que quería cuando lo quería. Nunca se detenía a
cuestionarse su decisión ni sus motivos.
Sencillamente,
tenía que acostarse con aquella mujer cuanto antes. Entonces ese extraño
hechizo que ella tenía sobre él se rompería. En tres meses se habría acabado
todo. O antes, si se aburría. Según su contrato, él podía despedirla sin aviso
previo. Sin embargo ella no podía marcharse a menos que quisiera sabotear su
carrera. Debido al carácter secreto de la fusión, ella estaba comprometida con Jonas
Enterprise hasta que todo el asunto se hiciera público.
El trabajo,
que él siempre había considerado una parcela aparte del placer, se convertiría
en un placer, tanto para él como para Miley. Quería que ella le acompañara en
todo momento mientras él la poseía una y otra vez hasta saciar sus ansias.
Instintivamente, supo que una noche no sería suficiente, cosa que le incomodó.
De cualquier
forma, se sentía vivo por primera vez en mucho tiempo. Incluso la fusión estaba
pasando a un segundo plano. Una alarma resonó en lo más profundo de su mente,
pero estaba demasiado excitado para prestarle atención.
El ascensor
llegó suavemente a su destino y se abrieron las puertas. Nick indicó a Miley
que le precediera y aprovechó para observarla detenidamente. Ella evitó su
mirada con disimulo. Se tropezó al salir del ascensor y Nick la sujetó por el
codo desnudo. El placer de tocarla casi le hizo desmayarse: podía sentir el
seno de ella rozando sus dedos. Un instinto primitivo de poseer a aquella mujer
se apoderó de él. El hecho de que ella estuviera tan rígida a su lado no le
afectó. Ella era suya tanto como él, por el momento, era suyo.
Miley vio
marcharse al colega de Nick y sintió un creciente terror. No quería quedarse a
solas con su jefe. Se encontraban uno al lado del otro en el salón principal
del hotel London, rodeados de una suave luz.
– ¿No
necesitas las gafas? ¿O llevas lentillas? –le preguntó él súbitamente.
Ella casi se
atragantó con su agua mineral. Ciertamente, se había olvidado las gafas en el
vestuario de la oficina. Se ruborizó sintiéndose culpable y miró fugazmente a Nick.
Tan alto y tan próximo a ella, estaba poniéndole tan nerviosa que se le escapó
la verdad.
–No son gafas
graduadas.
–Entonces,
¿por qué las llevas? –inquirió él extrañado.
Él no podía
comprender que una mujer quisiera restarse atractivo, pensó Miley sintiéndose
muy vulnerable. Se encogió levemente de hombros y evitó su mirada.
–Comencé a
usarlas cuando empecé a buscar trabajo al terminar la universidad.
Se encogió
por dentro. ¿Cómo explicarle a aquel hombre que se había hartado de que sus
potenciales jefes se fijaran más en su físico que en su currículum? Se
estremeció de desagrado al recordar a su primer jefe susurrándole lascivo que
le gustaban las «chicas grandes».
Desde
entonces, ella siempre iba muy tapada, con moño y gafas. Debía reconocer que
trabajar con Nicholas Jonas había supuesto cierto alivio ya que él nunca se
fijaría en ella. Pero ya no estaba tan segura.
Acrecentando
esa inseguridad, vio que Nick se giraba sutilmente hasta quedar de espaldas al
resto de la sala llena de gente. No pudo resistirse a mirarle de nuevo y esa
vez la expresión de él retuvo su atención. Él posó la mirada en sus senos,
igual que hacían todos los hombres desde que ella se había desarrollado
exageradamente. Pero en lugar de su habitual sensación de invasión y disgusto, para
su vergüenza y horror sintió que su cuerpo respondía: los senos le pesaban, los
pezones se le endurecían. Por un instante, se preguntó cómo sería sentir las
caricias de aquel hombre. Su apabullante respuesta física la abochornó.
A Nick le
brillaban los ojos. Sonrió levemente.
– ¿Y
funcionó?
La vergüenza
y el disgusto invadían a Miley. ¿Tan débil era? Con una simple mirada, aquel
hombre estaba derribando sus defensas como si fueran de papel.
–Lo cierto es
que sí, funcionó –respondió con voz estrangulada.
«Hasta
ahora», pensó. Se sentía como un insecto atrapado, impotente frente a un
depredador implacable. Decidida a negar su perturbadora reacción, desvió la
mirada.
–Mucha gente
lleva gafas por cuestiones estéticas –comentó resuelta–. Creí que lo aprobarías.
–Tu
currículum y tu ética en el trabajo hablan por sí solos, Miley –afirmó él
secamente–. No necesitas parecer aún más profesional.
«Faldas
ajustadas, sí; gafas no», pensó él irritado con su mente díscola.
Miley lo miró
sorprendida ante aquella alabanza. El hecho de que no la hubieran despedido
había sido su única indicación hasta la fecha de que estaba haciendo un buen
trabajo.
–De acuerdo,
no las usaré –accedió, inclinando la cabeza.
Estuvo a
punto de añadir «señor», pero lo último que necesitaba era que él le pidiera de
nuevo que lo tuteara. Lo que necesitaba era que aquella velada terminara lo
antes posible y pasar dos días completos alejada de aquel hombre para volver a
pensar con claridad. Especialmente, cuando se le avecinaban tres amenazadoras
semanas junto a él en Atenas.
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