domingo, 14 de agosto de 2011

"Three weeks in Athena" Cap 12





Él se sentó y la observó dirigirse al teléfono. Intentó aplacar el intenso deseo que incluso su espalda le provocaba y pensó de nuevo en el baile.
Miley había sido una compañía sorprendentemente agradable, aportando inteligentes comentarios y mostrando sentido del humor. Le había dejado atónito cuando, sin esfuerzo, había comenzado a hablar un francés perfecto. Algo sombrío se instaló en su pecho al recordar el interés masculino que ella había generado sin ni siquiera ser consciente. Él no estaba acostumbrado a eso.
Recorrió el cuerpo y las largas piernas de ella con la mirada y revivió el momento en el cual se le había rajado el vestido. Se preguntó cómo sería sentir aquellas piernas rodeando su cintura mientras él se adentraba más y más en su cálida humedad. La excitación fue inmediata e incómoda. Se removió en su asiento y el evidente alivio de Miley al comunicar con la empresa de taxis no le enfrió.
Miley colgó, se giró y por fin miró a su jefe a los ojos. El escape era inminente, sólo debía darle conversación un rato.
–El taxi llegará en diez minutos –anunció, sentándose aliviada junto al teléfono.
Todavía sujetaba su falda con abertura como si le fuera la vida en ello.
Nick se inclinó hacia delante y dejó la taza de café en una mesita. Sus ojos verdes tenían un brillo intenso.
–Vamos a pasar mucho tiempo juntos en Atenas –dijo y contempló la habitación–. Creo que será una buena oportunidad para que nos conozcamos un poco más.
Una especie de frustración traicionera invadió a Miley, pero todo su interior la rechazó. ¿Cómo había podido sospechar que él la acompañaría a casa para intentar acostarse con ella? De pronto se sintió muy frágil.
–Por supuesto. Si quieres conocer más acerca de mi historia, podría rellenar un cuestionario... –sugirió y vio que él enarcaba una ceja–. Un cuestionario personal.
Por dentro se sentía más pesada que el plomo. Se había convertido en una experta en colorear de rosa la vida junto a su madre.
Vio que Nick sacudía la cabeza, se ponía en pie y se aproximaba a ella hasta dejarla en una posición muy vulnerable, con la cabeza a la altura de su entrepierna. Así que ella también se puso en pie, tan rápido que perdió el equilibrio. Él la sujetó por la cintura para ayudarla, pero ella lo sintió como una invasión, especialmente por lo acomplejada que estaba con su cuerpo.
Con una mano intentó apartarle, pero él no se movió. Con la otra, seguía sujetándose el vestido. Le miró a los ojos y dejó de pensar con claridad. Él estaba demasiado cerca, podía oler su aroma cítrico mezclado con algo mucho más masculino y elemental. Sólo veía sus ojos, sólo sentía sus manos en su cintura.
Él estaba hablando. Miley intentó concentrarse en sus palabras.
–... más bien a algo como esto.
Y de pronto él se inclinó y la besó, un beso cálido, firme y tan exótico que la tomó por sorpresa.
«No vas a sentir nada, eres una frígida», le repetía una consoladora voz en su interior. «Tú no eres tu madre, no reaccionas a esto. No ansías a los hombres ni el sexo, ya lo has comprobado...».
Pero, como desconectado de su mente, un calor arrollador estaba apoderándose de ella, originado en su parte más secreta. Un punto en el que nunca antes se había detenido. Un punto que nunca antes había sido tocado.
Nick la atrajo hacia sí, sus manos grandes hundiéndose en su suave carne. Y entonces Miley advirtió lo duro que estaba y lo alto y fuerte que era. Por primera vez en su vida, tuvo la impresión de ser algo delicado.
Él pasó una mano por encima de sus senos, que se endurecieron excitados, y continuó hasta hundirla en su cabello y tomarla por la nuca, apretándola más contra él. Miley deseó que se hubiera detenido más en sus senos.
La boca de él era insistente, pero algo en el interior de Miley la protegía de sentir plenamente. Era un muro que había construido mucho tiempo atrás. Curiosamente, nada más pensarlo se imaginó que el muro se derrumbaba.
Conforme la sensación aumentaba, encendiendo una urgencia desconocida, le invadió el pánico. Él no podía tener idea de aquella reacción cataclísmica en su interior, pensó Miley, y sin embargo en aquel momento se separó de ella y la miró a los ojos.
–Miley, puedo sentir que estás conteniéndote. No dejas de temblar –dijo él guturalmente.
Y entonces ella aterrizó en la realidad de golpe: ¡se hallaba en brazos de su jefe y él estaba besándola! Le invadían sentimientos tan intensos que la abrumaban. Su sentido común intentó imponerse: ella no respondía a los besos de aquella manera... pero la realidad era que sí lo estaba haciendo.
Nick reanudó el beso y Miley se encontró indefensa y vulnerable, presa de los deseos contradictorios de su interior, débil ante aquel ataque de seducción a sus sentidos. Él rozó con la lengua su boca fuertemente cerrada. Una parte de ella, profunda y desconocida, deseaba experimentar aquello y le hizo entreabrir los labios. Nick aprovechó la oportunidad y le obligó a aceptarle y responderle.
Cuando la lengua de él tocó la suya, Miley sintió un aluvión de reacciones en su cuerpo. Por primera vez sentía algo y era demasiado poderoso para resistirse a ello, como una corriente que la arrastrara. Se apretó contra el cuerpo de él y oyó su gruñido de aprobación. Él hundió más la lengua, explorando y animándola a saborearle. La atrajo hacia sí por la cintura, apretando su erección contra el suave vientre de ella, lo que no le provocó disgusto, sino deseo de experimentar la unión: hundió sus dedos en aquel sedoso cabello y sintió su espalda arquearse licenciosamente. Y cuando él le acarició la cintura y las caderas, no se sintió acomplejada, sino exultante.
De pronto él la agarró de los glúteos y la acercó aún más a su regazo. Miley contuvo el aliento. Nick detuvo el beso y la miró. Sus cuerpos estaban íntimamente unidos. Ambos respiraban aceleradamente. Sin dejar de mirarla a los ojos, él le hizo soltar el vestido y, sin poder oponerse, Miley se perdió en su mirada mientras él le acariciaba el muslo y se acercaba a su entrepierna cada vez más...
–Eres muy hermosa. ¿Por qué te ocultas, Miley?
No fue la atrevida mano de él, sino sus palabras lo que rompieron aquel hechizo sensual. Ella no era hermosa. Había oído ese cumplido millones de veces, pero nunca dirigido a ella: siempre hacia alguien que había pasado toda su vida definida por las opiniones de los hombres. Su madre.
El impacto de todo aquello la hizo apartarse bruscamente y volvió a sujetarse el vestido. No podía dejar de pensar en cómo se había apretujado contra él. Se avergonzaba tanto que le entraron náuseas. Para colmo, sentía un agudo cosquilleo entre sus piernas.

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