Ella presionó una mano en su pecho y se rió burlonamente.
—Vamos, Nick. La expectativa es la mitad de la diversión.
Él no quería esperar con ilusión. Quería tenerla. Toda ella. Aquí mismo y ahora. Pero leyó la señal de “no” bien clara. Miley había terminado de jugar.
—Tú mandas, cariño —dijo con indiferencia, luego agarró el jabón, pasándoselo para que terminara de lavarse. Ella lo hizo y se marchó rápidamente. Él la vigilaba a través de la puerta de vidrio empañada. Miley se secó en tiempo record y escapó deprisa del baño, cerrando la puerta con firmeza al salir.
¿Había sido simplemente utilizado? Tal vez debería estar cabreado, pero diablos, ¿cómo podría estarlo después de lo que ella acababa de hacer? Su polla aún no se había calmado después de su sexy actuación. Tal vez lo había hecho para distraerlo.
Sin embargo, puede que no.
Pero ella se aseguró de poner fin a la diversión a toda prisa. Como si tuviese algo más importante para hacer. Él sonrió, sabiendo exactamente lo que ella estaba buscando. Se tomó su tiempo, disfrutando de los restos del agua caliente. Sin motivo para apresurarse. Sin importar lo que Miley pensaba que iba a hacer, estaba equivocada.
Él no era tan estúpido. Y sabía exactamente cuán inteligente era ella. En el momento en que había terminado de lavarse y el agua se había vuelto fría, salió de la ducha y fue recibido por una mujer desnuda y muy perturbada apoyada contra la puerta del baño.
Ella le lanzó una toalla.
—Maldita seas, Nick. ¿Qué hiciste con el teléfono de la habitación del motel?
Él tomó la toalla de sus manos y fingió una mirada inocente.
—¿Teléfono? ¿Qué teléfono?
—Sabes muy bien de qué teléfono hablo. El que solía estar en la mesita de noche. ¿Dónde está?
—Tal vez escapó mientras estábamos ocupados de otra manera en la ducha. Deberíamos informar de ello.
Ella puso los ojos en blanco y salió caminando majestuosamente del baño, arrebatando la camiseta limpia de Nick a la salida. Él la siguió, observándola pasársela sobre la cabeza y colocar las ropas que había preparado encima del tocador. Movió de un tirón la colcha hasta el final de la cama, se apoyó indignada encima del colchón y agarró el control remoto, mirándolo furiosa. Él agarró sus bóxers, se los puso y se sentó junto a ella.
—Escondiste el vial y el teléfono móvil, también —dijo ella, la voz baja y llena de irritación.
—Bien, sí.
Ella se ocupó a sí misma pasando bruscamente de canales, negándose a mirarlo.
Eso en cuanto a acurrucarse después del sexo. Ella seguro pasaba de un extremo a otro. No es que él pudiera culparla. Sabía sin duda alguna que iría tras el teléfono y el vial, así que mientras ella estaba en la ducha, se encargó de deshacerse del teléfono de la habitación y se aseguró que el virus y su celular estuviesen bien escondidos. Al igual que encerró bajo llave, afuera la moto donde ella no pudiera conseguirla. Luego metió las llaves de la moto en algún lugar donde Miley no las podría encontrar. No es que pudiera conducirla, pero diablos, no le extrañaría nada de ella. Sencillamente Miley podría tratar de escapar.
— Miley, ¿qué esperabas? —Él se acercó. Ella se escabulló más lejos. Y no respondió.
A menos que “hmph” fuera una respuesta.
—No puedo entregarte el virus o dejarte contactar con tu gente. Ahora mismo no sé en quién confiar. Ni siquiera sé quién estaba disparando contra nosotros. Pudo haber sido alguien del museo. Pudo haber sido tu cliente. Simplemente no lo sé.
—Ajá —habló entre dientes, cambiando enloquecedoramente de canales y clavando los ojos en la televisión.
Si fuese posible, entonces una capa de hielo habría recubierto las sábanas. Hombre, ella estaba siempre cabreada.
—Sé para quien trabajo y es uno de los tíos buenos.
—Yo trabajo para los tíos buenos —dijo ella.
—Así dices. ¿Pero lo sabes a ciencia cierta?
—Sí. —Ni siquiera dudó—. No trabajo para personas en quienes no confío. Y nunca tomaría un caso que yo crea sea sospechoso.
Miley siempre había sido honorable. Su ruina más grande.
—Tal vez fuiste engañada.
Ella lo fulminó con la mirada.
—No soy una idiota, Nick. Sé de qué lado de la ley trabajo. Y de qué lado trabajas tú.
—Estoy del lado de la ley, Miley.
—Ajá.
—Es la verdad. Pero entiendo tu falta de confianza.
—¿En serio? Eso es tan magnánimo de tu parte.
Él no se perdió el comentario sarcástico. Miley tenía absolutamente cero razones para confiar en él.
Y cuando terminara de viajar por varios estados, cuando tuviera que botarla sin el virus… cuando incluso tuviera que deshacerse de ella nuevamente… tendría aún menos razones para confiar en él.
La mayoría de los días amaba su trabajo, la libertad que le daba, la emoción y la pura adrenalina que corría a toda prisa por vivir la vida de un ladrón, pero haciéndolo legítimamente.
Algunas veces, como ahora, realmente odiaba su trabajo.
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