–Nos han invitado a cenar a casa de mi padre el viernes por la noche.
–Querrás decir que te han invitado a ti –puntualizó Miley estremeciéndose.
Estaba segura de que Zoe Myers no contaba con ella.
Se hallaban cenando solos en la suite de ella. Nick negó con la cabeza y se maravilló ante la mujer que tenía delante. Estaba muy hermosa sólo con el albornoz que dejaba al descubierto su escote, el cabello oscuro cayéndole sobre los hombros y nada de maquillaje. Cuando pensaba cómo apenas habían llegado a la oficina la tarde anterior... Detuvo su mente desbocada. Era demasiado susceptible a aquella mujer. Y, preocupantemente, no sentía ni complacencia ni triunfo por haberse acostado con ella. Si acaso, lo que sentía era un creciente apetito. No quiso ahondar en que no era su relación habitual con las mujeres. Miley era diferente. Y, de momento, le encantaba esa novedad.
Se la sentó en el regazo y la besó.
–Donde yo voy, tú vienes.
Miley aceptó el beso con ciertas expectativas que le hacían sentirse culpable. Daba igual que estuvieran pasando tiempo juntos. Nick seguía siendo tan abierto como un libro cerrado más allá de la conversación general, así que la idea de conocerle mejor era embriagadora.
Cuando él ahondó en su beso, se tumbó con ella en la cama y le dijo lo hermosa y deseable que era, ella bloqueó convenientemente las voces clamorosas que le advertían que tuviera cuidado, que fuera fuerte y que no se dejara seducir fácilmente. Y sobre todo, que no se enamorara.
El viernes por la noche, Miley estaba sentada muy tiesa en el salón principal de la opulenta casa Jonas. Iba a ser una de las noches más incómodas de su vida. Desde el momento en el que había llegado, del brazo de Nick, había quedado patente que no era bien recibida. Ella había elevado la cabeza y había agradecido al universo su caótica pero cara educación: cada vez que Zoe había intentado ponerla en evidencia, ella había sabido responder con elegancia. Zoe incluso había hablado un rato en francés y casi se le habían salido los ojos de las cuencas cuando Miley había contestado con fluidez.
Por una vez, Miley se sintió orgullosa del legado de su madre.
Nick se encontraba en el otro extremo de la habitación, hablando con la misma rubia del evento de la primera semana. Miley intentó ignorar sus celos y se tensó aún más cuando vio a Liam, el hermanastro de Nick, acercándosele.
El hombre se sentó demasiado cerca para su comodidad, evidentemente borracho, y ella se levantó sonriendo débilmente. Al comprobar que él la seguía se sintió muy vulnerable.
–Ella es muy guapa, ¿verdad? –preguntó Liam.
–No sé a qué se refiere –dijo Miley ruborizándose y mirándolo con recelo.
No debía de superar los veintitrés años, igual que ella. Miley esperó que su rostro no reflejara el asco que le daba.
Él esbozó una sonrisa sórdida y, de pronto, deslizó su dedo por el brazo desnudo de Miley. Ella dio un respingo, pero no pudo apartarse, estaba acorralada.
–Se llama Delta Goodrem Solía ser una modelo famosa y ahora es una rica divorciada y está buscando nuevo esposo.
Miley tragó saliva trabajosamente y los miró, hacían una formidable pareja juntos. En aquel momento, Nick clavó su mirada en Miley quien, sintiéndose desacostumbradamente expuesta, sonrió radiante y miró a Liam como si hubiera dicho algo muy gracioso. Y, cuando Nick ya no la miraba, apartó su brazo de Liam, que la fulminó con la mirada.
Justo entonces, Zoe se dirigió a Nick quien, tras unos momentos de duda, la siguió con el rostro tenso. Miley escapó diciendo que necesitaba ir al servicio.
«Donde yo voy, tú vienes», recordó que había dicho él. Sería así hasta que otra mujer disponible y mucho más guapa apareciera, se dijo sombría.
Volvía del aseo cuando pasó por delante de una puerta entreabierta y oyó gritos. Eran Nick y Zoe. Sin ser consciente de lo que hacía, se acercó y oyó a Nick decir:
–Nunca me casaré con ella, es completamente inadecuada. ¿Y no te parece que es un poco tarde para fingir que te preocupas?
A Miley se le heló el corazón en el pecho al oír aquellas palabras. ¿Zoe temía que la relación entre Nick y ella fuera algo más que una aventura? Se tapó la boca con la mano para no gritar: Nick se lo había dejado muy claro.
Zoe dijo algo incomprensible y Nick contestó. Miley sólo captó parte de la frase:
–... inútil gasto en un hermano...
Hubo un extraño silencio y se oyó un bofetón. Con la certeza de que no había sido Nick, y movida por la adrenalina de un puro instinto animal, Miley abrió la puerta y entró como una bala a por Zoe, quien aún tenía la mano levantada y los ojos echando chispas.
Miley no advirtió las miradas atónitas de ambos. Sólo vio la postura erguida de Nick, la huella de la mano en su mejilla y el hilo de sangre en la comisura de su boca. Se enfureció y, por primera vez en su vida, se planteó golpear a otra persona. Tan sólo la rápida reacción de Nick, reteniéndola junto a él, la detuvo.
–Vaya, vaya, si es la pequeña secretaria al rescate de su novio –se burló Zoe con una sonrisa cruel–. O tal vez no debería decir pequeña.
Miley intentó soltarse pero Nick la sujetó.
–Déjala, Miley. Ella no dudaría en devolverte el golpe –le advirtió y se giró hacia la mujer–. Después de todo, nunca tuviste reparos en golpear a un niño de cinco años, ¿verdad, Zoe?
La mujer lo miró iracunda. Súbitamente, Nick se dio la vuelta con Miley de la mano y a los pocos minutos se marchaban de allí en el coche.
Miley aún estaba temblando, mezcla de enfado y sorpresa. Miró a Nick, que tenía la vista clavada en la ventana. Al ver su boca se le encogió el corazón.
–Estás sangrando...
Él se giró hacia ella con una mirada aterradora y una sonrisa mordaz.
–¿Quieres besarme para que se mejore, Miley? –dijo, sacando un pañuelo y secándose la herida.
Abrumada por una emoción que no sabía nombrar, Miley posó su mano en la mejilla de él, aún caliente.
–¿Cómo pudo pegarte siendo tan pequeño?
A Nick le invadió una ola de emoción tan poderosa que se estremeció. Aquella mano era como un bálsamo calmante en su mejilla. Y su mirada... Nadie había salido nunca en su defensa de manera tan incondicional. Él había percibido su furia al sujetarla y no dudaba de que, de no haberlo hecho, Miley se habría abalanzado sobre Zoe. Era una sensación cataclísmica.
Pero no iba a dejarse superar por ella. Todo el mundo quería algo de él, especialmente las mujeres. Miley tan sólo estaba aprovechándose de un momento vulnerable.
Apartó la mano de ella y la fulminó con la mirada.
–Me pegó con mucha facilidad –masculló–. Yo era un objetivo fácil entonces.
Le sujetaba la muñeca con mucha fuerza, pero ella no dijo nada.
–No me tengas pena, Miley Cyrus. No necesito la pena de nadie.
Lo dijo con tal orgullo que Miley casi se echó a llorar. Sacudió la cabeza, recuperó su brazo y se frotó la muñeca. Al verlo, él suspiró sin poder ocultar su enfado.
Miley desvió la mirada un largo momento. Recordó lo que había pasado antes de ir al baño y las palabras que había oído a escondidas. ¿Qué hacía ella soñando con un hombre que no necesitaba a nadie y estaba pasando el rato hasta que llegara la siguiente mujer?
–No pretendía... tan sólo pasaba y la oí.
–¿Cómo has sabido que no era yo quien la había pegado a ella? –inquirió él sardónico.
–Porque tú no harías algo así –le aseguró ella tajante.
A él se le encogió el estómago. Era más duro no tocarla que tocarla y arriesgarse a que la emoción le superara, así que sentó a Miley en su regazo. Una inusual paz se apoderó de él. Pero ella seguía tensa.
–Relájate, Miley, mu –dijo haciendo que lo mirara.
–Te he visto con esa mujer –comentó ella desafiante–. No pienso ser una sustituta. Si prefieres estar con ella, regresa allí, por favor.
Había sido un error ir a aquella casa en primer lugar, reconoció él estremeciéndose. Odiaba el hecho de que, después de tantos años, seguía ansiando algo que no había experimentado nunca: armonía. Pero apartó esos pensamientos de su mente y se concentró en la mujer de su regazo y en el presente.
Sacudió la cabeza asombrado de que Miley no supiera que, mientras había estado hablando con Delta lo único que había deseado era regresar a su lado. Y entonces recordó a Anatolios casi encima de ella y ella riendo...
–Mi hermanastro y tú también parecíais muy sonrientes... ¿Seguro que no eres tú quien quiere regresar a la casa?
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