domingo, 16 de octubre de 2011

"Three weeks in Athena" Cap 33




Miley no pudo reprimir la ola de repugnancia.
–No. Sólo estábamos hablando.
Nick sintió un gran alivio. Besó el hombro desnudo de ella y la vio estremecerse de deseo.
–Entonces, créeme: yo tampoco tengo ningunas ganas de volver a aquella casa. Delta Goodrem sólo busca a su siguiente protector adinerado. Creía que podía ser yo, pero esta tarde le he dejado muy claro que no tengo ningún interés en ello. Y además... ella no tiene este efecto sobre mí –dijo travieso, acercándole la mano a su flagrante erección.
Ahogó un gemido cuando ella lo acarició con la mano y se le ocurrió una idea.
–Cuando regresemos al hotel, haz la maleta para el fin de semana. Vamos a salir de Atenas...


A la mañana siguiente Miley se despertó sola en una cama extraña, pero estaba tan aletargada y saciada que no le preocupó. No se oía nada más que el sonido de las olas cerca.
La noche anterior había sido bastante abrumadora para ella. Habían llegado a la isla de Paros en helicóptero y Nick había conducido un Jeep hasta aquella casa.
Abrió los ojos, se puso una camiseta y se acercó al diminuto balcón abierto por el que entraban la cálida brisa y el aroma del mar. Las vistas del mar Egeo con sus otras islas bajo el luminoso cielo eran tan bellas que no se lo creía.
La modesta casita estaba casi suspendida de la roca junto a otras similares. Miley frunció el ceño. Conocía las residencias de Nick por todo el mundo, sabía que poseía una lujosa mansión en Santorini, pero nunca había oído hablar de aquella casita. Miró alrededor. Era mucho más humilde de lo que ella habría esperado de él. Y también más intrigante.
Oyó un sonido tras ella y al girarse vio a Nick atravesando la puerta con un sabroso desayuno. Llevaba pantalones bermudas y una camiseta usada, y parecía increíblemente joven y guapo, nada que ver con el multimillonario orgulloso y arrogante. Miley respiró entrecortadamente al recordar cómo él la había desnudado la noche anterior y elevado al cielo y de vuelta en la sencilla cama doble.
Él la saludó con un largo beso y esparció sobre una antigua mesa de bronce el jugoso desayuno que incluía dos copas de fragante café.
–¿Se te ha comido la lengua el gato? –preguntó él alegremente cuando se sentaron a comer y Miley no había abierto la boca.
Ella sacudió la cabeza e intentó transmitirle lo que estaba pensando y sintiendo.
–Esto es tan hermoso que no sé por dónde empezar a describirlo... –dijo y le miró–. Esta casa me encanta, pero no figura en la lista de tus propiedades.
Nick apretó la mandíbula y contempló el mar. Muchas mujeres habrían despreciado aquella casita, pero Miley era diferente.
–La he mantenido en secreto deliberadamente. Es la casa donde creció mi madre.
Miley sintió un muro alzándose entre ellos. Claramente, él no iba a añadir nada más. Ella creyó necesario insistir:
–Estoy muy contenta de que me hayas traído aquí. De veras.


Tras un largo día bajo el sol, explorando las playas de la isla y comiendo un picnic básico, bebiendo vino espumoso a la sombra en una playa desierta, haciendo el amor hasta que ya no podían más, Nick no podía dejar de pensar en las palabras de Miley de aquella mañana. Ella había parecido sincera cuando había dicho que le gustaba la humilde casa. Contuvo la urgencia de preguntarle si lo había dicho en serio porque odiaba lo mucho que le importaba que así fuera.
Tras pasear por las viejas calles natales de su madre, Nick se recostó en su asiento en la pequeña taberna en la que habían parado a tomar algo y a Miley se le encogió el estómago ante su expresión.
–¿Qué ocurre? ¿Tengo algo en la cara?
Él negó con la cabeza y sonrió, volviéndola loca. Tiempo atrás, le había creído incapaz de sonreír... La parte más suave y juvenil de aquel hombre era muy atractiva.
–Sólo un montón de pecas. ¿Quién habría dicho que te saldrían tan fácilmente? –dijo él y vio que ella fruncía el ceño–. Son bonitas.
–Desgraciadamente no todos nos tostamos con el sol –dijo ella intentando contenerse frente al cuerpo apolíneo de él.
–Deja de devorarme con los ojos o te llevaré de nuevo a la cama, Miley Cyrus. Ella le miró a los ojos y se ruborizó. Él la tomó de la mano.
–Es asombroso que te sonrojes cuando eres tan increíblemente sensual, usas una ropa interior tan deliciosa y tienes un cuerpo que haría sombra al de la propia Venus de Milo.
Ella gimió.
–Nada de eso... Basta –le rogó mirando alrededor por si alguien los había oído.
Él soltó una carcajada.
–Ya lo creo. ¿Cómo es que tienes estos dos lados tan diferentes? ¿Y por qué te opusiste a acostarte conmigo? ¿Acaso era un juego?
La voz de él se había vuelto más dura, sujetaba su mano con más fuerza y Miley le miró y se puso nerviosa. De pronto le resultó crucial ser sincera con él.
–¿Y cómo es que hablas por lo menos dos idiomas con fluidez y puedes mantenerte a flote junto a la gente más esnob de Atenas?
Miley se quedó callada un largo rato. Contempló el mar y las barcas de pescadores. Y por fin dijo altivamente:
–Mi madre era una de las más celebradas artistas de Burlesque del mundo.
Y, antes de darse cuenta, estaba contándoselo todo y él estaba escuchándola más atento de lo que ella le había visto nunca. Le relató sus vivencias en París y antes en Río de Janeiro, Nueva York, Londres... Los colegios siempre cambiantes, la naturaleza nómada de sus vidas.
–Su nombre auténtico es Tish Cyrus, pero se lo cambió por Leticia Finley.
–¿Te refieres a «la» Leticia Finley? –inquirió él frunciendo el ceño.
Miley asintió con cierto temor. ¿Él iba a juzgarla o, peor aún, juzgar a su madre? Hizo ademán de retirar la mano, pero él la agarró con fuerza.
– Miley, es una historia increíble... Ya decía yo que la foto que vi en tu piso me resultaba familiar.
–Eso es lo que me temía –señaló ella tímidamente–. Y no es una historia, es mi vida. Tener a una madre tan abiertamente sexual me hizo alejarme de esa parte de mí, me temo. También por eso tengo aversión a las joyas caras, la bisutería... Mi madre se dejó engatusar por tantos hombres ricos en su vida... Mi padre era uno de esos hombres, casado y con familia. No quiso reconocerme.
Enmudeció. Estaba perpleja ante lo mucho que había revelado de sí misma en tan poco tiempo. No comentó lo precaria que había sido su vida hasta que había crecido y tomado el control de su vida y la de su madre. Tampoco le habló del miedo que todavía le daba depender de un hombre, ni de cómo el rechazo de su padre le había generado una inseguridad de la cual estaba empezando a deshacerse.
–Tú has desarrollado su sensualidad, pero eso es todo –le tranquilizó él–. Ella parece una mujer maravillosa. Debió de haber sido muy duro criar sola a una hija.
Su fácil y rápida comprensión llegó muy hondo a Miley. Asintió.


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