–Disculpa... no quieres oír las divagaciones de un anciano. Deberíamos regresar adentro.
–En absoluto. Tan sólo es que no conozco a Ni... al Sr. Jonas muy bien –aclaró ella ruborizándose.
Miller la observó unos momentos en silencio. Hizo un gesto abarcando la mansión y las fabulosas vistas.
– ¿Ves todo esto? Me ha llevado años construirlo. Mi familia se marchó de este país avergonzada y yo lo que siempre he deseado ha sido regresar cargado de gloria.
–¿No es eso lo que va a suceder con la fusión?
Él encogió uno de sus huesudos hombros.
–En cierta forma. No como yo lo había imaginado, aunque voy a conseguir lo que deseo para mis hijos, tanto si ellos lo quieren como si no: volver a formar parte y ser aceptados por la sociedad ateniense. Pero la gloria última pertenece a aquel hombre, se la merece.
Ambos miraron a Nicholas, que se encontraba rodeado de una multitud. Miley sintió un escalofrío a pesar del calor que le hervía en el abdomen. Él le recordaba a un lobo solitario. Una cabeza más alto que los demás, seguro de sí mismo, enormemente sexy pero... solo. Ella nunca le había visto así y no le gustó el sentimiento de ternura que se le despertó.
En aquel momento la esposa de Miller se les acercó. Miller hizo las presentaciones y la pareja regresó al interior. Miley se giró hacia las vistas con la cabeza llena de interrogantes. Una fresca brisa le hizo abrazarse a sí misma. ¿Qué había querido decir Miller sobre Nick? ¿Le veía abocado a una vida vacía, motivado solamente por el ansia de éxito? No andaba desencaminado. Nick había dicho que aquella fusión era lo más importante en su vida. Y aun así...
Dio un respingo cuando sintió un cálido manto sobre sus hombros y oyó un grave:
–Deberíamos marcharnos. Mañana tenemos un día muy ocupado.
La chaqueta de Nick tenía su calor y su aroma, que la envolvieron haciéndola tambalearse mientras regresaban dentro. No dijo una palabra. Tenía los nervios de punta ante la idea de volver a compartir el asiento de un coche con él y la cabeza le explotaba con las preguntas que Miller había planteado.
Pero no tenía por qué haberse preocupado. Miller dejó muy claro que no tenía intención de tocarla. Miley se sentó en una esquina y contempló el paisaje mientras les llevaban de regreso al centro de la ciudad. Se giró hacia Nick.
–¿Tu familia no tiene casa aquí?
Advirtió que él se ponía en tensión. Respondió sin mirarla.
–Sí, la casa que era de mi padre, pero prefiero alojarme en un hotel.
–¿Por qué tu familia no sabe nada de la fusión? –se le escapó a Miley.
Él se giró tan bruscamente que ella casi dio un respingo.
–¿Qué te hace preguntar eso? –inquirió a la defensiva.
–Sólo me lo preguntaba –respondió ella encogiéndose de hombros.
–Ninguno de ellos lo sabe –dijo él secamente–. Y ya te he dicho que no deben saberlo. Para ellos, he venido tres semanas a comprobar el estado de la empresa en Atenas.
Miley apretó la mandíbula.
–Eso ya lo sé, y por supuesto no voy a decirles nada. Soy muy consciente de los términos de mi contrato.
Giró el rostro, atónita al sentir una honda emoción y ganas de llorar. ¿A qué demonios se debía todo aquello?
Él la tomó de la mano, haciendo que se le acelerara el corazón. No podía distinguir bien su rostro en la oscuridad del coche.
–Es complicado, ¿de acuerdo? Hay asuntos de familia entre ellos y yo y no necesitan saber lo de la fusión. Razones de seguridad...
–Eso es todo lo que tienes que decirme –afirmó ella soltándose de él y devolviéndole la chaqueta–. Ya no tengo frío, gracias.
Jefe y secretaria. Las líneas de demarcación estaban muy claras. Nick se reprendió por haber perdido el control antes. La hondura de su deseo le abrumaba. Agarró la chaqueta y observó a Miley girarse hacia la ventanilla. La curva de su pómulo y la caída de su pelo le tentaron a hacerle volver el rostro de nuevo, buscar sus cálidos labios y hundirse en su suave cuerpo.
Maldijo en voz baja. Se había jurado que no la poseería como un adolescente lleno de hormonas, pero ahí estaba desnudándola mentalmente y a punto de intentar seducirla de nuevo. Se quedó sentado muy rígido en su asiento todo el camino hasta el hotel. Nunca una mujer le había causado tanta frustración.
Al llegar al hotel, Miley se retiró apresuradamente. Él le dio las buenas noches y la dejó marchar. Luego se fue al bar y pidió un whisky. Iban a ser tres semanas muy largas.
Al final de la primera semana, Miley medio escuchó una pregunta de Nick mientras se hallaban en sus oficinas en el centro de Atenas.
Esencialmente, llevaban vidas separadas: mostraban un rostro benigno a la sede de Atenas y mantenían reuniones de máximo secreto con Miller al mismo tiempo. Las reuniones con la parte de Miller eran complicadas y técnicas, requerían toda la habilidad de Miley y mucho del limitado conocimiento legal que poseía.
Había conocido a la madrastra de Nick, Zoe, y a su hermanastro Liam en una reunión por la mañana. La madrastra era alta, delgada, fría y altanera. El hermanastro no se parecía en nada a Nick. Era rubio, más alto y con rostro de niño malcriado. Miley no necesitó mucho para darse cuenta de que tenía celos de Nick. Nada más verle, había fruncido el ceño, claramente detestando que el tenerle de vuelta le recordaba a todo el mundo quién era el auténtico jefe. Tras conocerles, no culpaba del todo a Nick por querer mantener las distancias.
–... para hacer acto de presencia en el baile benéfico de esta noche.
Miley reparó en que Nick le estaba hablando y elevó la vista.
–¿Perdona?
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