Ella elevó la mirada sorprendida. ¿Por qué sacaba él aquel tema? Tragó, presa de la culpa.
–No me pronuncio. Estoy aquí como asistente tuya, no para formarme una opinión personal.
Él se cruzó de brazos sumamente tranquilo.
–He visto las miradas que me lanzas, juzgándome. Y, cuando te encargué que le enviaras un regalo a Samantha Barks, no lo aprobaste.
Miley se ruborizó. Estaba tan tensa que podría romperse en cualquier momento. Era cierto, le había etiquetado como el típico hombre que habría cortejado a su madre. Independientemente de cómo le había visto tratar a las mujeres. Se sintió culpable de repente.
–De acuerdo. Creo que no fue muy profesional que me encargaras que le enviara un regalo de despedida a tu amante. No es asunto mío, me hizo sentir incómoda y me pareció que era cruzar la línea.
«Por no mencionar que me sentí enfadada y desilusionada al respecto», pensó.
Se sentía tan recatada como una madre superiora y no pudo mirarle a los ojos, convencida de que él debía de estar riéndose de ella.
–Tienes razón. No volveré a pedirte algo así.
Ella lo miró sorprendida: él no estaba riéndose, lo decía en serio. –Para ser sincero, Miley, lo hice para provocarte una reacción... y tú me la ofreciste. Ella frunció el ceño y sacudió levemente la cabeza.
–Pero ¿por qué?
Él encogió un hombro con despreocupación y sin dejar de mirarla.
–Porque percibía algo en ti, bajo la superficie...
Posó su mirada en los senos de ella elevándose y descendiendo con la respiración. Volvió a mirarla a los ojos y a ella se le detuvo el corazón.
–Y de pronto me di cuenta de que estabas causándome una desmedida... frustración. Te culpé por el hecho de tener que decir adiós a una amante perfectamente apropiada.
Aquellas palabras desataron una explosión en Miley, quien intentó contenerla, pero estaba atónita ante la insinuación. Entrelazó fuertemente sus manos y las escondió en su regazo.
–Ya te lo he dicho, Nick, no estoy interesada en nada de ese tipo. Si te he dado esa impresión, lo siento de veras.
Él se apoyó en la mesa y se inclinó hacia delante con ojos brillantes.
–Déjate de condescendencias. Me das esa impresión cada vez que me miras. Ahora, por ejemplo. Eres enormemente consciente de dónde está mi pierna, de lo cerca que está de la tuya bajo la mesa...
–No sigas –le rogó ella.
No podría resistirse a más palabrería.
– ¿Lo ves? –dijo él triunfal–. Me deseas, Miley. Puedo olerlo desde aquí. Pero no te preocupes. No soy uno de esos jefes lascivos que vaya a colocarte en una posición comprometida. Vendrás a mí, es sólo cuestión de tiempo.
Miley se sentía indecentemente húmeda entre sus piernas. Se sonrojó aún más. ¿El deseo tenía olor? ¿Desde cuándo admitía ella que era deseo y no una simple reacción humana? Se puso en pie. Necesitaba marcharse.
Al pasar a su lado, Nick la sujetó por la muñeca. Ella lo miró y vio cómo la acercaba a su boca y besaba la sensible piel de la parte interna, primero con los labios y luego con la lengua. Ella dio un grito ahogado, más de deseo que de disgusto, retiró la mano y salió corriendo hacia el aseo en la parte trasera del avión seguida por la risa burlona de él. La tranquilidad que había experimentado las últimas semanas se había esfumado. Él sólo había estado esperando el momento oportuno.
Se encerró en el aseo con manos temblorosas y se contempló en el pequeño espejo. Debía aceptar el hecho de que deseaba a aquel hombre. No sólo por su indiscutible carisma, sino por todo él y por el efecto que le causaba, un deseo que ella había asumido que nunca sentiría. Salvo que sí lo estaba haciendo. Y era un millón de veces peor de lo que se habría imaginado.
Aquello era una catástrofe dado que ella se había dedicado a una vida que prometía ofrecerle el tipo de pasión que podía manejar: segura, estable, poco emocionante. No se había propuesto ser célibe, esperaba casarse e incluso tener hijos algún día, pero nunca había imaginado la sensación de plenitud que la invadía en aquel momento.
Inconscientemente, se había dejado el pelo suelto y en aquel momento se lo recogió en un moño apretado. Luego se puso sus gafas. Las había llevado consigo, pero no la había usado en toda la semana, asustada por lo que Nick pudiera decirle, pero necesitaba enviarle un mensaje claro y contundente: Miley Cyrus no estaba disponible ni interesada. Nunca lo estaría.
Si se lo repetía muchas veces, tal vez llegara a creérselo.
Aunque debería estar riéndose ante la reacción de Miley, Nick no lo estaba haciendo. Su cuerpo nunca había estado tan enfocado a algo: su satisfacción carnal, y con aquella mujer. Ardía de pies a cabeza. La última semana había sido una tortura. Habían trabajado tan cerca uno del otro que él había necesitado toda su fuerza de voluntad para no dejar a un lado los papeles, tumbarla sobre el escritorio y tomarla allí mismo.
Lo único que le había frenado, aparte de la necesidad real de preparar la fusión, había sido la propia reacción de Miley. Cualquier otra mujer, al conocer que él la deseaba, se habría lanzado a sus brazos. Pero ella no. Ella le había evitado a toda costa, saliendo disparada cada noche y regresando temprano en la mañana, escondida tras sus anodinos trajes respetables.
Eso le excitaba y le tenía perplejo. Nunca se había topado con algo así. Aquello estaba elevando sus expectativas y su presión sanguínea. Era demasiado orgulloso como para forzar a Miley y, aunque sabía que ella estaba a punto de alcanzar la cúspide, no sería él quien la obligara.
Cuando el deseo la acuciara, ella acudiría a él y aquella acumulación de deseo explotaría en un fuego de satisfacción mutua.
Oyó abrirse la puerta del aseo y se removió en su asiento para aliviar la constricción en su entrepierna. Hojeó algunos papeles con irritación: él no era un hombre que se resignara.
De momento usaría el trabajo para tranquilizar su pulso desbocado. No dejaría que ella advirtiera la frustración que lo atenazaba. Así que, cuando ella se sentó frente a él, con su aroma tan femenino y tan opuesto a su recatada apariencia, que lo excitó aún más, Nick casi gimió.
Reparó en que ella se había recogido el cabello y puesto las gafas. «De acuerdo, si es así como lo quieres», pensó con una ola de adrenalina.
Sacó su ordenador portátil y envió un seco correo electrónico a su asistente en Atenas recordándole que lo tuviera todo preparado para cuando aterrizaran dentro de dos horas. Para alguien con su dinero y recursos, lo que él había pedido no debería ser difícil de conseguir. Y, conforme se recostaba en su asiento, advirtió de nuevo que se sentía más vivo que en muchos meses.
El hecho de que la fusión de nuevo quedara relegada a un segundo plano hizo sonar una débil alarma en su conciencia.
Algunas horas después, Miley se sentaba en la cama de una grandiosa suite en uno de los hoteles más caros de Atenas. Nunca había visto tanta opulencia. Nadie levantaba la voz. Incluso ella le había dado las gracias en un susurro al botones que le había llevado hasta su habitación.
Sonrió sardónica. Por supuesto, el propio director del hotel había llevado a Nick hasta su habitación, la suite Royal. Ella se alojaba en otra suite más pequeña a su lado, aunque no tenía intención de utilizar las puertas que los conectaban. Ya estaba demasiado cerca de su jefe para su comodidad.
Inquieta, se paseó por la habitación y contempló las vistas de la plaza Syntagma. No esperaba que Atenas fuera tan elegante. Había visto la Acrópolis a lo lejos y le había inundado una ola de alegría. Aunque durante su ajetreada niñez había viajado mucho, nunca se cansaba de ver monumentos famosos.
Había advertido que, cuanto más se acercaban a Atenas, Nick se ponía más nervioso hasta que, mientras salían del aeropuerto, con él sujetándola firmemente del codo, echaba chispas. Y no tenía nada que ver con ella, se debía a tener que tratar con su madrastra y su hermanastro, sospechaba. No existía amor entre él y su familia o su hogar de nacimiento. Miley se preguntó por ello... hasta que se dio cuenta de lo que hacía y cortó con esos pensamientos.
Miró su reloj. En una hora tendrían un encuentro informal con Miller y su equipo y ella todavía tenía que asearse y cambiarse, pero no había rastro de su equipaje. Telefoneó a la recepción y, al oír a la empleada, frunció el ceño.
– ¿Quiere decir que mi ropa está aquí? Pero si todavía estoy esperando mi maleta...
–Si mira en su armario, Srta. Cyrus, encontrará todo colocado y listo para usar. La cómoda también está llena de cosas.
Miley le dio las gracias débilmente y colgó. Sabía que Nick con su dinero podía hacer casi todo. ¿También hacer llegar su maleta y que alguien la deshiciera sin que ella se diera cuenta? Con un presentimiento hormigueándole por la espalda, abrió la puerta del armario y ahogó un grito.
Estaba repleto de todas las prendas que una mujer podría desear. Miley recorrió vestidos, trajes, pantalones, camisas, chales y gorros sintiéndose cada vez más mareada conforme lo hacía. Y todo tipo de calzado se alineaba bajo la ropa colgada.
Se apartó casi con horror del armario y abrió la cómoda. Allí había ropa por valor de miles de euros y ninguna prenda era suya. Sacó una camiseta de pronunciado escote en V y se estremeció al imaginarse con ella puesta. Y de pronto cayó en la cuenta: Nick.
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Este capi va dedicado a mi Sis Saruch!!! espero te guste tu capi beshitoss OSHITAAA...
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