domingo, 29 de enero de 2012

"The Wild Walk" Cap 57


—Infiernos, no. Por lo general toma una siesta.
—Así que es por mí.
—Sí, nena, lo siento. Es por ti.
Ella suspiró y siguió leyendo, intentando ignorar al hombre que trataba de hacer un agujero en el suelo de madera frente a ella. Excepto que el chirrido de sus botas hacía que ignorarlo fuera imposible.
Tac, tac, tac, tac.
Emitió un suspiro indignado y dejó caer el libro en su regazo.
—Nick, estoy armada —dijo ella, fulminándolo con la mirada con la esperanza de que entendiera su completa frustración. Había alcanzado el límite de su paciencia—. Si no dejas ese maldito caminar llevaré a cabo una práctica de tiro al blanco con tus pies.
Y no sólo era ella, porque los demás en el área de reunión también contemplaban a Nick y no de una manera agradable.
—Bien —ladró él en respuesta, dejándose caer en la silla más cercana.
—Gracias.
Sólo quería tranquilidad. Unos minutos de silencio para relajarse y poner sus ideas en orden. Sabía que las siguientes horas serían intensas y no quería ponerse nerviosa en ese momento. La calma era esencial porque si se dejaba dominar por los nervios cuando todo pasara, podrían perderlo todo, incluso la oportunidad de abatir a Richardson y Productos Farmacéuticos Delor.
Por suerte, Nick se calmó, ella se sumergió en su libro y sintió que la tensión se desvanecía. Al menos hasta que Grange entró.
—¿Todos listos?
Fin de la relajación.
Se puso de pie y asintió cuando Grange se acercó a Nick y a ella.
—No te preocupes por nada. Todos estaremos pendientes de ti.
—No estoy preocupada. —Al menos no mucho.
Subió a un vehículo que habían equipado con un dispositivo de rastreo, por si acaso. Los chicos siguiéndola en coches la monitorearían con el GPS. Cada contingencia había sido planeada por “por si acaso”.
Ella condujo lentamente y los demás la siguieron, unos en motos, otros en coches. Algunos conducían un par de muscle cars, uno un alucinante Lexus y el otro un abollado Impala. Los demás se mezclarían de una u otra forma, pero las motos no serían aparcadas donde Richardson pudiera ubicarlas. Ya que Nick y ella habían dejando el museo en una, él no quería darle alguna razón para pensar que esto era una trampa si Belanfield andaba por allí.
Deseaban que Richardson creyera que Miley hacía esto sola.
Cuando Miley llegó al restaurante, sabía que los demás estaban en sus posiciones. Había tomado calles principales en vez de la carretera, había dado múltiples vueltas y desandado su camino un par de veces.
El restaurante era uno de esos sitios pertenecientes a las grandes cadenas, muy populares. El menú ofrecía una variedad de platos y el lugar siempre estaba lleno.
Entró en el aparcamiento del restaurante, siendo lo bastante afortunada para encontrar un lugar justo enfrente ya que un coche salía cuando ella llegaba. Un vistazo rápido a su reloj le dijo que tenía aproximadamente diez minutos de más antes de que llegara la hora designada para reunirse con Richardson. El virus falso estaba guardado con esmero en un bolso que no le haría llamar la atención cuando estuviera al descubierto. El restaurante estaba bien iluminado, así que no preveía ningún problema.
Esos diez minutos fueron los más largos de su vida. Se quedó en el coche, observando los alrededores, en sus espejos laterales y retrovisor, a cada minuto que pasaba sentía más y más nudos en el estómago. Respiró profundamente, convenciéndose a sí misma de que este plan iba a marchar bien, sin ningún sobresalto.
Finalmente, llegó la hora. Se colocó el bolso sobre el hombro y salió del coche, oteando el aparcamiento y la intersección. Incluso ella no podía localizar a los otros Moteros Salvajes.
Los tíos realmente eran buenos en ocultarse a plena vista.
Había un banco desocupado enfrente. Ya que eran las ocho de la noche y muy cerca de la hora de la cena, el local estaba abarrotado.
La gente entraba, unos cuantos holgazaneaban en el exterior, sin duda esperando que les dieran mesa. Justo como ellos habían querido así no estaría sola cuando se encontrara con Richardson. Miley se sentó en el banco y asumió una postura ocasional, intentando verse como si estuviera esperando a alguien.
Una sedan negro entró en el aparcamiento, sus ventanas polarizadas eran tan oscuras que no pudo ver nada por ellas salvo por el parabrisas delantero. El conductor usaba un sombrero negro que le protegía el rostro, así que no pudo reconocerlo. Miley se tensó mientras el coche pasó frente al restaurante, para luego reducir su marcha hasta detenerse. La puerta trasera se abrió y un hombre salió, el corte de sus ropas gritaba dinero. Su porte exudaba mando, desde sus acerados ojos grises hasta su blanco cabello alisado hacia atrás y la expresión de sus rasgos patricios de que no aguantaba-ni-una-pizca-de-mierda. La reconoció y ella se puso de pie, dirigiéndose hacia su coche.
Ese debía ser Richardson, aunque nunca hubiera conocido al hombre. Él había tratado con su jefe en persona y con ella sólo había hablado por teléfono.
—¿Señorita Cyrus?
—Señor Richardson.
—No podemos hacerlo aquí —dijo él—. Está demasiado lleno.
Ella dejó que sus labios se curvaran en una sonrisa.
—Esa es la idea, ¿verdad?
—Es totalmente inaceptable. Incluso la policía ronda esta área para mantenerla segura.
Miley se encogió de hombros.
—No es mi problema.
Él arqueó una ceja.
—¿Es eso lo que quiere? ¿Qué nos atrape la policía?
Ella resopló y se apoyó contra su reluciente sedan, ganándose un ceño fruncido.
—Mierda, no. Entonces no conseguiría mi dinero.
—Si le doy una maleta llena del dinero y por su parte me entrega el virus aquí afuera frente a este restaurante, se verá como si se llevara a cabo una transacción de drogas. Sin contar, que hay cámaras de vigilancia.
—¿Qué?
Él señaló con la cabeza hacia el frente del restaurante y el área de aparcamiento.
—En verdad es usted discreta cuando se les queda mirando boquiabierta —añadió él.
Miley se dio la vuelta tan discretamente como pudo, pero muy segura de que él tenía razón. Las cámaras estaban puestas en las esquinas del restaurante enfocando hacia el área del aparcamiento y en los extremos del mismo, dirigidas hacia el frente del restaurante.
—Sonría —dijo Richardson—. Está en Cámara Indiscreta.
Mierda.
—No sabía nada sobre las cámaras —esa parte era cierta. No les había prestado la más leve atención. ¿Grange sabría de estas cuando seleccionaron el restaurante? Lamentó que no haber estado en contacto con él. Con los micrófonos escondidos en su bolso, sabía que ellos la oían, pero no podía comunicarse con los otros Moteros Salvajes.
Maldición. ¿Y ahora qué?
—Entre en el coche conmigo. Daremos un pequeño paseo.
Su corazón palpitó con tanta fuerza que la sangre zumbó en sus oídos haciendo que apenas pudiera oír sus propios pensamientos. Pero se mantuvo fría y cruzó los brazos.
—Le dijo la araña a la mosca. ¿Cuán estúpida cree que soy?
—Señorita Cyrus, como ya he dicho, hay cámaras de vigilancia aquí. Si desaparece o muere, mi cara está ahora en esas cámaras como la última persona que la ha visto. Eso inmediatamente haría de mí el principal sospechoso. Así que para usar sus propias palabras… ¿cuán estúpido cree que soy?
Bien, él tenía un punto. No le gustaba, pero lo más importarte era devolverle el virus y ver hacía donde lo llevaba. Si entraba en su coche los chicos la seguirían. ¿Richardson sería tan estúpido como para atacarla?
Tenía unos cuantos segundos para tomar esta decisión y no quería perderlo. No cuando estaban tan cerca de cerrar este caso definitivamente.
—Quiero mi dinero —intentó verse ambiciosa y desesperada.
—Entonces vamos. Sólo tardará un momento y luego puede seguir su camino. Simplemente no quiero hacer esto tan en público.
—Tengo una mejor idea. —La idea la golpeó—. Lo seguiré en mi coche. Es ese mustang azul justo allí. —Mucho más seguro.
Lo señaló echando la cabeza hacia atrás, él la siguió con los ojos y luego enfocó la mirada de nuevo en ella.
—La precaución ante todo, ¿verdad?
—Es lo que me ha mantenido viva tanto tiempo, señor Richardson. No, es que crea tiene un plan desagradable o algo así pero no me sentiré cómoda en su coche mientras nos dirigimos a algún lugar desconocido. ¿Puede culparme por eso?
Ahora era su turno para considerar. Ella esperó.                    
—Muy bien —dijo él—. Sólo recorreremos unos pocos y cortos bloques. A un lugar menos… concurrido y sin cámaras que nos impliquen.
Miley asintió.
—Me parece bien. Lo seguiré.
Se alejó del coche y regresó al suyo, esperando por todos los medios que los chicos se imaginaran como seguirlos sin ser detectados ya que ella no tenía ningún móvil. Confió en que supieran hacer su trabajo.
El coche de Richardson arrancó y ella lo siguió, salió del aparcamiento y entró a la intersección principal. Observó por el retrovisor, pero no reconoció a ninguno de los coches o motos de los Moteros Salvajes.
Sin embargo, estaban en algún sitio allí afuera. Lo sabía.
—Chicos espero que hayan oído todo —dijo en el micrófono diminuto escondido en el coche. Si se fiaba de su palabra, ellos no andarían lejos. Había un centro comercial cerca y se dirigieron hacía allí. Ella llegó junto con él. El centro comercial no tenía mucha concurrencia, muchas tiendas estaban cerradas, pero al menos no la había llevado a un callejón. Había muchos sitios para que los chicos mantuvieran su vigilancia y entraran si ella necesitaba ayuda.
De todos modos, el lugar de reunión había cambiado. Podría estar por su cuenta. Desde su punto de vista tenía dos opciones aquí, alejarse y perder la oportunidad de seguir a Richardson después que tuviera el virus en la mano o arriesgarse a que él sospechara que pasaba algo y que simplemente se negara a hacer el intercambio. Estaba actuando por puro instinto y este le decía que Richardson sólo deseaba el virus.
Miley salió de su coche y Richardson abrió la puerta trasera, haciéndole señas para que se acercase. Una brisa se levantó y azotó su cabello. Recorrió con la mirada el lugar sin ver otra vez a los chicos. No obstante, sabía que estaban en algún lugar cerca.
Debían estarlo.
Se dirigió hacia la puerta del coche.
—Necesito que mi hombre la registre, para asegurarnos que no lleva micrófonos.
Ella lo esperaba. Por eso el coche y su bolso eran los que llevaban los micrófonos, no ella.
—Bien.
El conductor la registró y asintió hacia Richardson.
—¿Dónde está? —Preguntó Richardson.
Ella se apoyó contra un lado del coche.
—En este bolso.
—Entre en el coche, por favor.
El conductor sostuvo la puerta abierta para ella. Miley guardó su distancia.
—Dígale que se siente en el asiento para pasajeros delantero y lo haré. Quiero que mi puerta permanezca abierta.
Richardson le dirigió una mirada de total exasperación, como si ella le molestara. Y mucho. Pero él asintió a su conductor.
—Hazlo.
El conductor se movió y se deslizó en el asiento de pasajeros delantero y Richardson se movió para hacerle sitio a Miley. Sólo entonces Miley tomó el asiento desocupado por Richardson, pero dejó la puerta abierta.
—¿Tiene el dinero? —Quería asegurarse que creyera que el dinero era su principal motivación.
—Aquí mismo. —Acarició un desgastado maletín junto a él.
—Déjeme verlo.
Richardson llevó el maletín sobre su regazo, tiró de los pestillos y levantó la tapa. Miley hizo un cálculo rápido por las cantidades que vio en la cima, aunque el dinero no fuera relevante.
Ella se aseguró de parecer apropiadamente asombrada y hambrienta.
—Considerando la gran riqueza de su padre, estoy sorprendido de que el dinero sea tan importante para usted —dijo Richardson.
Miley arqueó una ceja.
—¿Cómo lo supo?
Él cerró el maletín con una sonrisa satisfecha.
—Forma parte de mi negocio saber con quién hago tratos, señorita Cyrus. Lo sé todo sobre usted, desde a que escuela y universidad fue, hasta su hoja de servicio con el Departamento de Policías de Dallas y su posición con la firma de investigación privada en Chicago.
Ese tipo estaba bien informado.
—Así que conteste a mi pregunta. Su padre es un hombre muy rico. Estoy seguro que podría tener todo lo que quisiera. ¿Por qué hace esto?
Ella se encogió de hombros y se recostó contra el asiento, estirando las piernas.
—Mi padre no se sintió feliz con la carrera que elegí. Deseaba que entrara en el negocio de él. Tenemos algunos… desacuerdos desde que entré en la academia de policía.
Richardson asintió.
—Le cortó los fondos.
—Sí. Hace varios años.
—No le gustó eso.
Ella resopló.
—Lo odié. En un principio pude haber querido tomar las riendas de mi carrera, pero comencé a perder las cosas más finas, el estilo de vida al cual me había acostumbrado.
Los labios de él se curvaron en una débil indirecta de una sonrisa.
—Puedo apreciar a una mujer que disfruta de los lujos.
—Ese dinero asegurará que pueda vivir otra vez la clase de vida a la que estoy acostumbrada. Y nadie sabrá jamás como lo conseguí ya que estoy emparentada con un hombre muy rico. No sería en absoluto extraño que viviera un estilo de vida opulento, sabiendo quién es mi padre.
—¿Lo ha planeado todo, verdad?
—No lo hice en un inicio, pero después de que me vi implicada en todo esto y de que averigüé lo que en verdad se había robado del museo, hice un plan. Sólo tuve que encontrar el momento correcto para conseguir el vial y escaparme con él, así que reuní las piezas y me figuré que quien estaba detrás de todo esto era usted.
—Es muy buena en su trabajo.
Ella sonrió, pensando en la última satisfacción que conseguiría cuando Richardson estuviera entre rejas.
—Gracias.
—Déjeme tener el vial, por favor.
Miley le pasó el bolso. Richardson sacó el contenedor de plexiglás, inspeccionó el vial dentro de este y asintió. Y luego le entregó a ella el maletín.
—¿Entonces, qué planea hacer con esa cosa? —Preguntó Miley.
Richardson frunció el ceño.
—¿Tiene alguna idea de lo que es?
—No. El tío con el que estaba no me lo contó. Dijo que no lo sabía, sólo que valía mucho dinero, así que me propuse obtener mi parte del pastel. Sólo fue cuestión de tiempo para que confiara en mí, entonces se lo robé y me puse en contacto con usted.
Richardson pareció considerarlo durante un momento.
—No puedo imaginar cómo lo logró.
—Tengo mis métodos —dijo ella, moviendo las largas pestañas de tal forma que no tuviera duda de su sentido.
—Estoy seguro de eso.
Vaya forma de mirarla… Dios, ese tipo era un lambiscón. No podía esperar la hora para perderlo de vista.
—¿Me dirá entonces qué es esa cosa?


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