—Ahora eres libre para regresar a Chicago. Llamar a tu jefe y
hacerle saber lo que estaba pasando.
—Lo que estás diciendo, es que ya no me quieres más por aquí.
—Oh, tú puedes sanar y esas cosas. Pero creo que sería mejor si
te marchas.
Miley descartó el imperioso deseo de volcar la taza de café en
la entrepierna de Nick. Estaba actuando como un cavernícola y un completo
imbécil, pero ella sabía por qué.
Tenía miedo de perderla.
Así que mientras estaba furiosa como el diablo por el
comportamiento de macho alfa insensible, también sabía que estaba tratando de protegerla
echándola de su vida, porque la amaba.
No iba a permitirlo.
—Crees que sería mejor que me fuera.
—Hostias, creo que mi programa de televisión favorito está
comenzando —dijo AJ, levantándose rápidamente del sofá como si se hubiese
prendido fuego.
—El mío también. —Rick se fue detrás de él.
—Quédense ahí —dijo Miley—. No tienen necesidad de huir, ninguno
de ustedes.
—Hay una discusión en ciernes. Una discusión hombre-mujer. No
queremos ser parte de esto —dijo Spencer.
Miley arqueó una ceja.
—Y aquí todo este tiempo pensando que eran tíos duros.
—Las hembras enojadas son peores que cualquier enemigo que
podamos enfrentar —dijo AJ.
—Es gracioso. Y para vuestra información no voy a ninguna parte,
a menos que todos hagáis una votación secreta y decidáis que fui una molestia,
no deseada. —Apoyó la taza en el borde de la mesa y se cruzó de brazos.
Todos ellos se quedaron en silencio, obviamente inseguros de si
querían tomar partido en contra de Nick u obtener la furia de Miley.
—Pienso que eres valiente, talentosa y audaz y tienes muchísimo
que ofrecer a nuestra organización. Se puede confiar en ti, estás bien
entrenada y sacaste un buen disparo hacia Belanfield antes de que él te
noqueara. —Grange permaneció de pie delante de ella—. Creo que podrías necesitar
un pequeño aprendizaje, como cuándo no dar un paso delante de uno de los
miembros de tu equipo para recibir una bala y cuándo mantenerte apartada de la
emoción del juego, pero aparte de eso, creo que serías una buena integrante del
equipo de los Moteros Salvajes. Pero si trabajas para nosotros, no te serán
asignados casos con Nick. Ustedes dos pueden ser peligrosos el uno para el
otro.
Obviamente Grange no tenía problema en decir lo que pensaba.
Ella sonrió ante su elogio y entendió sus inquietudes.
—Gracias. Y tienes razón. Dejé que mi preocupación por Nick me
obnubilara. No volverá a suceder.
—No va a ocurrir para nada. Ella no se queda.
Miley se negó a oír la queja de Nick, especialmente porque su
argumento no tenía validez.
—Necesito un baño. Nick, ¿te importaría ayudarme a subir?
Él no podía discutir muy bien sobre eso, así que la levantó y Miley
dijo buenas noches a los hombres… Dios mío, qué hora era, de todos modos… tenía
que ser medianoche.
La llevó a la habitación y la colocó sobre la cama.
—Voy a hacer correr el agua de la bañera para ti. Quédate aquí.
Necesitarás que te ayude.
Asintió con la cabeza, no quería discutir con él. Aún se sentía
sucia, la sangre todavía endurecida en la herida y quería lavarse el cabello. Nick
la ayudó a entrar en la bañera. El baño se sentía maravilloso y ella dejó el
brazo herido por encima del nivel del agua. Cerró los ojos y se relajó.
—Puedo lavarte el cabello, si lo deseas.
Miley sonrió, sabiendo que Nick no había salido del baño, no la
dejaría allí sola. Había estado velando por ella desde el momento en que se
habían topado en el museo en Chicago.
A su manera equivocada, con su idea de deshacerse de ella
todavía la estaba protegiendo.
Sólo que no iba a funcionar… ella no se iba.
—Me encantaría.
La dejó sola el tiempo suficiente para encontrar una jarra de
plástico, luego la llenó de agua caliente para mojándole el cabello y echó
champú sobre sus manos. Miley dejó escapar un suave gemido de éxtasis absoluto
mientras él le masajeaba la cabeza.
—Tus dedos son mágicos.
—Me gusta tocarte.
Ella suspiró. Era realmente bueno lavándole el pelo, frotándole
tiernamente el cuero cabelludo y el cuello, tomándose en ello su tiempo en
lugar de tomárselo como si fuera algo que hacer con prisas. Le echó la cabeza
hacia atrás mientras la sostenía por el cuello con la palma de la mano y vertía
agua limpia sobre su cabello para aclararlo. Incluso repitió el proceso con el
acondicionador.
Cogió la esponja y le enjabonó el cuerpo, sumergiéndola en el
agua y frotándole las piernas, las caderas, los brazos, rodeando su herida.
Tuvo especial cuidado con el sitio en el que le habían disparado, usando una
manopla para retirar suavemente la sangre seca.
—¿Duele?
Se inclinó sobre la bañera, su cara a centímetros de la de ella.
—No.
—Te dispararon casi en el mismo lugar en que a mí esa noche en
el museo.
Ella hizo un amago de sonrisa.
—Tendremos cicatrices a juego.
Él presionó sus labios contra los suyos, rozándolos suavemente. Miley
aguantó la respiración, el momento tan dulce y mágico. El vapor del agua del
baño se alzó entre ellos y su corazón palpitó. Él se echó hacia atrás, su
mirada negra encendida.
—Ver cómo te disparaban me revolvió las entrañas, Miley.
Ahora no estaba actuando como un estúpido y ella se dio cuenta
de la profunda emoción reflejada en sus ojos.
—Lo siento. No estaba intentando conseguir que me dispararan.
—Tuve que hacer mi trabajo, ignorando que estabas tendida ahí en
el vestíbulo, posiblemente desangrándote hasta la muerte, quizás incluso ya
muerta. ¿Sabes cómo me hizo sentir eso?
—Sí. —Porque de haber sido al revés, se habría vuelto loca. Se
estiró hacia él y acunó su mejilla con la palma de la mano—. Quería protegerte,
aunque tenía un buen disparo sobre Belanfield.
—Como dijo Grange, tú no puedes hacer eso. Estaba a punto de
sacar mi arma cuando me empujaste a un lado como si fueras alguna clase de
súper héroe y acabaste por ponerte a tiro. No puedes permitir que las emociones
dirijan el juego, Miley.
—Sí, pero te amo.
—Yo también te amo. No puedo trabajar contigo, sabiendo que
arriesgarías tu propia vida por la mía.
Ella sonrió.
—Eso es lo que hace la gente que se ama. No me pidas que cambie
eso, porque no podré. ¿Podrías tú?
Él cerró los ojos durante un segundo, después los abrió y negó
con la cabeza.
—No. Me imagino que no podría.
—Así que, ¿dónde nos deja eso?
—No lo sé. No quiero que corras esa clase de riesgos.
Ella suspiró.
—De acuerdo. Trabajaré en ello.
—Vas a tener que hacerlo. No puedes hacer esto y dejar que la
emoción te gobierne el juicio. Grange nunca te dejará quedarte si lo haces.
—Grange dijo que no podemos trabajar juntos —dijo frunciendo los
labios con desilusión.
—Puedo hacerlo cambiar de parecer. Pero él tiene razón. Tenemos
que ser capaces de hacer nuestros trabajos, ambos, sin emoción.
—¿Puede cualquiera de nosotros hacer eso? —Preguntó.
Nick se encogió de hombros.
—No lo sé, nena. Estoy preocupado por ti.
Ella lo estudió durante un minuto, después asintió.
—Nunca quise tener miedo de hacer lo que adoro hacer, Nick. Mi
padre trató de impedirme hacerlo. En verdad me gusta esto. Es emocionante,
satisface mi amor por la aventura y la aplicación de la ley. Es todo lo que una
vez quise y no está al alcance de la influencia de mi padre.
—Y si te digo que no puedes hacer esto, que me niego a trabajar
contigo porque es demasiado peligroso para ti, no seré mejor que tu padre.
—Yo no he dicho eso.
—No tienes que hacerlo. Yo lo hice.
Ella sabía que esto era difícil para él, que él la amaba y
quería protegerla. Pero también sabía que tenía que permitirle ponerse de pie
por sí misma, que tenía que permitirle la libertad para crecer y hacer lo que
realmente quería hacer, lo que amaba hacer.
—Te amo, Miley. Nunca dejaré de preocuparme por ti cada vez que
estés haciendo algo peligroso. Si no me preocupo, significaría que no me
importa. Pero sería diez veces imbécil si me interpusiera en el modo en que
haces realidad tus sueños. Si es lo que realmente quieres, entonces no me
interpondré en tu camino.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Él realmente lo entendía.
—Ayúdame a levantarme.
Él deslizó la mano bajo su brazo, después alcanzó una toalla y
la envolvió a su alrededor, secándola suavemente después de sacarla de la
bañera.
—¿Ahora qué? —Preguntó él.
—Ámame. Hazme el amor. Necesito sentirte dentro de mí.
Él le echó un vistazo a su hombro.
—Tu brazo…
—Está bien. Soy resistente, Nick. No me romperé. Pruébame.
Sacudió la cabeza y la acercó, deslizando los labios sobre los
suyos. Miley sintió la oleada de poder; la misma chispa que había sentido con Nick
desde la primerísima vez y probablemente siempre sentiría. Su cuerpo se
ruborizó por el calor, sus pezones se endurecieron mientras Nick la aplastaba
contra él. E incluso aunque sentía la tensión de su necesidad, él fue cuidadoso
con su hombro, depositándola suavemente en la cama.
Nick la siguió, deslizando la mano sobre su cadera.
Su caricia era tan tierna, como si la reverenciara.
—Te dije que no me rompería —dijo ella.
—Sé que no lo harás. Pero pensé que te había perdido esta noche.
Así que vas a tener que lidiar con el hecho de que tengo que aprenderme cada
centímetro de tu cuerpo nuevamente.
Su tipo duro, el que pensaba que no se preocupaba por ella.
Estaba tan equivocada. La profundidad del alma de Nick la asombró; la manera en
que la tocaba era como la lava, sus yemas como fuego fundido a lo largo de su
piel.
Se tumbó a su lado, su cuerpo presionado contra el suyo. Su
polla estaba dura, tan rígida y hermosa que quería tocarla.
Estiró la mano, pero Nick se la cogió y la apoyó contra la cama.
—Relájate. Déjame tocarte.
Deslizó la mano a lo largo de su cadera, bajo su muslo, dejando
que sus dedos recorrieran el interior del mismo. Ella suspiró y separó las
piernas, necesitando sentir sus dedos separando los pliegues de su coño y
hundiéndose dentro donde estaba húmeda y necesitada de él. Necesitaba que Nick
liberara la tensión dentro de ella.
Pero no la tocó allí, en su lugar, evitó la zona dulce para
acariciar de nuevo su cadera, palpando su cintura, deslizando los dedos
alrededor de su vientre. Se le tensaron los músculos del abdomen mientras se
reía.
—Eso hace cosquillas. Pensé que se suponía que tratabas de
relajarme.
Él le dedicó una sonrisa malvada.
—Estoy trabajando en ello.
Ella se puso de rodillas, plantando los pies en el colchón.
—Tengo una gran idea. Frota mi clítoris. Haz que me corra. Es
muy relajante.
—Eres muy directa.
—Sé lo que me gusta.
—Llegaré ahí. Sé paciente. Aún estoy acariciándote.
Ella dejó escapar un resoplido. Un resoplido bajo, sólo para que
él supiera cuán rápido estaba perdiendo la paciencia.
Aparentemente no le importaba, porque le sonrió abiertamente con
mirada aviesa y deslizó la mano hacia arriba, alrededor de sus pechos.
No. ¡No hacia arriba! Hacia abajo. En ese momento, él acunó sus
pechos, dejando que sus manos se deslizaran bajo la ropa para apretarlos entre
sus dedos. Y entonces agachó la cabeza y tomó su pezón en la boca y oh, fue tan
dulce. La sensación se disparó rápida y directa hacia abajo, mojada y caliente
en su centro, haciendo temblar su clítoris. Se arqueó e inmediatamente se
estremeció por el dolor de su hombro.
—Nena —dijo, empujándola hacia abajo por la cintura—. Túmbate y
relájate.
—No puedo. Necesito…
—Shhh, sé lo que necesitas.
Se colocó entre sus piernas, descansando sobre su cintura y
besándola en el interior del muslo.
—No levantes el hombro. No te muevas —dijo, murmurando contra su
pierna—. Si te haces daño de nuevo, pararé.
—Sí, señor. —Se apoyó contra el colchón, determinada a no mover
la parte superior del cuerpo. Quería que lamiera su coño y haría cualquier cosa
por un orgasmo.
Pero cuando su lengua se deslizó hacia afuera y la lamió a lo
largo de la vulva, deslizándose hacia arriba a través de su clítoris, supo que
iba a ser una tortura estarse quieta porque ella quería salirse del colchón.
Las sensaciones se dispararon a través de ella, cada terminación nerviosa
volviendo a la vida. Su lengua era como terciopelo caliente a lo largo de su
carne sensible haciéndola arquear las caderas por más.
Después presionó sus labios contra ella, cubriendo su clítoris,
usando su boca y su lengua para conducirla hasta el borde. Cuando añadió los
dedos, deslizando dos dentro de su coño, supo que estaba perdida. Trató de
estarse quieta, realmente lo intentó, pero ahora mismo no le importaba si se
hacía daño en el hombro o no. De cualquier modo estaba más allá de sentir
dolor. El puro placer lo había eclipsado.
Nick era el diablo y le estaba dando el paseo de su vida,
directamente por los fuegos más dulces del infierno, doblando los dedos en su
interior, deslizando su lengua sobre ella y succionando su clítoris.
Empuñó las sábanas, levantando el culo y navegando sobre el
borde del orgasmo, dejando aflorar desde su interior un grito ronco cuando el
fluido caliente se derramó dentro de ella. Se estremeció y se restregó contra
su cara, mientras él continuaba torturándola durante las réplicas hasta que la
hizo jadear.
Entonces él avanzó lentamente, encajando su polla contra su coño
e introduciéndose dentro de ella al mismo tiempo que tomaba su boca. El sabor
salado y dulce de Nick se mezcló en su lengua mientras él conducía su polla
hacia sus profundidades, pero con suaves empujes. Lo rodeó con sus piernas y
dio bienvenida a su calor y grosor, esta conexión significaba tanto para su
corazón como para su cuerpo. Con su brazo bueno, lo tocó… la cara, los hombros,
entrelazando los dedos con los suyos cuando él le levantó el brazo por encima
de la cabeza y reforzó su agarre, moviéndose contra ella con ritmo creciente.
Abrió los ojos, perdida en las profundidades marrón whisky de
los que le devolvían la mirada. El amor se reflejaba en ellos, algo que pensó
que nunca vería. Intensificando cada sensación, cada golpe de su polla en su
interior. Le pertenecía y él a ella, siempre cuidarían el uno del otro.
Nunca habría otro hombre que fuera tan parte de ella como Nick.
Ningún otro hombre podría entenderla como Nick lo hacía.
Él metió la mano bajo ella, levantando sus nalgas, apretando su
conexión.
—Córrete de nuevo por mí, Miley. Estruja mi polla.
Una y otra vez sacó su polla casi del todo, sólo para deslizarla
dentro de ella otra vez. Cada vez que presionaba en su interior, sentía los
calientes hormigueos mientras él frotaba su punto G. No había parte de su
cuerpo que no conociera, que no hubiera explorado, que no le perteneciera.
Ella era suya y se lo demostró explotando a su alrededor,
gimiendo por él, por dentro y por fuera. Él la besó, murmurando su nombre
mientras se corría.
Nunca había sido más perfecto.
Después, él rodó lejos y la dejó yacer de espaldas mientras le
acariciaba el cabello.
—Gracias —dijo él.
—¿Por qué?
—Por creer en mí. Por entenderme. A veces pienso que me conoces
mejor que yo mismo.
Sonrió, medio vuelta hacia él.
—No sé si es así. Estoy conociéndote. Estamos conociéndonos. Es
un proceso largo.
—Ambos cometeremos errores.
—Sin duda.
—Probablemente te haré enfadar o te heriré cientos de veces.
Ella amaba esa parte de él.
—Probablemente. Y yo te frustraré y te haré enfurecer con mi
cabezonería natural.
—Así que así es el amor.
—Sí, Nick. Eso es el amor.
Se inclinó sobre ella, la besó y los dedos de los pies se le
curvaron.
—Bienvenida a los Moteros Salvajes, Miley.
Fin