viernes, 6 de mayo de 2011

"My Sinned Sweet" Cap 8



De pronto, ella se volvió para encararlo, pegando la caja al pecho de un modo que resaltó las curvas provocativas de sus pechos.
—Nunca antes he hecho algo así —soltó.
Su manifestación de inseguridad potenció lo que sentía por ella, porque era un lado que jamás había visto de Miley hasta esa noche.
— ¿Qué es lo que no has hecho antes? —Preguntó con sonrisa ladeada—. ¿Visitar a un chico en la habitación de su hotel?
—Bueno, también eso —convino con ojos brillantes—, junto con lo que estamos a punto de hacer.
Hacía que sonara tan clínico… y aunque sabía muy bien la dirección que tomaba la conversación, quería oír lo que Miley tenía en la cabeza.
Ella se encogió de hombros, haciendo que los dedos de Nick hormiguearan de deseo de tocar esa piel suave y cremosa.
—Tener una… no sé… una aventura.
—Una aventura —repitió él, odiando lo sórdido que sonaba.
Ella agitó una mano en el aire.
—Una cita, un amorío, como quieras llamarlo.
Él quiso llamarlo el comienzo de una relación, pero se reservó el comentario.
Ella se lanzaba a toda velocidad, pero no sin tomar medidas obvias de protección para que sus emociones permanecieran fuera de la ecuación.
Comprendió que tenía unos miedos profundamente arraigados. Desconocía qué los causaba, y en el transcurso de los próximos días estaba decidido a averiguar los motivos.
Ella dejó la caja con las fresas en la mesita de centro, pero no se sentó.
—Antes de que vayamos más lejos, creo que sería adecuado que estableciéramos unas reglas básicas.
Él tuvo ganas de soltar una carcajada, pero se contuvo.
—Yo no tengo ninguna regla.
Ella alzó el mentón con obstinación.
—Bueno, tú estás acostumbrado a este tipo de cosas, yo no.
Esbozó una leve sonrisa. No se molestó en corregir su creencia de que él se permitía ese tipo de caprichos; no estaba seguro de que confiara en él en ese punto.
Era evidente que ella necesitaba establecer límites entre ambos, y supuso que si sabía cuáles eran desde el principio, dispondría de la ventaja de conocer con qué trataba. Además, si las restricciones hacían que se sintiera mejor y más cómoda con él, entonces no pensaba discutir.
Se sentó en el centro del sofá y apoyó los brazos sobre los cojines.
—De acuerdo, oigamos lo que tienes que decir.
Miley se puso a caminar delante de la mesita, como si moverse la ayudara a mitigar su ansiedad.
—Estoy segura de que la primera petición no te va a resultar difícil, pero de todos modos necesito expresarla. Esta aventura no irá más lejos que el fin de semana en el Delaford. Lo que pase aquí, se queda aquí. En cuanto haya terminado la boda de Ashley y Lucas, lo mismo pasara con nosotros.
«Diablos, no», quiso decir Nick, pero apretó la mandíbula y continuó escuchando esas pautas idiotas. No quiso refutar porque no deseaba que la relación con Miley terminara antes de que tuviera la oportunidad de comenzar.
—Segundo, quiero tener la certeza de que después de este fin de semana, seguiremos siendo amigos —lo miró a los ojos—. Mi hermana va a casarse con tu mejor amigo, y estoy segura de que nos veremos bastante.
«Dios, está estropeado la atmósfera». Y aún no habían empezado.
—Bien —convino ella—. Y por último, necesito estar segura de que nadie va a saber nada sobre nosotros. No quiero que Ashley conozca nuestra aventura y quiero que me prometas que no le contaras nada a Lucas, ya que éste entonces se lo contaría a mi hermana. Oh, y cuando estemos en público juntos, no habrá ninguna manifestación abierta de afecto, ni nada que llame la atención sobre el hecho de que somos… amantes.
Lo mareaba con tantas reglas racionales.
Si hacía algo ese fin de semana, iba a cerciorarse de sacudirle esa personalidad sensata y pragmática. Le mostraría cómo relajarse y divertirse.
También quería demostrar que «los opuestos se atraen», como había puesto el mensaje en la mitad de su corazón. Lo había abierto al regresar a su habitación y había quedado encantado de cómo encajaban esas palabras con la situación.
A partir de ese mismo momento.
   ¿Miley? —musitó con voz ronca, destinada a tranquilizar.
Ella dejó de caminar y su expresión reflejó cierta incertidumbre.
   ¿Sí?
—Ven aquí y siéntate —palmeó el cojín a su lado—. Le das demasiadas vueltas en la cabeza.
Ella titubeó un instante, rodeó la mesa y ocupó el rincón más alejado del sofá. Juntó las manos en el regazo, con la espalda demasiado rígida.
—No quiero que ninguno de los dos alimente falsas expectativas sobre la realidad de esto.
Nick dio por hecho que hablaba más por sí misma que por él, teniendo en cuenta que ya lo había encasillado como un playboy.
Dios, tenía ganas de tumbarla sobre el sofá y alborotarle el cabello demasiado perfecto, y besarle los labios brillantes hasta que cada centímetro de ella se ablandara y gimiera solo por él. Pero se conformó con pasarle el dorso de la mano por su mejilla.
—Cariño, sé de qué va esto —dijo, observando cómo su respiración se ralentizaba y tornaba más profunda a medida que la caricia bajaba al costado de su cuello—. Es sobre ti y sobre mí, y actuar en consonancia con una atracción que lleva bullendo en nosotros demasiado tiempo. Y ahora, ésta es mi regla.
Ella esbozo una sonrisa lenta y dulce mientras lo miraba de reojo.
—Creía que habías dicho que no tenías ninguna regla.
—Ésta es absolutamente necesaria. Quiero que te relajes y disfrutes del fin de semana conmigo. Haz lo que te siente bien sin racionalizar cada pequeña cosa. ¿Crees que podrás?


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