Miley se quedó boquiabierta. Había conseguido destruir cualquier aureola de misterio que hubiera conseguido. En aquellos momentos, Nick sólo pensaba que ella era una mujer fácil.
—Muy bien. Te aseguro que no me interesas.
—No te creo —replicó él, con una sonrisa.
Miley se apartó de él y lo miró con cautela. Nick parecía relajado. Se quitó la chaqueta y la colocó entre ambos. Ella contempló el torso y recordó el tacto de su piel desnuda bajo los dedos, el vello suave, los músculos que marcaban el fuerte abdomen. Se agarró con fuerza las manos sobre el regazo y notó que le temblaban los dedos. ¿Por qué se sentía de repente tan nerviosa? El cuarto de baño de un avión o el asiento trasero de una limusina. No importaba, ¿verdad? Los dos estaban dispuestos a hacer realidad sus fantasías sexuales. Sin embargo, en el avión, Nick había sido un completo desconocido, un hombre del que podía alejarse fácilmente cuando aterrizaran. En aquellos momentos, se había convertido en el hombre con el que iba de camino a su casa de los Hampton. Era un asunto completamente diferente.
Con un gesto natural, Nick colocó el brazo por encima del respaldo del asiento y comenzó a juguetear con un mechón del cabello de Miley. Un delicioso temblor le recorrió a ella todo el cuerpo y sintió que el corazón le daba un vuelco.
—Bonita limusina —murmuró, mirando a su alrededor.
—Así es —respondió ella, tratando de ignorar los latidos de su corazón—, aunque no lo es tanto como algunas otras.
—Tiene un asiento trasero muy grande —comentó él con una pícara sonrisa.
Miley se encogió de hombros.
—Estoy segura de que es lo suficientemente grande.
Nick se acercó un poco más a ella.
—Bueno, háblame de ese libro que escribiste. Diez segundos no es mucho tiempo. ¿De verdad están tan dispuestos la mayoría de los hombres?
—Son diez minutos, no diez segundos —explicó Miley —. En realidad, significa que una mujer es capaz de atraer a un hombre en diez minutos. Que algo tan sencillo como una mirada o una caricia pueden hacer que un hombre la desee.
— ¿Y los hombres? ¿Qué puedo hacer yo en diez minutos para que una mujer me desee?
Miley se echó a reír.
—Las mujeres no son tan fáciles. Hace falta un poco más…
En su caso, sólo había necesitado diez segundos para sentirse atraída por Nick. Recordó aquel día, hacía ya tanto tiempo, cuando lo vio por primera vez.
Nick se acercó a ella y comenzó a juguetear con los botones de la blusa que ella llevaba puesta. Fue abriéndolos uno a uno y retirando la tela para dejar al descubierto la suave piel.
— ¿Serviría el hecho de que te quitara muy lentamente la blusa?
Miley gimió suavemente cuando él llegó al último botón. Comprendió que ella ya no estaba a cargo de la seducción y ya no supo qué hacer. Cada caricia, cada sensación, le provocaba oleadas de deseo por todo el cuerpo. No quería resistirse. ¿Qué tenía que perder más allá de la inhibición?
—Creo que eso funcionaría.
Él le depositó un beso entre los senos.
— ¿Y esto? ¿Funciona si te beso justo aquí?
Miley echó la cabeza hacia atrás y suspiró al notar que él le tomaba un seno con la mano.
—Oh, qué bien…
— ¿Cuánto tiempo ha sido eso? ¿Diez segundos? ¿Tal vez quince?
—Son diez minutos —insistió ella. Decidió que tal vez había llegado ya el momento de hacer que él se esforzara un poco más—. Además, te recuerdo que sólo hace falta medio segundo para que yo cambie de opinión —le advirtió.
Nick le rodeó la cintura con un brazo y la colocó debajo de él. Entonces, la besó, invadiéndole la boca con la lengua hasta que ella se vio obligada a rendirse.
—Y medio segundo para conseguir que vuelvas a cambiar de opinión.
Ya no había prisas. El hecho de desnudarse ya no debía ser un gesto rápido, sino una parte muy agradable de los preliminares. A medida que el paisaje pasaba con rapidez por delante de los cristales ahumados, se desnudaron el uno al otro hasta que Nick se quedó sólo con los bóxers y Miley con la ropa interior.
—¿No fue aquí donde nos quedamos? —preguntó Nick mientras mordisqueaba suavemente la oreja de Miley.
—Al menos, aquí no nos tendremos que preocupar de las turbulencias.
Nick deslizó una mano por debajo del sujetador y comenzó a estimularle un pezón.
—Sin embargo, yo voy a tratar de conseguir que la tierra tiemble… si a ti no te importa.
En aquella ocasión, Miley sintió que se le cortaba la respiración.
—Yo… yo sólo quería decir que… ay qué bien… las turbulencias… tienen su origen en la mezcla de aire cálido con aire frío…
Miley gritó al sentir que Nick introducía los dedos por debajo de la cinturilla de sus braguitas y encontraba por fin su húmedo sexo.
—No importa… —concluyó.
—No —dijo Nick. Levantó la cabeza y la miró a los ojos—. Cuéntame más cosas.
—No creo que pueda hablar y… ya sabes.
— ¿No se te da bien realizar varias tareas al mismo tiempo?
Miley se echó a reír.
—No es eso. Se trata simplemente de que… prefiero centrar mis atenciones en una sola tarea —dijo. Extendió la mano y la frotó por la parte frontal de los bóxers de Nick. Él ya tenía una potente erección. Su miembro viril transmitía un profundo calor a través del suave algodón de los calzoncillos.
—Si tuviera que elegir una cosa, sería precisamente ésa —dijo suavemente.
Siguieron jugueteando, tomándose su tiempo y disfrutando de cada una de aquellas nuevas sensaciones. En el exterior del coche, el campo había dado paso a una pequeña ciudad, pero Miley no se percató. Se detuvieron algunas veces y Nick levantó la mirada de la agradable exploración a la que la estaba sometiendo.
—El ferri —murmuró.
—¿Cuánto falta para que lleguemos? —le preguntó Miley mientras lo observaba a través de la bruma del deseo.
—No lo sé. Tal vez una hora. O dos —susurró. Se incorporó y colocó a Miley encima de él, sentándola a horcajadas sobre sus caderas—. Mucho tiempo.
—La gente no puede vernos a través de las ventanillas, ¿verdad?
—Creo que es un poco tarde para empezar a preocuparse sobre eso —dijo él mientras le besaba el cuello—. No, claro que no pueden. El cristal tiene por fuera un acabado de espejo. Lo comprobé antes de entrar.
Miró por la ventanilla y vio que un miembro de la tripulación del ferri les daba indicaciones para subir al barco. La limusina entró en la bodega y se colocó entre dos coches.
—Me siento como si estuviera desnuda en un sitio público —murmuró Miley.
—Sí, es como si fuéramos dos niños portándonos mal —bromeó él.
Miley dejó a un lado sus preocupaciones y se puso de rodillas mientras que Nick le trazaba una húmeda línea sobre el vientre. Sin embargo, cuando la sensación de mareo se apoderó de ella, tuvo que volver a sentarse y a cerrar los ojos. Él comenzó a mordisquearle el cuello e hizo que ella contuviera el aliento. La falta de sueño y el champán que habían tomado para cenar parecían haber escogido un mal momento para pasarle factura.
—Oh… —murmuró ella al sentir una extraña sensación en el estómago.
Trató de controlar las náuseas y entonces se dio cuenta de que no se trataba de resaca, sino del modo en el que coche se movía. Se había sentido así antes… cuando se montaba en un barco.
—Para. No me siento muy bien.
Nick se apartó y frunció el ceño.
— ¿Qué ocurre?
—Siento como si… me parece que voy a…
—¿Aquí?
Miley asintió.
—Normalmente tengo que tomar medicación, pero en esta ocasión no había planeado tener que viajar en barco. Tal vez sea algo que haya comido. O bebido.
—¿Te mareas en los barcos?
—Sí —murmuró ella. Trató de contener las náuseas—. El verano pasado tomé el Queen Elizabeth II para cruzar el Atlántico. Fue horrible. Estuve vomitando todo el camino.
Nick lanzó una maldición. Entonces, tomó la blusa de Miley y se la metió suavemente en los brazos.
—Un poco de aire fresco —dijo él—. Eso hará que te sientas mejor.
—¡No te muevas! —Exclamó Miley conteniendo la respiración—. Yo… yo creo que sería mejor que me dejaras tranquila unos minutos.
Nick agarró sus pantalones y se los puso. A continuación, se puso las chanclas. Cuando él terminó de vestirse, Miley estaba completamente segura de que iba a hacer el ridículo delante de él. Sin embargo, en vez de marcharse, Nick la ayudó a vestirse.
—Voy a vomitar encima de ti —le advirtió ella.
—Eres capaz de hacer cualquier cosa para volverme loco de deseo, ¿verdad? —bromeó él con una triste sonrisa en el rostro.
Cuando Miley estuvo de nuevo vestida, Nick abrió la puerta y salió. Entonces, extendió una mano hacia el interior del coche para ayudarla a salir al exterior. Estaban en la bodega del ferri, entre los otros coches. Por un enorme agujero, que era el lugar por donde los coches entraban en el ferri, Miley vio cómo se alejaban lentamente de la costa.
Sintió que las rodillas se le doblaban. Nick la tomó del brazo y la ayudó a subir las escaleras. Lentamente, subieron a la cubierta superior, para recibir por fin la luz del sol y el aire fresco. Miley se agarró a la barandilla mientras Nick le frotaba lentamente la espalda.
—Dame el brazo —le dijo él.
—¿Vas a arrojarme al mar?
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