El sonido de unas pisadas suaves instó a Nick a alzar la vista del ordenador portátil y vio a Miley salir del dormitorio, somnolienta, satisfecha e increíblemente sexy con la camiseta de algodón que él había llevado antes. La tela suave resaltaba sus pechos plenos y el bajo a mitad de sus muslos le impedía descubrir si llevaba puestas las braguitas.
La idea de que estuviera completamente desnuda debajo le lanzó una descarga de calor a la entrepierna.
No recordaba haber deseado jamás a una mujer tanto como deseaba a Miley… en su cama y en su vida.
Sabía que sólo disponía de ese día y del siguiente para lograr que se diera cuenta de que lo suyo era algo más que una aventura pasajera.
Conteniendo un bostezo, ella se acercó hasta donde él estaba sentado en el sofá.
—Son más de las tres de la mañana —murmuró con voz ronca—. ¿Qué haces levantado a estas horas?
—No podía dormir —de hecho, era un ave nocturna, y era por la noche cuando se le ocurrían las mejores ideas para los juegos de ordenador. Esa noche había estado puliendo el último que había creado—. ¿Qué haces tú levantada a estas horas?
—Desperté y no estabas —se sentó junto a él y acomodó las piernas debajo de su cuerpo. Luego alisó la camiseta sobre sus rodillas—. Como ésta es tu habitación, supuse que no podrías haber ido lejos.
A pesar de la ducha que se habían dado juntos, Miley aun olía a chocolate y sexo estupendo, una deliciosa mezcla que le avivaba el hambre por ella.
— ¿Me echabas de menos? —murmuró contra su oído.
Ella soltó un suspiro y ladeó la cabeza para darle mejor acceso a su cuello.
—Sí.
Sonrió satisfecho.
—Bien —suponía que ese reconocimiento era un pequeño comienzo y sólo esperaba que cuando llegara el domingo, no tuvieran que ponerle fin a la aventura.
De repente ella lo miró con curiosidad.
— ¿Por qué te dedicaste a esto?
—De adolescente pasaba casi todo mi tiempo libre ante un ordenador. Si no estaba con algún videojuego estaba desmontando el disco duro para descubrir cómo funcionaba. Con el tiempo, me puse a crear juegos para ordenador sólo para divertirme, pero mis amigos me pedían copias y se dedicaban a jugar con ellos.
— ¿Y cómo terminaste vendiendo los juegos que creabas? —le preguntó.
—De hecho, fue Lucas quien me animo a enviar uno de mis juegos a una empresa de software que produce todo tipo de juegos para ordenador, y a las pocas semanas me hicieron una oferta muy lucrativa por los derechos exclusivos del programa, que ahora se llama Al filo de la locura —le pasó los dedos por el cabello—. Entonces tenía dieciocho años, y cuando me di cuenta de que podía ganar mucho dinero creando y vendiendo juegos de acción y aventura, me dediqué a ello.
—Suena como el trabajo soñado por un adolescente —comentó con una ligera sonrisa—. Pero ahora que eres mayor, ¿no piensas nunca en conseguir un trabajo de verdad?
—Tengo un trabajo de verdad —indicó—. Me encanta lo que hago y me pagan muy bien por hacerlo.
—Jugar en el ordenador.
Era evidente que no podía pensar en lo que hacía para ganarse la vida como en una carrera. Trató de aclarárselo.
—Primero creo y programo los juegos, lo que representa un trabajo duro y largas horas dedicado a ello. Y me gustan los beneficios adicionales que conlleva mi trabajo. Establezco mi propio horario, y puedo trabajar a cualquier hora del día o de la noche. Y la mejor parte es que soy mi propio jefe. No hay nada mejor que eso.
—Bueno, otro de los beneficios es haber sido votado como el soltero más rico y más deseado de San Francisco.
Él hizo una mueca; odiaba ese título superficial que le habían encasquetado.
—Eso se parece más a una maldición.
La sorpresa iluminó los ojos de ella.
— ¿Salir con las mujeres que te apetece es una maldición?
Él movió la cabeza.
—No, pero descubrir que una mujer sale contigo porque tu cuenta bancaria le resulta más atractiva que tu personalidad sí es una maldición.
—Oh —musitó—. Supongo que eso sería frustrante, pero no todas las mujeres son así.
—Estoy de acuerdo —y ella era prueba de esa afirmación.
Acabada la conversación sobre su trabajo y su dinero, Nick se acercó a ella y le dio algo más placentero en que pensar. Le metió la mano por debajo de la camiseta y no fue el único al temblar cuando descubrió que se hallaba completamente desnuda debajo.
—Deberíamos dormir un poco —dijo ella, aunque no muy convencida, y menos después de dejar que la tumbara sobre el sofá y se acomodara entre sus muslos—. Hemos de levantarnos en unas horas.
—Yo ya estoy levantado —con sonrisa traviesa, le tomó la mano y la apoyó sobre sus calzoncillos de algodón para que cerrara los dedos sobre su erección—. En más sentidos que uno.
Ella rió, y luego gimió cuando Nick deslizó los dedos entre su piel suave y húmeda y la acarició muy lentamente.
Después de aquello, el sueño tardó en llegar.
Desde el otro extremo del elegante salón del Delaford, Miley observó cómo los novios se despedían de familia y amigos. La hermosa ceremonia al aire libre había salido a la perfección. En cuanto a la recepción, había sido una celebración divertida y lujosa que jamás olvidaría.
En ese momento, los novios se iban a disfrutar de la suite nupcial esa noche.
Miley ya había abrazado a Ashley y a Lucas, deseándoles lo mejor. Pero mientras miraba como una radiante Ashley contemplaba a su marido con un amor puro e incondicional, sintió un enorme nudo en la garganta, cuyo resultado fue un choque extraño de felicidad y tristeza.
Agradecía que su hermana hubiera encontrado a un hombre tan maravilloso y entregado, que la adoraba y sin duda cuidaría de ella en todos los sentidos que importaban. Sin embargo, no podía detener el flujo de soledad que ya se asentaba como un nudo frío y duro en su estómago.
—La orquesta toca la última canción —dijo una voz profunda y masculina a su espalda—. Como ya nos hemos despedido de los novios, ¿qué te parece si disfrutamos del último baile antes de que acabe la velada?
Agradecida por la distracción, se volvió y le sonrió a Nick, quien se veía elegante y fantástico en un esmoquin negro con una pajarita roja que hacia juego con su vestido de noche. Habían sido pareja de baile casi toda la noche y como no tenía ganas de subir a su habitación del hotel, aceptó.
—Claro, me encantaría.
La condujo a la pista. Una vez allí, le pasó un brazo por la cintura y alineó sus cuerpos de forma íntima desde el pecho hasta los muslos. Se movieron al ritmo de la música lenta y mientras Nick le acariciaba la cintura con el dedo pulgar ella se permitió relajarse. En ese momento, quería, necesitaba, la intimidad que él le ofrecía para compensar la sensación de vacío que la invadía.
— ¿Estás bien? —preguntó él, mirándola como si tratara de llegar a su alma.
Miley le dedicó una sonrisa veloz y forzada.
—Estoy bien.
—Mentirosa —repuso, divertido—. Vi el modo en que mirabas a tu hermana y a Lucas cuando se despedían. Te cuesta perderla, ¿verdad?
Su primer impulso fue negarlo, mostrarse fuerte y no dejar entrever la más mínima vulnerabilidad. Pero estaba cansada de mantener sus emociones embotelladas en su interior, de ser siempre fuerte, cuando tenía preocupaciones y miedos como todos los demás.
—De acuerdo, reconozco que la separación me produce un poco de ansiedad. Ha sido una parte tan importante en mi vida durante tanto tiempo, que cuesta imaginar cómo será no verla ni hablar con ella a diario.
—No es como si se hubiera ido por completo de tu vida —dijo con gentileza.
—No, pero ahora tiene otra familia, y es como una hija para los padres de Lucas —teniendo en cuenta que Ashley había pasado media vida sin padres, estaba segura de que su hermana gozaría con una familia de verdad.
Nick le acarició la mejilla mientras seguían bailando.
—Miley, tú siempre serás su familia.
Emocionada, se mordió el labio inferior.
—Sólo es… duro —dijo, incapaz de explicarlo.
—No dudo de que lo es —convino con comprensión—. Pero tú eres la hermana de Ashley por sangre, y ése es un lazo que jamás se romperá ni se debilitara.
«Eso espero», pensó mientras la orquesta terminaba de tocar. Espero que Nick la soltara, pero lo que hizo fue acercar la boca a su oído y susurrar:
— ¿Te quedarás conmigo esta noche?
Creyó oír un deje casi imperceptible de inseguridad en su voz, y comprendió que Nick no daba nada por sentado. Exponía abiertamente su deseo por ella, y realizaba una invitación para que compartiera su cama y otros placeres con él esa noche, sin saber si ella quería lo mismo.
Su respuesta fue muy sencilla. Nick empezaba a convertirse rápidamente en otra debilidad, como los chocolates de Dulce Pecado que habían estado comiendo las dos últimas noches.
No quería estar sola esa noche. No quería pensar en la vida vacía y aburrida que la esperaba de vuelta en casa. Lo que quería por encima de todo era sentir, y Nick conseguía que lo hiciera como nadie en la vida.
Lo miró y sonrió.
—Sí, me quedaré contigo esta noche.