El presente verano…
—Señoras y caballeros, bienvenidos a nuestro vuelo Los Ángeles-Nueva York. Mientras nos preparamos para despegar, nuestro personal de cabina les ofrecerá algo de beber. Estaba previsto que despegáramos a las 21:30, pero vamos a demorarnos unos veinte minutos más. No obstante, el capitán nos ha asegurado que llegaremos a Nueva York a la hora estipulada.
El timbre sonó. Miley cerró los ojos y agarró con fuerza los reposabrazos de su asiento, tanta que los nudillos se le quedaron blancos. Esos eran los momentos que más odiaba. La espera. El periodo de tiempo entre el instante en el que se colocaba el cinturón de seguridad y el momento en el que, por fin, el avión despegaba.
Aunque había estado a punto de superar su miedo a volar aproximadamente hacía un año, el viaje a París que realizó con Katy había renovado y duplicado sus temores. El avión perdió un motor en medio del Atlántico y se había visto a realizar un aterrizaje de emergencia en Irlanda. Miley se negó a montarse de nuevo en aquel avión y decidió trasladarse a París por medio de barcos y trenes. Cuando llegó el momento de regresar a casa, lo hizo del mismo modo: mediante el Queen Elizabeth II y recorriendo luego los Estados Unidos en tren. Desde entonces, se había negado a volver a montarse en avión.
Miró su libro de autoayuda. Se había leído seis libros sobre aquel tema en los últimos dos meses, había visto a una psicóloga y a un psiquiatra y había asistido a dos seminarios que garantizaban el éxito a la hora de superar el miedo a volar.
—El avión es el medio de transporte más seguro —se dijo colocándose las gafas sobre el puente de la nariz. Sí, claro. Esa frase haría que se sintiera mucho mejor cuando estuviera cayendo al vacío desde una altura de veinte mil pies.
Si hubiera podido elegir, habría ido a Nueva York en tren, pero Katy había insistido una y otra vez en que sus temores eran completamente infundados. Sólo necesitaba afrontar sus miedos. Al final, Miley se había visto obligada a estar de acuerdo. Efectivamente, necesitaba superar sus temores. Sin embargo, eso no significaba que no estuviera preparada para un posible desastre. Tomó la tarjeta de información de emergencia que había en el bolsillo del asiento anterior al suyo y trató de leerla. ¿Por qué no podían darle a todo el mundo un paracaídas? Así, en el caso de que ocurriera algo, todos podrían saltar.
Levantó una mano para llamar a una de las azafatas.
—Creo que necesito beber algo, si no es ya demasiado tarde.
—Aún estamos esperando que embarquen unos cuantos pasajeros de primera clase. ¿Qué quiere que le traiga?
—Vodka —respondió Miley — Dos de esas botellitas con hielo y un chorrito de zumo de arándanos —especificó con una forzada sonrisa. Entonces, se reclinó en su asiento y trató de relajarse.
Todo era culpa suya. Un año atrás, se había hecho el juramento de marcharse de casa de Katy y hacerse una vida propia. Sin embargo, parecía que nunca llegaba el momento adecuado para hacerlo. Katy siempre parecía sumida en una crisis de una u otra clase. En aquellos momentos, llevaba un retraso de tres meses sobre la fecha final de una entrega y se había convencido de que el único lugar en el que podría terminar su novela sería en la casa de verano que tenía en los Hampton. Por lo tanto, había ordenado a Miley que se adelantara y que abriera la vivienda.
Se metió la mano en el bolso y sacó un pequeño álbum de fotos. Lo había realizado en un taller que hizo para superar su miedo a volar. A los participantes se les había pedido que seleccionaran fotos que representaran todo lo que deseaban hacer en el futuro. Durante un viaje en avión, debía encontrar una foto en la que poder centrarse.
Miley hojeó el álbum. Encontró una fotografía de la Gran Muralla China, el destino turístico que siempre había deseado visitar, y otra de un perrito muy mono. Ella siempre había querido tener un perro, pero Katy era alérgica. Además, vio una fotografía de una modelo con un sensual traje de baño. Algún día, podría perder diez kilos y tendría justamente ese aspecto.
De repente, se detuvo. Tenía frente a ella una foto de Nick Jonas que había recortado de la revista Premiere. Algún día, encontraría un hombre que le hiciera suspirar tanto como él. Desde que lo vio por primera vez hacía ya un año, no había podido evitar seguir su trayectoria profesional en las revistas. Había comprado todas sus películas en DVD y había leído todo lo que había podido encontrar sobre su vida. Ocasionalmente, se había permitido tener una fantasía o dos imaginándose lo que sería tener un hombre como Nick en la cama.
La azafata regresó con la copa de Miley y se la colocó sobre la bandeja.
—Tendré que llevarme el vaso antes de que despeguemos.
Un hombre pasó por detrás de la azafata. La mujer sonrió cuando el pasajero la golpeó sin querer con su bolsa de viaje. Miley tomó un sorbo de su vodka y observó cómo el pasajero buscaba espacio libre en los compartimientos superiores. Entonces, él se giró y Miley pudo verlo de perfil.
Contuvo tan violentamente la respiración, que el vodka se le fue por el lado equivocado. Empezó a toser violentamente y, mientras trataba de recuperar el aliento, se cubrió la boca con una servilleta.
—¿Se encuentra usted bien? —le preguntó la azafata.
Miley agitó la mano. Las lágrimas habían comenzado a caérsele por las mejillas. De todos los hombres que podían haber subido a ese vuelo, ¿por qué tenía que haber sido precisamente él? Se arriesgó a levantar la mirada y vio que Nick Jonas la estaba observando con un extraño gesto en el rostro. Observó su tarjeta de embarque y luego miró directamente a los números que había sobre la cabeza de Miley.
—No —susurró ella, a modo de silenciosa súplica. No podía ser el asiento que estaba a su lado. Había muchos otros lugares en los que él podía sentarse. No podía sentarse a su lado, ¿no? Él le mostró su tarjeta de embarque a la azafata y señaló precisamente el asiento que quedaba al lado del de Miley.
Ella se giró para mirar por la ventanilla, tratando desesperadamente de tranquilizarse. Sin embargo, cuando se giró, se encontró cara a cara con la bragueta de Nick Jonas, que estaba estirándose para colocar su bolsa de viaje en el compartimiento superior.
Él llevaba el último botón de la camisa desabrochado, lo que le ofrecía a ella una amplia visión de su vientre. Miley deslizó los ojos por la línea de vello que le sobresalía de la cinturilla hasta llegar al abultamiento de los pantalones y volvió a subir apresuradamente la mirada. Giró rápidamente la cabeza y fijó la atención de nuevo en lo que se divisaba por la ventanilla.
De repente, le pareció que morir en un amasijo de acero retorcido y combustible ardiendo era una alternativa bastante aceptable sólo por poder volar hasta Nueva York sentada al lado de Nick Jonas. Él se sentó a su lado. Estaban tan cerca, que Miley podía sentir perfectamente el calor que emanaba de su cuerpo y oler el aroma de su colonia. Quería extender la mano y tomar su bebida, pero tenía miedo de que ésta le temblara demasiado como para poder agarrar con firmeza el vaso.
—Resulta muy agradable volver a tenerlo con nosotros, señor Jonas. ¿Le puedo traer algo de beber?
—Una cerveza, por favor —dijo él.
Oh, Dios. No sonaba del modo en el que tenía que sonar. Aquel día en el aeropuerto no había tenido oportunidad de hablar con él, pero había visto una entrevista que le realizaban en televisión. Siempre había parecido muy distante. Hablaba con voz cuidadosa, medida, en cierto modo pagado de sí misma. En aquellos momentos, al pedir aquella cerveza, sonó como un tipo muy majo.
Miley entrelazó los dedos con fuerza sobre el regazo y se dio cuenta de que aún tenía abierto el álbum de fotos. Lo cerró con un golpe seco y lo guardó inmediatamente en su bolso. ¿Cuánto tiempo podría permanecer allí callada sin hablar? Más tarde o más temprano, alguien tendría que decir algo. No podrían ignorarse por completo durante un vuelo que duraba seis horas.
—Relájese. No va a ocurrir nada.
Miley se colocó las gafas y le dedicó una débil sonrisa.
—Yo… yo no tengo miedo.
Él lanzó una carcajada y señaló el libro que ella tenía sobre la mesita.
—El viajero aerofóbico —murmuró—. Menudo título. Resulta sonoro. Pero la verdad es que el dibujo del avioncito sonriente sugiere que el libro trata de gente a la que le gusta volar.
Durante un instante, Miley se relajó lo suficiente como para poder mirarlo. El cabello oscuro y revuelto, la esculpida boca, los ojos azules claros que parecían atravesarla de parte a parte… Comparado con los encorsetados atuendos que llevaban la mayoría de los viajeros de primera clase, aquellas ropas tan informales le daban un aspecto peligroso.
Sintió un escalofrío por la espalda. Había leído cientos de descripciones románticas de la belleza masculina, desde Jane Austin a Joan Collins, pero, por mucho que se esforzara, no podía recordar ninguna que le hiciera justicia Nick Jonas. Él era, en el más amplio sentido de la palabra, perfecto.
—Yo… lo siento —murmuró—. Tiene razón. No me gusta volar —añadió. Sin embargo, la tensión que sentía en aquellos momentos no tenía nada que ver con su fobia a volar. Los hombres guapos tampoco se le habían dado nunca bien. Siempre la hacían sentirse torpe e inepta. Y los hombres guapos, en especial los que tenían hermosas sonrisas y ojos aún más hermosos, le hacían perder la capacidad de pensar de un modo racional. Siempre parecía dejarse llevar por pensamientos que se centraban en el aspecto que aquel hombre pudiera tener desnudo.
—Si tiene que ocurrir algo, lo hará en los primeros minutos después del despegue —dijo él.
—Sí, eso ya lo sé. En los primeros noventa segundos —respondió Miley—. Por lo tanto, si vamos a morir, va a ocurrir realmente pronto. Eso me hace sentirme mejor —añadió; lo miró y vio que se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
—Ahora usted está empezando a asustarme.
—Lo siento —murmuró ella.
Nick soltó una carcajada.
—¿Por qué no hace usted más que disculparse?
—Lo siento —repitió ella. Entonces, contuvo la respiración y forzó otra sonrisa.
Una azafata se detuvo junto al asiento de Nick y le dedicó una cálida sonrisa mientras le dejaba la cerveza que él había pedido sobre la mesita. Miley miró hacia el otro lado del pasillo y vio que otra pasajera estaba mirando fijamente a Miley. Parecía que todas las mujeres que había en la cercanía de donde ellos estaban sentían una profunda fascinación por saber qué era lo que él había pedido para beber.
Se atrevió a mirarle el perfil. Efectivamente, compartía algunas cualidades con los dioses griegos, pero los hombres guapos abundaban en la ciudad de Los Ángeles. No obstante, ella jamás había estado tan cerca de uno. El codo de él le rozaba el suyo, pero Miley decidió mantener su espacio y se negó a apartar el brazo del lugar donde lo tenía apoyado.
Él se giró para mirarla. Miley apartó rápidamente los ojos, pero no pudo impedir que él se diera cuenta de que lo estaba observando.
—¿Le apetecería otra copa? —le preguntó.
—Sí —respondió Miley sin pensar.
—¿Desea otro vodka doble con un chorrito de zumo de arándanos? —le preguntó la azafata.
—Sólo zumo de arándanos —replicó Miley. Se sonrojó ligeramente. El vodka ya estaba empezando a calmarle los nervios y a caldearle la sangre, pero no quería que él pensara que era una alcohólica.
—Con un poco de vodka —dijo Nick.
—Yo… En realidad no bebo —afirmó Miley —. Tan sólo cuando vuelo.
—Yo también —replicó él—. Dado que nos vamos a emborrachar juntos, tal vez debería presentarme. Me llamo Nick, Nick Jonas.
—Y yo Miley Cyrus.
Le estrechó la mano con cierta cautela. En el momento en el que lo tocó, sintió que una corriente le recorría todo el cuerpo. Frunció el ceño y apartó la mano inmediatamente.
—Encantada de conocerlo —murmuró.
Ojalá supiera flirtear. Seguramente había diez o quince mujeres en aquel vuelo que serían capaces de entregar el sueldo de un año por estar sentada exactamente en el lugar en el que ella estaba.
Ella jamás había necesitado flirtear. Nunca lo había necesitado con los hombres que normalmente se fijaban en ella. Sin embargo, un hombre como Nick probablemente lo esperaba, tal vez incluso le gustara. Comentarios ingeniosos, caricias al descuido, insinuaciones veladas… Miley se dio cuenta de que, si por lo menos no lo intentaba, él se bajaría de aquel avión pensando que era… cuando menos rara.
La azafata reapareció con su copa. Nick le entregó el zumo de arándanos y levantó su cerveza a modo de brindis.
—Por que lleguemos a Nueva York sanos y salvos.
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Me olvide de escribir ayer que eso paso un verano anterior..... y después se vuelven a encontrar..!!!
jajajajaj ame el capi
ResponderEliminarlolita loquita 3
jajaja esta tan
divertida la platica
en el msn y si... primera en
comentar bye T.Q.MMMMMMMMMMMM.
BYE besos
aaaww me necaantoo
ResponderEliminary grax por aclararme lo que no entendia
jejeje y tambien por aclarar eso jejeje
jaja me fascinooo!
ResponderEliminarel cap!
sube pronto!!
TKM chik!
wauu estuvo muuy buenoo;) jejeje seguilaa plisss un besoo bye :P
ResponderEliminarme encantoooo
ResponderEliminarjejejeje