miércoles, 29 de febrero de 2012

"Die Frau hinter der Maske" Cap 15





Miley acomodó sus ropas desarregladas e intentó recomponer un poco su aspecto. Era imposible. Cualquiera que la viese podría imaginarse, aunque esa hipotética persona no tuviese ni el más mínimo talento en el arte de imaginar, que esa mujer no había estado jugando un partido de cartas. Aunque la seda del vestido no se había rasgado, estaba absolutamente impresentable. Arrugado por dónde se lo mirara y mejor no mirar mucho, porque si uno era muy detallista, podría encontrar alguna manchita aquí y allá.
 El cabello revuelto había sido, no muy eficientemente, alisado con los dedos, aún así, se podía adivinar que el peinado de la peluquería había desaparecido por completo. Los labios hinchados y las marcas rojas sobre la nívea piel del cuello y del escote, eran una clara evidencia que esa mujer había sido besada. ¡Y que decir besada! ¡Había sido devorada por una bestia!
 Nick le sonrió con ternura.
Era insólito, pero en ese momento le provocaba ternura. Ni él sabía que le ocurría. Le resultaba extraño todo lo que le había ocurrido esa noche y por más que buscara en su cabeza, no lograba hallar las explicaciones.
 Había empezado la velada de la misma manera que normalmente las empezaba. Rodeado de hermosas mujeres, mujeres de cuerpos esculturales y rostros perfectos. Modelos de pasarela, cada una de ellas. ¡Y muy dispuestas que habían estado a irse con él esa noche! Podría haber elegido a cualquiera, y sin embargo…
 Y sin embargo la noche para él, y no se atrevió a profundizar  esos pensamientos, decidiendo dejarlos en que sólo era esa noche y no su vida, la que había cambiado por completo al verla a ella. La había visto en el salón, un hada, una diosa de curvas dignas de provocar un infarto. Rodeada de esos tres hombres, esos tres buitres que la recorrían descaradamente con la mirada, que parecían a punto de lanzarse sobre ella. Y en ese momento, en ese único y preciso instante, había sido cuando Nick Jonas, por primera vez en toda su vida, había sentido celos. Celos de no ser él el destinatario de sus miradas, de sus sonrisas coquetas. Celos de no poder oler su perfume. Celos. Puros y desquiciados celos de no ser él el hombre a su lado.
La deseó desde el primer segundo en el que la había visto y ella ni siquiera había reparado en su presencia.  Sabía que se había comportado guiado por sus impulsos. Se había puesto de pie para acercarse a su lado, dejando a las modelos boquiabiertas con su actitud repentina, pero a él eso lo tenía sin cuidado. Podría haberse derrumbado el edificio a su alrededor y él no hubiese sido capaz de desviar sus pasos. Sus pies lo llevaban hacia ella, que ignoraba por completo lo que había provocado en él. Entonces ella había volteado el rostro hacia él, sus ojos se habían encontrado y Nick Jonas había sentido como un fuerte puñetazo en el centro de su pecho. Una sensación que no quería ponerse a analizar y la verdad era, que no se sentía lo suficientemente valiente como para hacerlo. No sabía quién era ella. Había intentado adivinar su identidad, se lo había preguntado una docena de veces y ella lo había eludido. Había buscado en su memoria esos rasgos, un detalle para poder identificarla, pero nada.
   En algunos momentos le había resultado tan familiar y en otros completamente desconocida. Creía haber visto antes esos ojos, pero no podía asociar cuando ni donde, mucho menos quien había sido su dueña. Ese bullir de interrogantes lo estaba matando. Y aquí iba otra pregunta que lo desconcertaba. ¿Por qué le importaba tanto saber quién era ella? 
   Habían disfrutado muchísimo juntos, pero él no era un novato. Se acostaba con una mujer distinta casi cada día, y si no era cada día, sí cada dos o tres. Estaba acostumbrado a decirles adiós, a enviarles un ramo de flores y sacarlas de su vida. Nunca había sentido ningún deseo de entablar una relación con ninguna de ellas. Huirle al compromiso era una regla sagrada para él.
¿Por qué entonces no podía hacer lo mismo con ésta mujer misteriosa? ¿Por qué no podía dejar que ella saliera por esa puerta y también de su vida? ¿Por qué quería retenerla un instante más, saberlo todo de ella? Y paradójicamente, ella al parecer, no quería contarle absolutamente nada.
—Por favor, dime quien eres— le rogó.
 Y Nick Jonas no estaba acostumbrado a rogarle a nadie, mucho menos a una mujer. Para él no eran más que pasatiempos.  Claro que tampoco solía esperar mucho de ellas, sabía que para esas amantes ocasionales él no había significado más que eso también. Una noche desenfrenada, algún obsequio, y si lograban pescarlo, cosa que jamás había ocurrido, una cuantiosa fortuna.  Él era una buena presa. Un buen partido cómo cualquier otro empresario exitoso y con una buena cuenta bancaria… Nada más.  Pero ella era distinta, lo percibía.
  Y algo nuevo había logrado despertar en él. Por eso insistía.
—Si no me dices quien eres ni tampoco me das tu número no podré telefonearte— intentó esa táctica. 
 ¿Acaso eso no es lo que esperan las mujeres, que los hombres le telefoneen?, pensó creyendo que ahora sí lograría obtener alguna información.
—¡Vamos Nick! ¡No vas a llamarme!— le dijo divertida y con un convencimiento total—. Es más que popular que tú nunca repites a tus amantes. ¿Acaso intentas convencerme de lo contrario? ¿O es que sólo quieres mi nombre para ponerlo en alguna extraña lista en la que llevas el control de tus conquistas?
— ¡Me hieres mujer!
— ¿O tal vez quieres mi dirección para enviarme el ramo de flores? ¿Crees que las mujeres no comentan ese detallito tuyo?
—Escucha, no sé qué es lo que dicen las mujeres, pero eso no tiene nada que ver contigo.
—Yo no quiero ese ramo de flores, ni la tarjetita que diría, si no me equivoco, “Por una noche increíble. N.” ¡Y que media ciudad de Nueva York debe tener!
— ¿Cómo lo sabes?
— ¡Porque es el comentario del momento Nick! Pregúntale a cualquiera, todo el mundo lo sabe. Se muy bien como sigue esto. Simplemente no sigue, se termina aquí y no estoy exigiendo nada diferente, simplemente te ruego que no me envíes ese odioso ramo. ¡Ni siquiera me gustan las rosas!, adoro los nardos— dijo sin pensar y sin siquiera darse cuenta que lo había dicho.
  Nick sonrió. Un dato se le había escapado y sin que ella lo notara. Apuntó mentalmente, le gustan los nardos. ¡Esperaba poder recordarlo!, tal vez después llamara a Miley para que lo ajendara.
—No pensaba enviarte ningún ramo de flores, sólo quería tu número telefónico para hablar contigo. Pensé que podría invitarte a cenar, o tal vez al cine, no lo sé. Y tampoco tengo una lista de amantes— sonrió de lado. Una sonrisa que a Miley le gustaba mucho, que la desarmaba --Sólo que me gustaría poder nombrarte… Por ejemplo ahora, ¿cómo debo llamarte? 
—No lo sé.
—Tu nombre, sólo eso. No puede ser tan complicado.
—Llámame como quieras Nick, no voy a decirte quien soy.
—Entonces nos conocemos— confirmó él—. Tiene que ser eso, de otro modo me lo dirías. Averiguaré quien eres, te lo prometo. Nick clavó los ojos en su cara, estudiándola. Miley nerviosa, giró el  rostro ocultándose.
— ¡Cobarde!— exclamó él. Y había sonado de lo más divertido.
 A Nick Jonas, le gustaban los desafíos y aquí tenía al reto más delicioso de su vida. ¡Descubriría quien era ella!
—Entonces llámame tú— inquirió él poniéndole su tarjeta personal en la mano.
Miley miró la tarjeta, aún cuando la conocía de memoria.
—Llámame cuando tengas deseos de hablar conmigo, yo estaré esperando— le prometió  Nick.
—No estarás esperando— dijo intentando que la voz no sonara dolida y dándole la espalda para ocultar las lágrimas que se habían acumulado en sus ojos—. Te olvidarás de mí en cuanto yo cruce esa puerta. Te olvidarás de lo que compartimos en cuanto termine ésta noche…, y lo sabes. 
 Esa, a decir verdad, era la actitud que siempre había tenido.
¿Cómo podía ser que ella supiera tanto de él?, se encontró analizando y llegando a la conclusión de que ella, definitivamente, era alguien bastante cercano. Alguien de su entorno.
Él no había hecho ningún comentario a sus palabras, entonces Miley continuó hablando, deduciendo que su jefe le daba la razón
— ¿Para qué voy a darte mi nombre? ¿Para qué voy a llamarte Nick, si ni siquiera vas a atenderme? ¿Acaso alguna vez atiendes o respondes los llamados de alguna de esas mujeres a las cuales les has hecho el amor?
 Miley no se quedó a esperar una respuesta. ¿Para qué hacerlo cuando ya la sabía? Si era ella misma la que atendía esas comunicaciones, si era ella misma la que transmitía las excusas del señor Jonas, la que mentía diciendo que él se encontraba ocupado… Miley no aguardó una respuesta. De haberlo hecho hubiese obtenido una. Aunque si ella se quedaba allí, puede que Nick no hubiese pronunciado en voz alta las palabras que dijo:
—Había tenido sexo, pero nunca antes le había hecho el amor a una mujer… Al menos no hasta hoy…
  Pero ella ya no estaba allí para escucharlo.


sábado, 25 de febrero de 2012

"Die Frau hinter der Maske" Cap 14





Nick se sentía obnubilado por esa mujer, que él estaba completamente seguro que no la había visto en toda su vida, porque de haber sido así, jamás la hubiese olvidado.   No era la típica mujer alta y delgada que a él solía gustarle, ni siquiera era rubia. Ella tenía el cabello de color castaño cobrizo y largo hasta debajo de los hombros. Tal vez esas diferencias con el común de sus amantes era lo que más le atraía de ella, que destacaba notoriamente entre todas las otras.  Ese cuerpo voluptuoso lo estaba enloqueciendo, y ahora ese jueguito que hacía con sus zapatos…  No sabía dónde dejar la mirada.  Si en esos senos de los que podía apreciar todos sus adjetivos en primera fila, y que la sola idea de saborearlos, recorrerlos con su lengua, devorarlos llenándose la boca por completo con ellos, ya lo estaba volviendo desquiciado, o en los pies.  Varias imágenes sugestivas de esos pies descalzos jugueteando sobre su entrepierna, masajeando sensualmente su miembro, habían empezado a cruzar por su cabeza enviando una abrupta punzada de deseo directamente a sus ingles.
—Es una fiesta maravillosa la que ha logrado este año, señor Jonas— le dijo ella con voz melodiosa como el canto de una sirena que le prometía mil placeres distintos. 
Descruzó las piernas, sólo para volverlas a cruzar pero a la inversa, dejando ésta vez su pie derecho muy cerca de las piernas de él, casi rozándolo un poco por debajo de la rodilla.
—¿Entonces este antifaz no ha servido para ocultar quién soy?— le preguntó él con tono pícaro.
 Deslizó la mano que tenía sobre la barra por la espalda de ella, muy sutilmente, hasta llegar a la nuca y después dibujando la línea de los hombros con el reverso de sus dedos. Provocando con ese roce que la piel de la mujer se erizara y que los pezones se alzaran duros como brotes de rosas en respuesta.
—A usted es imposible confundirlo— le confesó ella inclinando su torso hacia él solo unos pocos centímetros y sonriéndole de manera seductora.
—Puedes llamarme Nick— dijo casi sin aliento. 
 Al inclinarse ella, su escote se había abierto un poco, ofreciéndole sólo a él la imagen completa de uno de esos generosos pechos, y él pudo descubrir que el botón que lo coronaba era de un tenue color te con leche. Esa sola visión le había endurecido tanto la polla que dentro de sus pantalones había empezado a bullir un infierno.
—Nick— repitió ella degustando cada letra. 
 Se humedeció los labios con la lengua y notó que él seguía cada uno de sus movimientos con los ojos. Se sentía caliente. Con solo sentir la mano de él sobre sus hombros la piel se le había enfebrecido. Sentía los pechos pesados, le hormigueaban de deseo y sus pezones erectos pujaban debajo de la seda de su vestido. 
 Se acarició la clavícula, descendiendo lentamente por el borde de su escote, y atrayendo automáticamente la atención de él a los lugares por los cuales vagaban sus dedos. Los lugares que deseaba que él acariciara.  Necesitaba que fueran las manos de él las que calmaran su ardor, las que recorrieran cada centímetro de su lasciva anatomía.
 Nick tragó saliva. La garganta se le había secado de repente. Vació lo que quedaba en su copa en dos largos tragos.  Estaba a punto de explotar.
—¿Quién eres?— le preguntó él, tratando de adivinar como era el rostro completo de ella detrás del antifaz.
—Mmmm Nick, ¿acaso no sabes que la magia de un baile de máscaras radica en el misterio?— ronroneó ella a la vez que giraba en el taburete poniéndose frente él y rozándole más las piernas en el camino. La mano que había acariciado la espalda de Miley descendió hasta el pie derecho, ella aún mantenía las piernas cruzadas y ese pie ahora había quedado junto a la barra y oculto de ojos curiosos por sus propias piernas. 
 Los dedos de Nick le acariciaron el empeine y después ascendieron hasta el tobillo. Se inclinó un poco hacia ella mirándola ahora a los ojos, incitándola con la mirada a que lo detuviera…, y siguió ascendiendo. 
 Las respiraciones de ambos habían empezado a acelerarse. Se aproximó más, los torsos casi se tocaban.  El calor que irradiaba de ambos era latente, los alientos se entremezclaban. La mano debajo de la falda de Miley  ya estaba a la altura de la pantorrilla. 
Miley resiguió lentamente con sus dedos la corbata de seda que él tenía sobre la camisa blanca. Cuando se allegó al extremo inferior, que se acercaba provocativamente a la cinturilla del pantalón, él contuvo el aire. Ella lo miró sensual y en esa mirada le decía que estaba a punto de descender más. Varias personas cercanas habían notado a la entretenida pareja y miraban con disimulo. Les resultaba imposible apartar la mirada de la caliente escenita que se desarrollaba junto a la barra
—Te deseo— jadeó él junto a la piel del cuello de ella antes de besarla justo dónde su pulso latía con mayor fuerza—. Te deseo— le repitió, cuando su mano estaba peligrosamente sobre las ligas de sus medias.
 Ella tuvo que apretarse sobre el taburete, cerrando con mayor fuerza las piernas. Ansiaba moverse sobre el mullido almohadón, calmar la necesidad que latía entre sus piernas.  Sabía que había gente que los miraba. 
 Intentó contenerse, pero su sexo libidinoso había tomado vida propia haciéndole casi imposible la tarea de no restregarse contra el cuero.    
—Te deseo.
Fueron las últimas palabras coherentes que escuchó Miley antes de levantarse mecánicamente de la banqueta y seguirlo a dónde fuese que él la llevaba de la mano. 
  A cada paso que daba, ella sentía cómo un hilo líquido y tibio se escurría entre sus muslos. El lugar elegido resultó ser el guardarropa. 
Habían cruzado el salón buscando un lugar más privado, pero cada rincón estaba atestado de invitados y la necesidad de tocarse ya se les hacía insoportable, los había enardecido. 
 Se ocultaron detrás de la primera puerta que tuvieron delante. El recinto estaba vacío, lleno de abrigos, pero sin personas.  Nick atrapó a Miley entre la madera y su cuerpo y mientras una de sus manos volaba otra vez debajo de la falda, con la otra dio una vuelta a la llave para asegurarse de no ser interrumpidos.
 Esta vez Nick no se detuvo en las piernas ni jugueteó con las ligas, su mano fue a parar directamente bajo las braguitas de ella.  Los dedos de él resbalaban en húmedas caricias entre los pliegues del sexo de ella arrancándole a Miley gemidos desesperados.
—Tú también me deseas, ¿no es así muñeca?— susurró él con la voz amortiguada sobre el escote—. Estás mojada—hundió un dedo dentro de su vagina provocando que de ella rezumara aún más humedad— tu cuerpo vibra ante mis toques, reacciona.
—¡Oh Dios! ¡Si, te deseo Nick! Cada centímetro de mí quiere sentirte.
Las manos de Miley buscaron la entrepierna del hombre. Podía apreciar su erección a través de la tela de los pantalones.  Bajó la cremallera y con un toque sensual rozó el borde de los calzoncillos bóxer antes de bajarlos un poco para tomar la dura polla de Nick en su mano. 
Eso a él lo enloqueció más.
 Miley cerró los dedos alrededor del tronco y los deslizó hacia arriba en toda su extensión, después volvió a bajarlos otra vez hasta la base. Él respiraba de manera entrecortada, jadeante, mientras ella seguía friccionándolo y exprimiéndolo con su mano. La secretaria introdujo sus manos en la prenda interior, abarcando el bien formado trasero de Nick y presionando fue deslizándose hacia abajo, arrastrando en el camino el calzoncillo y los pantalones, que cayeron hasta los tobillos. 
  Miley se puso de rodillas frente a él, sorprendiéndolo placenteramente. Tomó la polla de Nick otra vez entre sus dedos, repitiendo el frote enloquecedor en toda su extensión. Después reemplazo los dedos por la punta de su lengua húmeda y volvió a trazar el camino que antes habían seguido sus manos, desde la  base hasta el glande. Rodeó la cabeza del miembro, delineando el contorno lánguidamente antes de tomarlo por completo dentro de su boca, excitándolo con su lengua y sus labios. Él le sostenía la cabeza, enredando sus dedos en el cabello de ella y marcando el ritmo tal como le gustaba. Un poco lento y sensual al principio, más rápido y salvaje después.
 Cuando le parecía que ya no aguantaría mucho más de esa exquisita tortura, Nick, tomándola de los brazos la puso de pie.  Enloquecido de deseo bajó el vestido de Miley hasta la cintura liberando los pechos firmes, esos pechos que lo habían atormentado durante toda la velada. 
 Con jadeos de puro placer los apresó entre sus manos, sobándolos. Los sintió pesados y turgentes. Una obra maestra de la naturaleza, el único manjar que aplacaría su hambre.  Con su lengua trazó círculos alrededor de los pezones, que cómo botones se alzaban erguidos, suplicantes de sus caricias. Nick, sin cortar el festín que se estaba dando, empujó a Miley hasta el otro extremo del cuarto. Siguió lamiendo, metiendo primero un seno y después el otro dentro de su boca y succionado, mordisqueando y chupando. Le resultaba deliciosa, adictiva.  Quería saborearla por completo.
La hizo voltear de cara a la pared y ella se encontró frente a frente, con un enorme tapado de visón del que se aferró con tanta fuerza como pudo. Él le besó los hombros. Deslizó las manos por los laterales del torso y le llevó los brazos en alto. Miley se asía con sus manos del cuello del abrigo que pendía de la pared.  Nick  siguió besando su espalda, la zona de sus costillas, hasta llegar a su cola, a la que mordisqueó incitantemente. Cuando él volvió a subir, lo hizo arrastrando la punta de su lengua por la columna, desde el cóccix hasta la nuca, estremeciéndola. La tomó del cabello llevándole la cabeza hacia atrás.
  La besó en la barbilla y después hundió su lengua dentro de su boca. Miley se aferró al cuello de su jefe. Sentía el enorme falo de él restregándose sobre su  trasero y las manos masculinas amasando enfebrecidamente sus pechos, que habían quedado más expuestos por la posición elevada de sus brazos.  La sensación era gloriosa, pero su coño pulsaba de necesidad. Ansiaba sentirlo dentro de ella. Quería que él la tomara por completo.
 —Tócame Nick, te necesito—rogó enterrando su rostro en el tapado de visón.
—¿Aquí?— preguntó él deslizando sus dedos por el interior de uno de sus muslos, y desparramando el líquido viscoso que chorreaba por ellos, aunque sin llegar más arriba. 
Sabía que ese jueguito la volvería loca.
—No— respondió ella apretando las piernas con fuerza— allí no—. Llevó su cabeza hacia atrás otra vez para volver a darle acceso a él a su boca.
— ¿Aquí? 
Nick la besó profundamente, mientras acariciaba apenas con las puntas de sus dedos el borde de sus braguitas empapadas siguiendo con la misma táctica.
—Nick, por favor— suplicó apretándose más al cuerpo de él.
Sentía la tentación de tocarse ella misma. El vacío era insoportable. Tomó la mano de Nick y la restregó contra su coño lujurioso, haciendo que los dedos de él presionaran sobre las bragas los labios hinchados de deseo.
—¡Oh Nick no pares!—gritó sin importarle si alguien los oía e imponiendo que él aumentara la presión.
 Nick no necesitó mayor incentivo. Bajó de un solo tirón la diminuta prenda interior y complació a la mujer directamente sobre su carne enfebrecida. La penetró con dos dedos, imitando los movimientos que haría después con su verga,  mientras con el pulgar, trazaba círculos sobre el pequeño botón.
 Ella arqueó las caderas en respuesta, acompañando el acompasado vaivén de los dedos que la acariciaban por dentro y sintiendo cómo se acrecentaban las sensaciones en cada una de sus terminaciones nerviosas. Desde el mismo centro de su feminidad, hasta la punta de los dedos de sus pies, inclusive.
 —¡Oh cielos! ¡Por favor dime que traes protección, ya no aguantaré mucho más!— dijo entre jadeos.
—Nunca salgo sin un condón— le murmuró con la voz entrecortada junto a la oreja.
 Él tampoco se contendría por mucho tiempo.
Se oyó el sonido del sobrecito del preservativo. Nick dejó de tocarla y Miley sintió otra vez la necesidad de ser llenada.  Se sentía anhelante, ardorosa como nunca antes se había sentido en toda su existencia y le gustó.
—Déjame a mí— le dijo girándose hasta ponerse frente a él y quitándole el paquetito de la mano.
Nick  arqueó una ceja en gesto interrogante. Esa misteriosa mujer era una caja de sorpresas. Era única, y a él eso le encantaba.
 Miley cortó un extremo del envoltorio con los dientes. La mirada vidriosa de Nick seguía cada movimiento. Luego ella retiró el condón y lo deslizó por la cabeza del bien dotado “equipo masculino” hasta la base. 
—¡Vas a matarme!—jadeó él al sentir los dedos de ella enfundando con delicadeza a su pene.
 En cuanto Miley hubo terminado, él volvió a voltearla.  Buscó la abertura de su coño de manera frenética y la penetró con una sola estocada. Las paredes femeninas lo apresaron al instante envolviéndolo en su secreta calidez. Apretándolo, exprimiéndolo. Volviéndolo completamente loco de placer. Una de sus manos se regodeaba con los pechos llenos, los dedos de la otra estimulaban el clítoris hinchado. Nick se hundió más profundamente en ella, marcándola, exigiéndola como suya. Un sentimiento primitivo, nuevo en él le urgía hacerlo. Se sentía un animal salvaje reclamando a su compañera. 
Miley amortiguaba sus gritos entre la suave piel del tapado de visón. Con cada embestida de él, se acrecentaba el torbellino que se estaba acumulando en su interior. Él, con sus expertos toques, la llevaba hasta el límite de la conciencia, dónde todo alrededor había dejado de tener importancia, donde cada cosa se había esfumado. 
 Nick había acelerado el ritmo, penetrando a la mujer más hondamente en cada estocada. El canal que albergaba a su polla se sentía resbaladizo, estrecho y cálido. Se sentía como el paraíso. O más bien, puede que fuese el infierno, se le ocurrió pensar, porque semejante lujuria se parecía más a un pecado. ¡Pues que lo condenaran, porque se sentía excelente!
Miley sintió que se estremecía y ya no pudo contenerse. Un huracán violento se desató a través de todo su ser cuando el miembro de Nick se transformó en un volcán en erupción.  El orgasmo estalló a la par en sus cuerpos, dejándolos extenuados y temblorosos. Con el corazón acelerado a mil latidos, la respiración entrecortada y un millón de preguntas.
 Ninguna de esas preguntas sería formulada en voz alta, ni tampoco hallaría sus respuestas, no al menos durante esa noche.



domingo, 19 de febrero de 2012

"Die Frau hinter der Maske" Cap 13




Lo que la detuvo no fueron el temor o la timidez. Fue un guapo hombre que la interceptó a mitad de camino y que la invitó a otra copa. La de ella ya estaba casi vacía.  El hombre rubio, que ella reconoció como Liam, un empleado del departamento de contaduría de Jonas Publisher. Quien jamás la había mirado más que para hacer algún gesto de desdén o compartir los cuchicheos con algunas de las mujeres que la había llamado a ella “lavarropas”, le sonreía seductor y tenía que hacer un esfuerzo impresionante para obligar a sus ojos a no permanecer todo el tiempo sobre los atributos de Miley.
 Intercambiaron un par de palabras, y en ese momento  se les unieron dos hombres más, muy entusiasmados con la idea de hacerle compañía.  A uno también lo conocía, era Justin, el encargado del departamento de gráfica, el otro era un desconocido y se presentó cómo amigo del primero. Los tres querían saber quién era ella. Miley sólo les sonreía seductoramente mientras interiormente se regodeaba pensando:
¡Si supieran!...
Las palabras fluían tal como si estuviese acostumbrada a mantener charlas frívolas con hombres, nada más lejano a lo que siempre había sido su vida.  A Miley le gustó sentirse el centro de atención e instintivamente y aunque no le interesaba tener nada con ninguno de ello, se encontró coqueteando. 
 Cuando pensó en lo que hacía, se dio cuenta que estaba enrollando en su dedo índice un mechón de su cabello ¡y hasta había batido un par de veces las pestañas! Al parecer los trucos surtían efecto, porque los tres estaban embobados con ella.
Disimuladamente giró el rostro hacia la barra y se encontró con una de las escenas de sus mejores sueños. 
  Nick Jonas ya no les prestaba atención a las bellas mujeres que lo rodeaban. Sus ojos estaban fijamente posados en ella. Miley no desvió la mirada, se la mantuvo, y la sensación fue electrizante.
Nick se puso de pie y caminó hacia ella, dejando atrás a las modelitos desconcertadas. Ella tampoco escuchaba ya lo que los tres hombres le decían.  En ningún momento cortaron el contacto visual. 
Cuando Nick llegó junto a ellos, los otros tres, simplemente se excusaron y se alejaron. Habían comprendido que estaban de más.  El señor Jonas, con su acostumbrado carisma, la invitó a salir de en medio del salón y caminar hacia una barra de bebidas que había en el otro extremo y en dónde no había tanta gente. 
La guiaba con una mano firme sobre su espalda, a la altura de la cintura. La piel en ese lugar le quemaba. Tomaron asiento en los altos taburetes. Allí la luz era más tenue y creaba un ambiente más íntimo. De fondo sonaba “Love of my life”, una de esas canciones que parecen estar hechas para enamorarse, que cada compás de su melodía logra erizar la piel tanto como una caricia. Ella estaba sentada de espaldas a la barra regalándole a él una visión en primer plano de su perfil. Cómo Nick estaba muy próximo a ella, y había apoyado su brazo derecho sobre la barra, justo detrás de la espalda de Miley y era bastante más alto que ella, el espectáculo para él se tornaba increíble.  
Miley aprovechó la ocasión para cruzar sus piernas y juguetear de manera seductora con las delgadas tiras de sus zapatos de tacón. La mirada de Nick voló hacia esa zona, dónde sus sandalias revelaban unos pies suaves y con uñas a tono con las de las manos.  Miley bebió unos sorbos de su copa, deleitándose cada vez más con el efecto que estaba consiguiendo tener sobre su jefe. Se sentía sexy y eso le brindaba seguridad, la hacía sentir poderosa. Nunca había imaginado ser capaz de despertar en ese hombre ni el más mínimo interés, y sin embargo allí estaba él, junto a ella intentando seducirla.  Miley era consciente de que con cada movimiento que hacía, más lo hipnotizaba. No sabía si su jefe se comportaba de esa manera con cada una de sus conquistas, de lo que no tenía la menor duda era que esa noche tenía a Nick Jonas bajo su absoluto dominio.


martes, 14 de febrero de 2012

"Die Frau hinter der Maske" Cap 12





Nick Publisher, anualmente, organizaba una cena a total beneficio del hospital materno—infantil de la ciudad. Eran eventos en dónde acudían grandes personalidades y ejecutivos gustosos de pagar el alto precio de la tarjeta que les garantizaba una noche de altísimo nivel y suntuosidades y sobre todo, rodeados de las personas más Top del momento.  Ese año la temática era un baile de máscaras y el lugar elegido como escenario, uno de los hoteles más lujosos de Nueva York.
 El 811 de la séptima avenida, cegaba con tanto esplendor y las dos hermanas se quedaron boquiabiertas al observar el millar de luces que se derramaban como diamantes sobre la fachada de la torre. 
 Varios autos con chofer y alguna que otra limousine se iban deteniendo en la entrada. Los personajes que descendían eran propios de la alfombra roja de los Oscar.
—¡Cielos mira eso!— exclamó Demi señalando los vehículos que se apostaban delante de ellas—. ¡Y tú llegarás en mi viejo Ford!
—¡Al menos no he llegado aquí caminando!— bromeó—. No te preocupes Demi, realmente no me importa llegar en tu auto— la tranquilizó ahora seriamente.
—¡Deberíamos haber alquilado una limo!— se lamentó—. ¡Así tu llegada hubiese sido de lo más espectacular!
—¡Oh si! ¿Y gastarme medio salario en eso? ¡Ni hablar!
 Las grandes personalidades, entre los que se veían cantantes del momento y otros un poco olvidados que aprovechaban el evento para hacerse ver y ser recordados. Porque era un hecho que las fiestas de Jonas Publisher siempre salían comentadas en las mejores revistas del país y sus invitados resultaban tema de conversación por varias semanas. Por eso asistían también tantos actores y actrices, políticos y empresarios, todos luciendo trajes de diseñador y máscaras, las de muchas de las mujeres enjoyadas. Por hordas seguían ingresando a la fiesta.
—Me siento un poco cohibida— confesó Miley cuando ya le tocaba a ella el turno de descender.
—¡No seas cobarde!— la reprendió su hermana—. Recuerda que nadie sabe quien eres— le guiñó un ojo—. Hoy eres una más de ellos Miley, bella, seductora… ¡Disfruta tu noche querida!
 No le dio tiempo a nada más, fue casi expulsada del auto a empellones. Antes que la bella mujer que miraba con un poco de temor la entrada, tuviese tiempo de abrir la puerta y echarse de cabeza sobre el asiento, el viejo Ford desapareció por la séptima avenida.
  Miley se sintió dentro de una película y ya que el escenario era increíble, realmente esplendoroso, decidió actuar su papel. Demi tenía razón, hoy era una más de ellos y nadie conocía su identidad.
 Traspasó el hall de entrada y siguió caminando con pasos lentos y elegantes hacia el salón destinado para el baile. Se le ocurrió pensar que de esa manera debió haberse sentido cenicienta en la fiesta del príncipe.  
 La idea le resultó cómica y a la vez pensó que ella tenía un poco de ese personaje de cuento. En su historia no había habido hadas madrinas con varitas mágicas, pero sí un ejército de profesionales cumpliendo las indicaciones de Demi y entre todos habían logrado un resultado asombroso.
El salón ubicado en el piso treinta y siete, no era menos imponente que lo que había recorrido del hotel hasta llegar allí. Pero no era sólo la suntuosidad que la rodeaba lo que tanto la impresionaba, sino que a cada paso dado, Miley había percibido las miradas de los hombres. Desde los empleados, pasando por los hospedados allí y ahora los invitados, todos la habían mirado… ¡Y con eso sólo ya tenía para cumplir su promesa! 
 Cada uno de ellos había clavado sus ojos primero en su escote y después en el resto de su figura. Era la primera vez que se sabía mirada con deseo. Había tenido la sensación de que la devoraban con los ojos, que la desnudaban con sus ardientes miradas y no podía negar que eso la había excitado. 
 El sentirse deseada le hacía a ella anhelar más, mucho más.
Un camarero le ofreció una burbujeante copa de champagne que ella aceptó gustosa. Bebiendo pequeños sorbos que le cosquillearon en la nariz, siguió caminando para mezclarse con los demás invitados. 
 Miley buscaba entre los rostros enmascarados el de Nick. Sabía que ella lo reconocería aunque él fuese completamente cubierto. Y a decir verdad, él no lo había hecho tan difícil.
 Cerca de la barra de bebidas y, como era de suponer, rodeado de esculturales modelos de pasarela, allí estaba Nick Jonas. ¡Elegantísimo! Enfundado en su finísimo traje negro y para “disimular su identidad”, llevaba un pañuelo, que Miley supuso sería de gasa o seda, al mejor estilo pirata. Tenía dos orificios en el lugar que le caía sobre los ojos y el resto de la tela le cubría la cabeza. Los extremos estaban atados detrás y colgaban hasta mitad de su espalda. A Miley le gustó cómo ese pequeño detalle podía otorgarle al siempre impecable Nick, un encantador aspecto de forajido. Los pasos la llevaban hasta el lugar en el que él se encontraba. No sabía si se animaría a hablarle y de hacerlo, que le diría, pero eso no la detenía, seguía avanzando hacia él.


Feliz Día de San Valentin... y de la Amistad...!!!




lunes, 13 de febrero de 2012

"Die Frau hinter der Maske" Cap 11





Miley abrió tanto los ojos ante esas prendas, que podrían habérsele desbordado de las órbitas.  Ante los gestos de impaciencia de su hermana, no le quedó más que poner manos a la obra y desvestirse. Se pondría esa ropa para el infarto, aunque más no fuera, para demostrarle a Demi que era imposible que su cuerpo entrara en algo tan estrecho. Las braguitas eran pequeñas y se perdían en cierta parte de su anatomía, pero a diferencia de lo que ella hubiese creído, se sentían confortables, tal como si no llevara nada puesto, y le gustó la sensación de saberse casi desnuda.  Más animada, deslizó las medias traslúcidas por sus piernas, y se sorprendió sintiendo su piel suave y de lo más sensible. 
Subió primero una media y luego la otra, con tanta delicadeza cómo le era posible para evitar que se rasgaran. Las ligas quedaban justo a la altura de sus muslos y después revelaban una pequeña porción de la satinada piel de sus piernas, las cuales con los zapatos de tacón, ganaron un par de centímetros a la vez que resultaban más estilizadas. 
 Le pareció que el resultado no era tan desastroso después de todo, pero no le fue permitido comprobarlo frente al espejo. Todavía faltaba el detalle final, y porque no, el más importante… El vestido. Demi la ayudó a pasarlo por su cabeza y la tela resbaló sobre su cuerpo como una segunda piel. No llevaba sujetador, el modelo de escote en pico y los generosos pero firmes pechos de Miley lo permitían. 
Demi le acomodó el cabello y entonces sí puso a Miley frente al espejo que le revelaría la obra terminada.
La mujer del reflejo se veía sensual, revelando a través del escote un busto turgente. Toda la piel a la vista lucía luminosa y se adivinaba tersa. Era una tentación para ser acariciada.  Más abajo, una estrecha cintura y una cadera redondeada, eran una invitación a emprender un viaje por aquellas curvas sugerentes. 
 El vestido era un diseño largo, pero cuando ella se movía, la seda rodeaba las formas de sus piernas regalando una pequeña muestra de lo que había allí debajo. Su rostro había sido maquillado con delicadeza, perfeccionando aquellos detalles no tan agraciados y sí, destacando todos sus atributos, cómo los ojos y la boca, dueña de una forma especial. Al usar lentes de contacto, esa belleza natural, no sería estropeada por las gruesas gafas.
 El cabello había sido cortado en capas y sacado de su monotonía castaña con algunas mechas cobrizas mezcladas estratégicamente, que le otorgaban luminosidad y un efecto encantador al ser reflejadas por las luces.
—¡Dime algo!— la instó su hermana.
Miley se había quedado sin palabras. 
¿Cómo era posible que ella fuese la mujer del espejo?, se preguntaba. ¿Cómo jamás se había percatado de que su cuerpo, si bien no era esquelético y le harían falta varias semanas de ayuno para serlo, tenía buenas formas y realmente, no más de dos o tres kilos de más? 
—Yo… Creo que tenías razón— dijo sin saber que más decir.
—¡Pues por supuesto que siempre he tenido razón! Pero tú, mi querida hermanita, siempre te has empeñado en hacer oídos sordos a mis palabras.
—No estoy tan gorda tampoco— agregó sonriendo—. No más de un par de kilos— giró para mirarse de costado—. Y con este vestido se disimula bastante, ¿no?
—¡Estás hermosísima Miley! Cada hombre de esa fiesta quedará embobado al verte. Sólo había un hombre al que Miley Cyrus deseaba fervientemente dejar embobado. El resto no importaban.
—Recuerda tu promesa Miley, a tu regreso quemarás tu vieja ropa— determinó Demi oportunamente.
—¡Sólo si algún hombre demuestra interés en mi!— le recordó.
—¿Y tú lo dudas? ¡Yo iré preparando los fósforos! A no ser que los invitados sólo sean ciegos querida…, me temo que no te quedará más que cumplir con tu palabra. ¡Hoy, la antigua señorita Miley Cyrus ha desaparecido para dar paso a esta Femme fatal!
—¡Señor!, si hasta me siento así, toda una seductora— expresó casi saltando de la alegría. 
 Se sentía una mujer nueva, completamente nueva y capaz de todo. No tenía el cuerpo ni la altura de una modelo, pero le había gustado lo que había visto en el espejo.  Miley Cyrus, a los treinta y un años, sentía que había nacido de nuevo. Su hermana le había devuelto algo que ella había perdido hacía ya mucho tiempo, y eso era la confianza. No sólo le había cambiado la apariencia, ese cambio radical también había modificado su espíritu.
  Miró el reloj despertador que titilaba sobre su mesita de noche. Ya era hora de irse.
—No olvides el antifaz— Demi le alcanzó la máscara de color negro que llevaría sobre el rostro.
—¡Cómo si hiciera falta!— exclamó complacida—. ¡Podría pasearme sin ella y aún nadie se imaginaría que soy la fea secretaria del señor Jonas!
—¿Fea?
—Bueno, la antiguamente, hasta hace dos horas— aclaró— fea secretaria— inspiró profundamente—. ¡Ya no! Nunca más. 
 —Te llevaré en mi auto hasta el hotel. Si quieres, después me telefoneas y voy a recogerte.
—De acuerdo, pero no me esperes despierta, es muy probable que me tome un taxi para no importunarte.
 Las dos mujeres ya habían salido del departamento para dirigirse al estacionamiento en dónde el sencillo coche de Demi estaba aparcado.
—Miley, no sería ninguna molestia—dijo su hermana continuando con la conversación en la que se habían enfrascado.
—Gracias Demi.
—No tienes que darme las gracias por querer ir a recogerte— indicó.
—No es sólo por eso— respondió conmovida—. Gracias por todo, por todo esto— se señaló ella misma.
—Tampoco tienes que agradecerme por eso— le tomó la mano con fuerza—. ¡Hace tiempo que quería hacerlo!— le sonrió cómplice antes de quitar la alarma al auto. 
 Minutos después estaban de camino al baile de máscaras.


"Die Frau hinter der Maske" Cap 10





El sábado había llegado con demasiada rapidez. Dejando atrás para Miley una agradable cena el miércoles, junto a su hermana y sus padres con motivo de su cumpleaños. La velada se había visto brevemente interrumpida para telefonear al señor Jonas y recordarle que a las ocho debía estar en su piso para encontrarse con su hermano Joe. Esto, por supuesto que a ella le había significado una grave reprimenda por parte de Demi, quien no había dudado en puntualizar por milésima vez, qué tan caradura era su jefe. Con respecto a su trabajo, tanto el jueves como el viernes no había habido casi nada fuera de lo común. 
Había llevado los proyectos laborales de Jonas Publisher, retirado de una elegantísima casa de ropa formal masculina el finísimo traje negro que vestiría Nick  en el baile de máscaras, concretado reuniones, hecho llamados telefónicos, despachado correspondencia y también, enviado un nuevo ramo de flores el día viernes, ésta vez dedicado a Lilian Evans.
Y aquí estaba ahora Miley Cyrus, el sábado, después del almuerzo, entregada de pies a cabeza a su hermana Demi, quien había prometido cambiarle totalmente la apariencia. Miley, vistiendo uno de sus pantalones de jean de color negro (dos talles más grandes de lo necesario), una horrible chaqueta azul marino recta y larga hasta la cadera, el infaltable y aburridísimo rodete y un par de lentes oscuros, salió a la calle arrastrada por su hermana y antes de darse cuenta, ya estaba en el auto rumbo a un salón de belleza.
 Demi ofrecía una visión absolutamente diferente. Tenía un par de centímetros más de altura que Miley y era mucho más delgada. No tanto cómo las modelos, pero delgada al fin. Además le gustaba vestir ropa colorida y a la moda. Dueña de un estilo desenfadado e informal lucía el cabello muy corto y con peinados modernos desmechados y con mechas de colores. Al mirarlas detenidamente se podían apreciar algunos parecidos entre ellas, sobre todo en la forma de los ojos y en la boca, pero en general, eran mayores las diferencias. Miley siempre había dicho, un poco en broma, mucho en serio, que en la distribución de cualidades, Demi se había llevado toda la belleza y que a ella sólo le habían dejado unas pobres migajas. Y al observarlas ahora, una junto a la otra, muchos hubiesen afirmado que Miley no se equivocaba.
 Después de casi veinte minutos de trayecto, por avenidas atestadas de vehículos, llegaron a un salón pintado en colores pasteles y con una gran marquesina sobre las puertas de cristal.
 Demi no permitió que su hermana se mirara en ningún espejo. Según había dicho, ¡Era para que el efecto del cambio fuese total!  En el salón de belleza, que había resultado ser un spa urbano, le prodigaron todo tipo de terapias, masajes, tratamientos, y demás. No quedó un solo centímetro del cuerpo de Miley que no hubiese sido tocado por alguna de las profesionales, ya sea con ceras depilatorias, cremas exfoliantes, aceites perfumados y mascarillas de chocolate… La lista era interminable.
 Habían terminado y Miley no tenía idea de cómo se veía.  Ya casi anochecía. Después de horas impagables de relax, ella había vuelto a ponerse su ropa y había salido del spa sin haber podido espiar en ningún espejo. Sólo veía que sus manos tenían una perfecta manicura y que sus uñas habían sido pintadas con un esmalte coralino nacarado, casi imperceptible. Le resultaba extraño que esas manos suaves y tan arregladas fuesen las suyas.
Normalmente solía limar sus uñas y darles una mano de brillo, también se ponía cremas en todo el cuerpo y el rostro y eso, definitivamente incluía a sus manos, pero jamás, de ninguna manera, había logrado semejante resultado. Sabía que sus pies habían quedado en las mismas condiciones impecables, el resto era un enigma.
 Al llegar al edificio dónde tenían el departamento, Miley notó las primeras miradas de sorpresa. En el camino desde la acera hasta su piso se toparon con el conserje y con un par de vecinos, que si bien no se atrevieron a decirle nada, no habían podido ocultar el asombro. Miley no estaba segura si era porque el cambio era bueno o porque estaba peor que antes. Para acrecentar su incertidumbre, Demi sólo se limitaba a sonreírle y a evitar que ella encontrara su reflejo.
 Al llegar a su cuarto, Miley encontró sobre su cama el vestido más hermoso que había visto jamás. Era en color azul hielo, y aunque no era el vestido con el escote en la espalda, era un modelo súper sexy.
—Demi, yo no puedo ponerme esto. ¡Ojala tuviera la figura para lucirlo!, pero las dos sabemos que ni siquiera entraré allí.
—Miley, creo que tienes una percepción muy distinta de cómo es tu cuerpo en realidad— le dijo su hermana seriamente—. Y si continúas insistiendo en tales bobadas, me veré obligada a llevarte a una cita con el psicólogo— sentenció.
—¡Pero Demi! ¡Mira esa cintura!— tenía el vestido de seda entre sus manos—. Te digo que no es de mi talla.
—¡Ay Miley! Verás que esa es tu verdadera talla y no esas bolsas que luces cada día— expresó con cariño y con toda la paciencia que había adquirido con años de yoga y meditación—. ¡Vamos! ¿Qué esperas para vestirte?— le dijo levantando unas diminutas bragas de encaje del mismo color del vestido y un par de medias de seda con unas liguitas bordadas.