La inescrutable figura
habló por fin.
—Yo soy Miley Finley. ¿Qué
es lo que desea?
Nicholas la observó con
incredulidad.
—¿Usted es Miley Finley?
—preguntó.
La expresión que el recién
llegado tenía en el rostro la habría hecho reír en otro momento, pero Miley
estaba demasiado abrumada por la presencia de ese hombre como para que le
resultara divertida. ¿Qué diablos estaba haciendo un hombre como ése en
Wharton, buscándola a ella? Aquel hombre no sólo estaba fuera de lugar allí,
sino que, además, era tan guapo… Cabello oscuro como la noche, ojos también
oscuros y un, rostro que parecía tallado por el cincel de Miguel Ángel. Su piel
tenía un bronceado natural y su elegante ropa de diseño anunciaba a gritos que
no había sido realizada en Inglaterra, ni siquiera por el mejor sastre de
Savile Row. Era tan extranjera como aquel desconocido. Además, su voz, aunque
modulada con un perfecto inglés, tenía acento. Italiano. Efectivamente. Eso
concordaba perfectamente con su aspecto. Sin poder evitarlo, un extraño
sentimiento se despertó en su interior, sentimiento que suprimió
inmediatamente. No. Sólo se trataba de una coincidencia. Nada más. A pesar de
todo, se preguntó qué podría estar haciendo un hombre como aquél frente a la
puerta de su casa.
—Sí —respondió,
secamente—. Soy Miley Finley. ¿Usted es…?
Esperó pacientemente, pero
el hombre siguió mirándola sin molestarse en ocultar la expresión que tenía en
los ojos. Expresaba mucho más que sorpresa. Miley conocía perfectamente aquella
mirada. La había estado viendo en los ojos de los hombres que la observaban
toda su vida. Esa mirada le decía que, para ellos, no contaba como mujer.
Este hecho había sido un
alivio para sus abuelos, dado que lo que más habían temido era que el destino
de la hija se volviera a repetir en la nieta. Sus abuelos jamás habían podido
superar la vergüenza de que su hija fuera madre soltera ni el estigma de la
ilegitimidad de su nieta. A pesar de lo mucho que la quería, Miley sabía que
sus abuelos jamás habían podido asimilarlo. Por ello, Wharton era un lugar muy
apropiado para ocultarse del mundo. Sin embargo, le intranquilizaba el hecho de
que alguien hubiera podido encontrarla allí, alguien cuya nacionalidad era la
menos bienvenida que podría ocurrírsele…
Tenía que ser una
coincidencia. A pesar de todo, estaba decidida a averiguar qué estaba haciendo
aquel hombre allí.
—Tal vez no me ha oído.
Soy Miley Finley. ¿Qué desea? —repitió, con voz cortante.
El hombre volvió a
mirarla. Vio la expresión a la que ya estaba acostumbrada en sus ojos, pero en
aquella ocasión, había algo más. La intranquilidad se apoderó de ella. ¿Qué
ocurría? ¿Quién era ese hombre y por qué estaba allí?
—Si no puede decirme a qué
ha venido, debo pedirle que se marche.
Vio que la ira se
reflejaba en los ojos del desconocido. Evidentemente, no le gustaba que le
hablaran de aquella manera. Tensó los labios.
—Tengo un asunto de suma
importancia que comunicarle —dijo—. Tal vez usted tenga la cortesía de abrir la
puerta para que podamos hablar en el interior de la casa.
Las dudas de Miley
resultaron más que evidentes. En los oscuros ojos del desconocido se reflejó un
gesto burlón.
—Le aseguro que está a
salvo conmigo, signorina.
Miley se ruborizó
ligeramente al oír aquellas palabras. No necesitaba sornas para comprender que
ningún hombre intentaría flirtear con ella.
—La puerta está cerrada
con llave. Espere aquí.
Nicholas observó cómo ella
rodeaba la casa y desaparecía. ¡Dios santo! ¡Aquella mujer era un adefesio!
¿Cómo había podido William tener una hija así? Era un hombre muy guapo y jamás
se habría molestado en seducir a la madre de aquella muchacha si ella no
hubiera sido hermosa. ¿Adónde había ido a parar todo aquel legado genético?
Después de lo que pareció
una espera interminable, la puerta se abrió y Nicholas pudo acceder al interior
de la casa. Notó inmediatamente el olor a humedad y la oscuridad que lo
rodeaba.
—Por aquí —le dijo la
muchacha.
Aún llevaba puestos unos
impresentables pantalones de pana, aunque el hecho de que se hubiera despojado
del abrigo no había mejorado su apariencia. Llevaba puesto un enorme jersey
tejido a mano, con un agujero en un codo y larguísimas mangas. Su cabello era
indescriptible. Una lacia melena recogida de mala manera con una goma elástica.
Ella lo condujo a la
cocina decorada al estilo de mucho tiempo atrás y que estaba caldeada por una
estufa de muchos años de antigüedad.
—Bueno, ¿quién es usted y
qué es lo que quiere decirme?
Nicholas tomó asiento y la
examinó de nuevo.
—¿Y dice usted que es
Miley Finley?
—Ya le he dicho que sí
—respondió ella, con hostilidad—. ¿Y usted es…?
no la dejes ahiii!!!!!!
ResponderEliminarme encanto el capitulo lastima que era corto y justo la dejaste en la mejor parte
por favor no tarde en subir y muero por leer el siguiente
amo esta nove
besos