Miley
cuadró los hombros y levantó la pesada carretilla. La montaña de leña húmeda
que acababa de recoger se tambaleó durante un instante, pero no se cayó.
Parpadeó para sacudirse las gotas de lluvia de las pestañas y empezó a andar
hacia la puerta de la verja que conducía al jardín trasero. Estaba
completamente empapada, pero no le importaba. Estaba acostumbrada a la lluvia
porque llovía mucho en aquella parte del país. Cuando llegó a la superficie
asfaltada del jardín trasero sus progresos resultaron algo más fáciles. Se
dirigió con su carga a la leñera. La leña era muy valiosa y ayudaba a rebajar
las costosas facturas del gas y de la electricidad.
Ella
necesitaba ahorrar todo lo que pudiera, no sólo para las reparaciones más
esenciales que había que realizar en la casa, que había estado algo descuidada
incluso cuando sus abuelos vivían debido a la falta de liquidez, sino también
para los impuestos que tenía que pagar por Wharton después de heredarla.
La
ansiedad se apoderó de ella. Su cerebro le decía que lo más sensato era vender
la propiedad, pero su corazón se negaba a hacerlo con vehemencia. No podía
hacerlo. Era la única casa que era capaz de recordar, su refugio del mundo. Sus
abuelos la habían criado allí después de la lamentable y vergonzosa tragedia
que le había acaecido a su madre, una mujer que había fallecido soltera,
dejando atrás una hija ilegítima, concebida con un hombre que se había negado a
reconocerla.
Como no
tenía ingresos que acompañaran a la propiedad, la única esperanza que Miley
tenía de poderse quedar con ella era convertirla en una casa de alquiler para
vacaciones, pero eso requería una cocina nueva, baños en todas las
habitaciones, una nueva decoración, montones de arreglos… Todo resultaba
demasiado caro.
Lo peor
era que el primer pago de impuestos era inminente. El único modo que tenía de
pagarlo era vender los últimos cuadros y antigüedades que quedaban en la casa.
A Miley no le gustaba la idea de venderlos, pero no le quedaba más remedio.
La
ansiedad, su constante compañera, volvió a apoderarse de ella.
Mientras
vaciaba la carretilla en la leñera, oyó que un coche se acercaba a la casa.
Miley recibía muy pocas visitas. Sus abuelos habían sido personas muy
reservadas y a ella le gustaba seguir haciendo lo mismo. Dejó la carretilla y
se dirigió a la fachada principal de la casa. Vio que un reluciente automóvil
se había detenido frente a la puerta principal. A pesar de que tenía los
laterales manchados de barro, seguía pareciendo tan elegante, caro y fuera de
lugar como si hubiera sido una nave espacial. Sin embargo, todavía más fuera de
lugar resultaba el hombre que acababa de descender del vehículo. Miley lo
observó atentamente, boquiabierta y parpadeando bajo la lluvia.
Nicholas
descendió del coche con expresión sombría. Le resultaba casi imposible contener
su malhumor. A pesar de que contaba con la ayuda de un navegador, aquellos
senderos serpenteantes y sombríos le habían resultado prácticamente imposibles.
Entonces, cuando por fin había conseguido llegar, la casa parecía vacía. La
casa presentaba un aspecto descuidado y abandonado, lo mismo que el jardín que
la rodeaba.
Para
protegerse de la lluvia, se refugió en el desvencijado porche. Llevaba
lloviendo sin parar desde que aterrizó en Exeter y no parecía que fuera a
parar. Nicholas miró la casa una vez más y al ver su estado de abandono se
preguntó si estaba tan vacía como parecía.
El crujido
de la grava le hizo darse la vuelta.
No. No
estaba tan vacía.
Vio que
se le acercaba una figura ataviada con pesadas botas y cubierta con la capucha
de un raído impermeable. Decidió que sería algún empleado de la casa.
—¿Está
la señorita Finley? —le preguntó.
Miley
Finley. Así se llamaba la hija de William. Según las pesquisas que Nicholas
había realizado, su madre, Leticia Finley, y William se habían conocido
mientras ella visitaba Italia cuando estaba estudiando Arte. Aparentemente,
Leticia fue una mujer bonita e ingenua y lo ocurrido había sido lo único que se
podía esperar. Nicholas también había descubierto que Leticia Finley murió
cuando su hija tenía tres años y que la muchacha había sido criada por los
abuelos maternos en aquella casa.
Al
menos, la muchacha se pondría loca de contenta al descubrir que tenía un abuelo
muy rico esperando ocuparse de ella. Aquel lugar era una ruina.
Estaba
de muy mal humor. No quería estar allí, prácticamente actuando como recadero de
Ronald, pero éste le había indicado que cuando tuviera a su nieta a su lado,
quería jubilarse para poder estar más tiempo al lado de la joven. Aquello le
convenía a él.
—¿Está en casa la señorita
Finley? —repitió con impaciencia.
uuuuuuhh noooo la dejes ahi justo en la mejor parte
ResponderEliminarme encanto la trama de la novela muero por leer el siguiente capitulo ya quiero ver como se desarrolla la historia de estos
siguela
besos
Esta muy buena siguela por fa
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