jueves, 10 de julio de 2014

Path to Love Cap 2



Miley cuadró los hombros y levantó la pesada carretilla. La montaña de leña húmeda que acababa de recoger se tambaleó durante un instante, pero no se cayó. Parpadeó para sacudirse las gotas de lluvia de las pestañas y empezó a andar hacia la puerta de la verja que conducía al jardín trasero. Estaba completamente empapada, pero no le importaba. Estaba acostumbrada a la lluvia porque llovía mucho en aquella parte del país. Cuando llegó a la superficie asfaltada del jardín trasero sus progresos resultaron algo más fáciles. Se dirigió con su carga a la leñera. La leña era muy valiosa y ayudaba a rebajar las costosas facturas del gas y de la electricidad.
Ella necesitaba ahorrar todo lo que pudiera, no sólo para las reparaciones más esenciales que había que realizar en la casa, que había estado algo descuidada incluso cuando sus abuelos vivían debido a la falta de liquidez, sino también para los impuestos que tenía que pagar por Wharton después de heredarla.
La ansiedad se apoderó de ella. Su cerebro le decía que lo más sensato era vender la propiedad, pero su corazón se negaba a hacerlo con vehemencia. No podía hacerlo. Era la única casa que era capaz de recordar, su refugio del mundo. Sus abuelos la habían criado allí después de la lamentable y vergonzosa tragedia que le había acaecido a su madre, una mujer que había fallecido soltera, dejando atrás una hija ilegítima, concebida con un hombre que se había negado a reconocerla.
Como no tenía ingresos que acompañaran a la propiedad, la única esperanza que Miley tenía de poderse quedar con ella era convertirla en una casa de alquiler para vacaciones, pero eso requería una cocina nueva, baños en todas las habitaciones, una nueva decoración, montones de arreglos… Todo resultaba demasiado caro.
Lo peor era que el primer pago de impuestos era inminente. El único modo que tenía de pagarlo era vender los últimos cuadros y antigüedades que quedaban en la casa. A Miley no le gustaba la idea de venderlos, pero no le quedaba más remedio.
La ansiedad, su constante compañera, volvió a apoderarse de ella.
Mientras vaciaba la carretilla en la leñera, oyó que un coche se acercaba a la casa. Miley recibía muy pocas visitas. Sus abuelos habían sido personas muy reservadas y a ella le gustaba seguir haciendo lo mismo. Dejó la carretilla y se dirigió a la fachada principal de la casa. Vio que un reluciente automóvil se había detenido frente a la puerta principal. A pesar de que tenía los laterales manchados de barro, seguía pareciendo tan elegante, caro y fuera de lugar como si hubiera sido una nave espacial. Sin embargo, todavía más fuera de lugar resultaba el hombre que acababa de descender del vehículo. Miley lo observó atentamente, boquiabierta y parpadeando bajo la lluvia.
Nicholas descendió del coche con expresión sombría. Le resultaba casi imposible contener su malhumor. A pesar de que contaba con la ayuda de un navegador, aquellos senderos serpenteantes y sombríos le habían resultado prácticamente imposibles. Entonces, cuando por fin había conseguido llegar, la casa parecía vacía. La casa presentaba un aspecto descuidado y abandonado, lo mismo que el jardín que la rodeaba.
Para protegerse de la lluvia, se refugió en el desvencijado porche. Llevaba lloviendo sin parar desde que aterrizó en Exeter y no parecía que fuera a parar. Nicholas miró la casa una vez más y al ver su estado de abandono se preguntó si estaba tan vacía como parecía.
El crujido de la grava le hizo darse la vuelta.
No. No estaba tan vacía.
Vio que se le acercaba una figura ataviada con pesadas botas y cubierta con la capucha de un raído impermeable. Decidió que sería algún empleado de la casa.
—¿Está la señorita Finley? —le preguntó.
Miley Finley. Así se llamaba la hija de William. Según las pesquisas que Nicholas había realizado, su madre, Leticia Finley, y William se habían conocido mientras ella visitaba Italia cuando estaba estudiando Arte. Aparentemente, Leticia fue una mujer bonita e ingenua y lo ocurrido había sido lo único que se podía esperar. Nicholas también había descubierto que Leticia Finley murió cuando su hija tenía tres años y que la muchacha había sido criada por los abuelos maternos en aquella casa.
Al menos, la muchacha se pondría loca de contenta al descubrir que tenía un abuelo muy rico esperando ocuparse de ella. Aquel lugar era una ruina.
Estaba de muy mal humor. No quería estar allí, prácticamente actuando como recadero de Ronald, pero éste le había indicado que cuando tuviera a su nieta a su lado, quería jubilarse para poder estar más tiempo al lado de la joven. Aquello le convenía a él.
—¿Está en casa la señorita Finley? —repitió con impaciencia.


2 comentarios:

  1. uuuuuuhh noooo la dejes ahi justo en la mejor parte
    me encanto la trama de la novela muero por leer el siguiente capitulo ya quiero ver como se desarrolla la historia de estos
    siguela
    besos

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  2. Esta muy buena siguela por fa

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