Nicholas la observó
durante un instante. Aquella muchacha no era simplemente del montón, sino que
era fea. Por muy duro que pudiera resultar, no había otra palabra que pudiera
describir su apariencia. Tenía el rostro muy cuadrado, ojos cobijados bajo
espesas cejas marrones y una expresión de amargura en el rostro.
—Me llamo Nicholas Jonas.
Estoy aquí en nombre del signor
Cyrus.
Al escuchar el nombre del
que era su abuelo, la expresión de la muchacha varió ligeramente, volviéndose
aún más dura y severa que antes.
—¿Lo conoce? —le preguntó
Nicholas, Sorprendido.
—Conozco perfectamente el
apellido Cyrus —replicó con dureza la muchacha—. ¿Por qué ha venido usted aquí?
—El signor Cyrus acaba de enterarse de que usted existe —le dijo, con
un cierto tono de reprobación.
—¡Eso es mentira! —le
espetó la muchacha—. ¡Mi padre siempre ha sabido que yo existía!
—Yo no me refería a su
padre, sino a su abuelo. Él acaba de enterarse de quién es usted.
—Bueno, pues que le
zurzan. Ahora, si eso es todo lo que ha venido a decirme, puede marcharse.
—No pienso hacerlo
—replicó Nicholas, con expresión dura en el rostro—. He venido para informarle
de que su abuelo, Ronald Cyrus, desea que vaya usted a Italia.
—¿Qué desea que yo vaya a
Italia? ¿Está loco?
—Señorita Finley —dijo
Nicholas, tratando de controlarse ante la actitud que mostraba la muchacha—, su
abuelo es un anciano muy frágil. La muerte de su hijo ha supuesto un duro golpe
para él y…
—¿Dice usted que mi padre
ha muerto?
—Sí. Falleció en un
accidente náutico el verano pasado.
—El verano pasado —repitió
ella—. Lleva muerto todo ese tiempo… —añadió. Tras unos instantes, la expresión
de resentimiento volvió a reflejarse en su rostro—. Ha perdido el tiempo
viniendo hasta aquí, señor Jonas. Es mejor que se vaya.
—Eso no es posible. Su
abuelo desea que usted me acompañe a Italia.
—No pienso hacerlo. Mi
padre trató a mi madre de un modo imperdonable. ¡No deseo tener nada que ver
con esa familia!
—Tal vez no comprenda
usted que su abuelo es un hombre muy rico. Uno de los más ricos de Italia.
Acceder a sus deseos sería muy beneficioso para usted, señorita Finley.
—¡Espero que se atragante
con todas sus riquezas! —rugió ella, apoyándose en la mesa—. Dígale que, por lo
que a mí respecta, no tiene ninguna nieta. ¡Igual que su hijo jamás tuvo hija
alguna!
—Ronald no es responsable
de que su hijo se negara a reconocerla a usted…
—En ese caso, resulta
evidente que la educación que le dio fue pésima. De eso sí que fue responsable
y falló miserablemente a la hora de hacerlo. Su hijo era un ser despreciable…
¿Por qué iba yo a querer dedicarle tiempo a un hombre como ése?
Nicholas se puso de pie.
El repentino movimiento hizo que la silla se arrastrara violentamente por el
suelo.
—¡Basta! Efectivamente, es
mejor que usted no vaya a visitar a su abuelo, dado que sería una completa
desilusión para él. Desgraciadamente, ahora tengo el deber de decirle a un
hombre anciano y enfermo, que sufre la trágica muerte de su hijo único, que su
único pariente vivo es una jovencita maleducada y poco considerada que está
dispuesta a culparle de todo sin siquiera conocerlo. Que tenga un buen día.
Sin más, el italiano se
marchó de la cocina y de la casa. A los pocos segundos, Miley oyó que el motor
del coche se ponía en marcha y que éste se alejaba en la distancia.
En aquel momento, se dio
cuenta de que estaba temblando. Decidió que había sido por la sorpresa de haber
establecido el primer contacto con su familia de Italia. Durante toda su vida,
había tenido que escuchar cómo el apellido de su padre era despreciado. De
hecho, cuando se le mencionaba, aunque muy raramente, las palabras dirigidas
hacia él estaban llenas de hostilidad y condena. Sus abuelos le habían dejado
muy claro lo despreciable que era su padre…
Estaba muerto…
Jamás había esperado, ni
deseado, que algún día pudiera conocerlo, pero enterarse tan de repente de su
fallecimiento la había conmocionado profundamente.
«Mi padre ha muerto. Ya
nunca podré conocerlo… Siempre me rechazó, hasta el punto de llegar a ignorar
mi existencia. No le importé nada. No era nada más que un playboy egoísta y
mimado, acostumbrado a utilizar a las mujeres como si fueran juguetes y salirse
con la suya por el simple hecho de ser guapo y rico… Como el hombre al que han
enviado aquí».
De mala gana, miró hacia
el lugar en el que había estado sentado su inesperado visitante y la expresión
de su rostro se hizo aún más amarga. Entonces, volvió a cuadrar los hombros.
Tenía mucho trabajo que hacer. Se levantó y volvió al exterior para ir a
recoger otro cargamento de leña bajo la lluvia.
Nicholas tomó asiento en
el cómodo sillón con una cierta sensación de alivio y miró a su alrededor.
Estaba en el cálido y elegante salón de su suite del Lindford House Hotel, que
su asistente personal le había reservado antes de salir de Roma. ¡Así debía ser
una casa de campo en Inglaterra, no como la casucha en la que vivía Miley
Cyrus!
Tomó un sorbo de martini y
decidió que la muchacha no tenía nada bueno. Ni en aspecto ni en personalidad.
Se había sentido enfadado por cómo lo había manipulado Ronald, pero en aquellos
momentos sólo podía apiadarse de él por la nieta que tenía. La desilusión del
anciano sería enorme.
En otras circunstancias,
se habría apiadado de aquella muchacha por su falta de atractivo, pero sus
modales y su personalidad habían sido tan desagradables que le resultaba
imposible.
Con gesto impaciente, tomó
el menú para decidir qué era lo que iba a tomar para cenar. La desagradable
nieta de Ronald ya no era de su incumbencia. Había hecho lo que Ronald le había
pedido. Si ella se negaba a acompañarlo a Italia, no era su problema.
Desgraciadamente, cuando
Nicholas regresó a Italia, comprobó que Ronald no compartía esta opinión.
—¿Qué ha hecho qué?
—preguntó con incredulidad Nicholas, dos días más tarde.
La pregunta era retórica.
Tenía la respuesta frente a sus ojos, en el informe que su ayudante personal le
había entregado. Estaba firmado por el presidente de Cyrus-Jonas y le informaba
que ya no era necesario que siguiera prestando sus servicios como director
ejecutivo.
La ira se apoderó de él,
pero comprendió perfectamente la razón que había detrás de todo aquello. Ronald
no había aceptado que Miley Finley se hubiera negado a visitarlo. Nicholas le
había dicho al anciano bien claro lo hostil que la muchacha se había mostrado
hacia él. En aquel momento, deseó haber sido menos sensible a los sentimientos
de Ronald.
—Llama a Ronald —ordenó—.
¡Ahora mismo!