miércoles, 30 de mayo de 2012

"Die Frau hinter der Maske" Cap 25





—Ese es el encabezado de la carta— respondió haciendo caso omiso a la cara de terror de ella—. Es para la mujer del baile de máscaras— completó él.
—Pero señor Jonas— protestó ella—. ¿Y a dónde piensa enviarla? Tengo entendido que usted no tiene ni su dirección ni su número telefónico… Me lo ha dicho ella hoy— agregó para justificar sus amplios conocimientos con respecto a ese tema.
—Bueno Miley, si vuelve a llamar, usted simplemente le lee la carta y ya. De todas formas, estoy seguro que tarde o temprano a ella le llegará lo que quiero decirle.
Para qué seguir insistiendo. Si a él lo hace feliz escribirle, pues bien, que lo haga, decidió la muchacha.
—Entonces…— dijo con un suspiro cansado—. Hermosa mujer misteriosa…— repitió en voz alta mientras tecleaba.
—Hermosa mujer misteriosa…
—Ya escribí eso— le dijo en tono de fastidio.
—Ya lo se Miley, sólo estoy retomando desde dónde había quedado antes que usted me hubiese interrumpido— y sólo para fastidiarla volvió a repetirlo, pero esta vez arrastrando las sílabas, acariciando cada letra cómo si en realidad la estuviese acariciando a ella—. Hermosa mujer misteriosa: No puedo dejar de pensar en ti— continuó—. Me visitas en cada uno de mis sueños y durante el día me tienes obsesionado buscándote en cada mujer.
Miley tragó saliva. ¿Realmente ella había logrado eso en él?
Entonces se corrigió, no había sido ella, Miley Cyrus… Había sido la mujer del antifaz, la del vestido azul hielo.
—Ardo de deseos por volver a acariciarte, sentirte junto a mi cuerpo… Mi polla clama por hundirse profundamente en la humedad de tu sexo otra vez… Por sentirte estrecha, resbaladiza, caliente para mí.
—Señor Jonas, yo… Yo no puedo escribir esto— pronunció las palabras de manera entrecortada, casi jadeante.
—¡Vamos Miley! ¿Acaso no quieres saber lo que ella es capaz de despertar en mí, cómo consigue endurecerme?
—No. ¿Por qué mejor no lo escribe usted?— ella no quería ni mirarlo. No quería delatarse.
Nick se puso de pie y rodeó el escritorio. Estaba detrás de ella fingiendo leer la pantalla.
—Vas muy bien Miley. Además quiero que seas tú la que lo escriba, para que puedas decírselo a ella…  Para que puedas contarle cuanto ansío besar la suave piel de su cuello— ronroneaba.
El aliento caliente de él junto a su nuca enviaba escalofríos a toda su columna. Nick estaba muy cerca, peligrosamente cerca. Miley sentía su calor, su perfume. Podía jurar que hasta oía el bullir de su sangre, ¿o era la de ella agolpándose en sus oídos?
—Dile que muero por lamer aquí— la rozó con las puntas de los dedos—. Justo aquí, dónde late su pulso y percibir bajo mi boca el momento exacto en el que el ritmo se acelera, se hace más fuerte. El pulso de Miley ya era frenético. El corazón bombeaba enloquecido, como a punto de estallar.
—Dile que quiero enredar mis dedos en su sedoso cabello— y diciendo esto le quitó a ella los palillos de madera con los que sujetaba el rodete. Una cascada de matices castaños se derramó sobre sus hombros.
Nick tomó un mechón y lo frotó entre sus dedos, después hundió su nariz en la espesa cabellera aspirando el olor a vainilla.
—Miley— susurró a su oído—. Dile que voy a enloquecer si no desabrocho uno a uno los botones de su blusa.
Nick iba haciendo en ella todo lo que decía.
Miley no podía reaccionar. Sabía perfectamente bien que tenía que para eso, que tenía que detener a su jefe. Levantarse de ese sillón y salir por esa puerta y no detenerse hasta llegar a su departamento.  Sabía que eso era lo que tenía que hacer, y no, excitarse cómo estaba haciendo. No, dejar que él le sacara los pechos fuera del sujetador como estaba haciendo ahora y definitivamente no, dejar que él los acariciara de esa manera. Envolviéndolos en sus fuertes manos, tironeando suavemente de sus pezones hasta dejarlos duritos y erguidos. Miley sabía que tenía que descruzar las piernas y echar a correr. Pero las mantuvo fuertemente apretadas hasta que él se inclinó sobre su espalda y tomándola de las rodillas, se las separó.
—Miley— siguió él dictando una carta que ya nadie escribía—. Dile que nada me haría más feliz que acariciar sus piernas y enterrarme entre sus muslos— Sus manos ascendieron subiendo la falda en el camino hasta alcanzar la zona pulsante bajo las bragas—. Eso es Miley, así— la alentó él junto al oído con voz ronca.




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