En la penumbra apenas podía ver su
rostro, pero sí sabía con certeza que en ese momento la fulminaba con la
mirada. Sus ojos fríos refulgían en la oscuridad, lanzándole una advertencia.
« ¡Basta!», Miley oyó gritar a las
furias. « ¡Corre antes de que te mate!».
Pero ella no era de ésas.
— ¿Ella? —preguntó él en un tono de
voz amenazante. La joven le puso la mano sobre el brazo con suavidad.
—Lo siento —le susurró—. No debí haber
dicho eso.
Él se levantó de repente y fue hacia
la ventana abierta. Se detuvo frente al agujero y contempló la infinita negrura
de la noche. La joven le siguió con sigilo.
—Me hizo confiar en ella —dijo él con
un hilo de voz.
—Pero a veces está bien confiar.
—No. Nadie es tan bueno como pensamos
y más tarde o más temprano la verdad termina por aparecer. Cuanto más confías
en alguien, peor es cuando te traicionan. Es mejor no hacerse ilusiones.
—Pero eso es terrible. No creer en
nada ni en nadie. No amar ni tener esperanza. No ser feliz... jamás.
—Y no sufrir jamás —dijo él en un tono
mordaz.
—Y no volver a estar vivo jamás. Sería
como estar muerto en vida. ¿Es que no lo ves? te librarías del dolor, pero
también perderías todas esas cosas por las que merece la pena vivir.
—No
todo. Siempre queda el poder. Eso siempre puedes conseguirlo si renuncias a
todo lo demás. Es lo único que importa. Lo demás no son más que debilidades.
—No —dijo ella con brusquedad—. No
debes pensar así si no quieres arruinar tu vida.
— ¿Y tú qué sabes de mi vida? —le
preguntó él, enfadado—. No eres más que una niña. ¿Nunca te han hecho sentir
ganas de romperlo todo hasta que no quede nada, ni siquiera tú misma?
— ¿Y qué ganamos destruyéndonos a
nosotros mismos?
—Te diré lo que ganas. No
convertirte... en esto —le dijo, señalándose el corazón.
Miley no tuvo que preguntarle qué quería
decir. A pesar de lo joven que era, parecía estar al borde del desastre, y no
hacía falta mucho para hacerle saltar al vacío.
La pena y el terror se apoderaron de
ella. Una parte de su ser quería salir corriendo, huir de aquella criatura que
acabaría convirtiéndose en un monstruo si nadie se interponía en su camino. Sin
embargo, otra parte de ella quería quedarse y rescatarle.
De repente, sin aviso de ningún tipo,
él hizo aquello que la hizo decidirse; algo terrible y maravilloso al mismo
tiempo. Bajó la cabeza y la dejó caer contra el hombro de ella, una y otra vez,
como un hombre que se da golpes contra la pared, sin esperanza. Abrumada, ella
lo estrechó entre sus brazos y sujetó con una mano aquella atormentada cabeza,
obligándole a mantenerse quieto. Podía sentir su agonía, su desesperación...
era como si sólo ella pudiera consolarle en aquel mundo cruel.
Por encima del hombro de él podía ver
el abismo que se abría a sus pies. Nada se interponía entre el suelo y él; nada
excepto ella misma. Lo agarró con fuerza y, en silencio, le ofreció todo lo que
tenía para dar. Él no se resistía. Parecía que se había quedado sin fuerzas.
Poco a poco lo hizo retroceder y
entonces le miró a la cara. La acritud y la agonía se habían desvanecido, y en
su lugar había aparecido una profunda tristeza mezclada con resignación, como
si hubiera encontrado algo de paz, aunque incierta y efímera.
Por fin Nicholas esbozó una leve
sonrisa. En su interior crecía el deseo de protegerla tal y como ella había
hecho con él. Todavía quedaba bondad en el mundo; y estaba allí, en aquella
chica, demasiado inocente como para entender el peligro que corría por estar a
su lado.
Al final terminaría corrompiéndose,
igual que los demás.
Pero esa noche no. él no iba a
permitirlo. Tecleó un código y la puerta de cristal se cerró.
—Vamos —le dijo, conduciéndola hacia
los ascensores. Un momento más tarde estaba frente a la puerta de su
habitación.
—Entra, vete a la cama y no le abras a
nadie.
— ¿Y tú
qué vas a hacer? —preguntó ella.
—Voy a perder más dinero, y después,
voy a pensar un poco.
No hubiera querido decir esas últimas
palabras, pero ya era tarde.
—Buenas noches, Nick.
—Buenas noches.
Tampoco hubiera querido hacer lo que
hizo a continuación, pero antes de que pudiera tomar consciencia de ello,
inclinó la cabeza y la besó en los labios.
—Entra y echa el pestillo.
Ella asintió con la cabeza y cerró la
puerta. Un momento después él oyó cómo se deslizaba el pestillo. Resignado a
seguir perdiendo, volvió a las mesas. No obstante, su suerte cambió de forma
misteriosa y una hora más tarde ya lo había recuperado todo.
Otra hora más tarde, ya había ganado
el doble. Un amuleto de buena suerte... eso era ella. Había lanzado un hechizo
y su suerte había cambiado de repente.
«Qué pena que ya nunca volveré a
verla...», se dijo, sin saber que estaba equivocado.
Sí volvería a verla.
Quince años después.
La mansión Jonas estaba situada en las
afueras de Atenas, sobre una colina desde la que se divisaban las tierras que la
familia siempre había considerado suyas. Hasta ese momento lo único que les
había hecho sombra era el Partenón, el clásico templo construido más de dos mil
años antes; el punto más alto de la acrópolis, pero apenas visible desde su
posición al otro lado de la ciudad. No obstante, desde hacía muy poco un nuevo
edificio eclipsaba a la majestuosa villa Jonas. Se trataba de un falso Partenón,
erigido por Greg Kinnear, el único hombre de Grecia que se hubiera atrevido a
desafiar a la familia Jonas o a los milenarios dioses que guardaban el templo
original.
Pero Greg estaba enamorado y
lógicamente trataba de impresionar a su prometida el día de la boda. En aquella
mañana de primavera Nick Jonas estaba de
pie en la puerta del
Caserón,
contemplando Atenas, molesto por tener que perder el tiempo asistiendo a una
estúpida boda cuando en realidad tenía muchas cosas importantes que hacer. De
pronto oyó un ruido a sus espaldas y se dio la vuelta. Era Kevin, un viejo
amigo de su difunto padre que vivía cerca de allí. Tenía el cabello blanco y
estaba demasiado delgado; el resultado de una larga vida de excesos.
—Me voy a la boda —dijo—. He venido
por si querías que te llevara.
—Gracias. Te lo agradezco —dijo Nick
con frialdad—. Si llego pronto, nadie se ofenderá si me voy pronto.
Kevin soltó una carcajada.
—Ya veo que las bodas no te ponen nada
sentimental.
—No es una boda. Es una exhibición —le
dijo con sarcasmo—. Greg Kinnear ha cazado a una estrella del celuloide y
quiere enseñársela a todo el mundo. Y la gente les deseará lo mejor y después
lo insultarán a sus espaldas. Yo sólo le deseo que Tish Cyrus le haga la vida
imposible. Con un poco de suerte, lo hará... ¿y por qué tuvieron que venir a Atenas
para casarse? ¿Es que no tenían bastante con uno de esos falsos hoteles
griegos, como la otra vez?
—Porque el nombre de Greg Kinnear es
sinónimo de astilleros griegos —dijo Kevin—. Después del tuyo, claro —añadió
rápidamente.
Durante años las empresas de las
familias Jonas y Kinnear habían monopolizado el sector de la industria naval,
no sólo en Grecia, sino también en todo el mundo. Los clanes eran enemigos,
rivales, pero siempre trataban de guardar las apariencias frente a la opinión
pública porque así resultaba más rentable.
—Supongo que podría ser un auténtico
enlace por amor —dijo Kevin con cinismo.
Nick levantó las cejas.
— ¿Un auténtico...? ¿Cuántas veces se
ha casado ella? ¿Seis? ¿Siete?
—Tú deberías saberlo. ¿No fuiste
invitado a una de sus bodas hace años?
—No estaba invitado. En ese momento me
hospedaba en el hotel de las vegas donde se celebró el festín y vi todo el
espectáculo desde la distancia. Volví a Grecia al día siguiente.
—Sí. Lo recuerdo. Tu padre estaba muy
confundido. Contento, pero confundido. Por lo visto, le habías dicho que no
querías volver a saber nada del negocio nunca más. Desapareciste durante dos
años y entonces, de repente, como salido de la nada, entraste por la puerta y
le dijiste que estabas listo para volver al trabajo. Tu padre incluso tenía
miedo de que no estuvieras a la altura después de... bueno... —se detuvo al ver
la mirada sombría de Nick.
—Sí
—dijo en un tono sosegado que era mucho más escalofriante que un grito—. Bueno,
eso fue hace mucho tiempo. El pasado, pasado está.
—Sí, y tu padre finalmente quedó
convencido de tus capacidades. Sus miedos eran infundados porque volviste
convertido en un auténtico tigre, capaz de aterrorizarlos a todos. Estaba muy
orgulloso de ti.
—Bueno, esperemos que pueda
aterrorizar a Greg Kinnear. De lo contrario, será que estoy perdiendo mis
facultades.
—En cualquier caso, debes tener
cuidado —dijo Kevin—. No ha dejado de amenazarte. Dice que les has hecho perder
millones a su hijo y a él. Incluso ha llegado a decir que se los has robado.
—Yo no he robado nada. Simplemente le
ofrecí un trato mejor al cliente —dijo Nick con indiferencia.
—Pero fue en el último minuto —dijo Kevin—.
Por lo visto estaban a punto de sellar el acuerdo. El cliente tenía el
bolígrafo en la mano, a punto de firmar, cuando le sonó el teléfono. Y eras tú.
Le diste una información privilegiada que sólo podías haber obtenido de una
forma... poco honrada.
—No creas que fue para tanto —dijo Nick,
encogiéndose de hombros—. Cosas peores he hecho —añadió en un tono arrogante y
cínico.
—Y así fueron las cosas —dijo Kevin,
siguiendo con la historia—. El hombre soltó el bolígrafo, canceló el trato y se
subió en tu coche. Dicen por ahí que Greg les hizo ofrendas suculentas a los
dioses del Olimpo para que te lleves el castigo que mereces.
—Pero hasta ahora sigo sin castigo,
así que a lo mejor los dioses no le estaban escuchando. Dicen que incluso llegó
a mascullar un juramento cuando vio mi invitación a la boda. Espero que lo haya
hecho.
— ¿De verdad que no vas a llevar a
nadie contigo?
Nick asintió con la cabeza sin darle
mucha importancia. Solía asistir a muchas bodas por compromiso, a veces
acompañado por socios o amigos, pero nunca con una mujer. Eso hubiera llamado
la atención de los medios y no quería que la chica se llevara una impresión
equivocada. Una mujer despechada podía hacer mucho daño y él no quería esa
clase de líos mediáticos.
—Muy bien. Vámonos —dijo Kevin.
—Me temo que tendré que retrasarme un
poco.
—Pero si acabas de decirme que ibas a
venir conmigo.
— Sí,
pero de repente me he acordado de algo que tengo que hacer. Hasta luego.
La contundencia de su despedida fue
tal que Kevin no se atrevió a insistir más.
El coche lo esperaba frente a la
puerta. En el asiento de atrás estaba su esposa, que se había negado a
acompañarle a buscar a Nick. Decía que aquella casa desolada y sombría encajaba
perfectamente con el hombre siniestro que vivía en ella.
— ¿Cómo puede vivir en un sitio tan
grande y silencioso, sin familia, sólo con unos pocos sirvientes? —Le había
preguntado ella en más de una ocasión—. Me pone los pelos de punta. Y eso no es
lo único de él que me hace temblar había añadido, pensando que no era la única
que tenía esa opinión.
En realidad, casi toda Atenas hubiera
estado de acuerdo con ella.
Kevin subió en el vehículo y le dijo
lo que había pasado con Nick.
— ¿Y por qué ha cambiado de idea y no
quiere venir con nosotros?
—Es culpa mía. Fui lo bastante tonto
como para mencionar el pasado, y entonces cambió por completo. Es tan extraño
que haya borrado ese período como si nunca hubiera ocurrido y, sin embargo, eso
es lo que le impulsa a hacer todo lo que hace. Mira lo que acaba de pasar ahora
mismo. Un minuto antes estaba bien y, de repente, está deseando librarse de mí.
—Me pregunto por qué va a marcharse
pronto del festín.
—Probablemente se vaya a pasar el
tiempo con esa... gatita.
—Si te refieres a... —no llegó a decir
el nombre—. Yo no la llamaría gatita precisamente. Su marido es uno de los
hombres más influyentes en...
—Y eso la convierte en una zorra de
categoría —dijo Kevin, sin medir sus palabras—. Y ahora mismo trata de guardar
las distancias para disimular un poco. Su marido la ha hecho entrar por el aro.
Se ha enterado de los rumores.
—Probablemente siempre lo supo —dijo
su mujer con cinismo—. Hay hombres en esta ciudad a los que no les importa que
sus mujeres se acuesten con Nick.
Kevin asintió.
—Sí, pero me parece que ella se ha
implicado demasiado. Empezó a tener expectativas, así que Nick le insinuó algo
al marido para que la atara un poco más corto. Y el marido, que no es estúpido,
sabe lo que le conviene.
—Ni siquiera Nick puede ser tan cruel
y despiadado...
—Eso es
exactamente lo que es, y en el fondo todos lo sabemos muy bien —dijo Kevin en
un tono tajante.
—Me pregunto si tendrá un corazón en
algún sitio.
—No tiene ninguno, y es por eso que
mantiene a raya a la gente.
Cuando el coche atravesó el portón, Kevin
no pudo evitar mirar atrás. Nick estaba en la ventana, contemplando el mundo
con aire pensativo, como si todo le perteneciera y no supiera muy bien cómo
manejarlo.
Permaneció allí de pie hasta que el
coche desapareció y entonces se volvió hacia la habitación, tratando de aclarar
la mente. Aquella conversación le había afectado demasiado y tenía que ponerle
remedio cuanto antes.
Un rato más tarde estaba llegando al
falso Partenón de los Kinnear. Bajó del coche, miró a su alrededor y entonces
no tuvo más remedio que admitir que Greg se había gastado el dinero a lo
grande. El gran templo de la diosa atenea había sido recreado hasta el último
detalle, tal y como debía de ser en la época en que había sido construido.
De repente le sonó el teléfono móvil. Era
un mensaje de texto.
Siento todo lo que dije. Estaba enfadada.
Parecía que te estabas alejando justo cuando más unidos estábamos. Por favor,
llámame.
Estaba firmado con una inicial. Nick
contestó de inmediato.
No te preocupes. Tenías razón. Lo
mejor es terminar. Perdóname por hacerte daño.
Esperaba que ése fuera el final, pero
un minuto más tarde recibió otro mensaje.
No quiero terminar. No sentía todo lo
que dije. ¿Te veré en la boda? podríamos hablar.
Esa vez estaba firmado con su nombre. Él
respondió.
Siempre
supimos que no podía durar. No podemos hablar. No quiero someterte a las
habladurías de la gente.
La respuesta llegó en unos segundos.
No me importa la gente. Te quiero. Tuya
para siempre.
Nick miró el mensaje sin creérselo
todavía. Una extraña locura parecía haberse apoderado de ella hasta hacerle
firmar de esa manera.
Su respuesta fue muy breve.
Te deseo lo mejor para el futuro. Por
favor, borra todos los mensajes de tu teléfono. Adiós.
Después apagó el móvil. Silenciar una
máquina era sencillo, pero apagar el corazón podía llegar a ser un poco más
complicado. Sin embargo, él había perfeccionado la técnica durante muchos años
y su maestría estaba a prueba de cualquier mujer del planeta.
Excepto una.
Pero ya nunca volvería a verla.
A menos que tuviera muy mala suerte.
O muy buena suerte.