La fiesta se extendió hasta la noche. Las
luces del falso Partenón se encendieron y la música ascendió hasta el cielo. Los
magnates hacían negocios y cerraban suculentos tratos. Miley acompañó a Tish al
interior de la casa para ayudarla a cambiarse de ropa.
Iban a pasar la luna de miel a bordo
del Silver lady, el yate de Greg, que en ese momento los esperaba en el puerto
de Piraeus, a unos ocho kilómetros de distancia. Para allí habían salido ya dos
coches cargados de equipaje y personal de servicio, y sólo quedaba la limusina
para transportar a los recién casados.
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó Tish,
mirando a la cara a su hija.
—Claro —dijo Miley, fingiendo alegría.
—Parecías preocupada por algo.
En realidad sí que estaba preocupada. Las
palabras de aquella extraña retumbaban en su cabeza.
«Cuando decida que encajas en su
apretada agenda de compromisos, volverá para conseguir su satisfacción, según y
cuando le convenga», le había dicho.
Pero eso no iba a pasar. Si llegaba a
regresar esa noche, ella ya se habría marchado.
— ¿Te importa si os acompaño al
puerto? —le preguntó a su madre de repente.
—Cariño, me encantaría. Pero yo
pensaba que ibas a salir por ahí toda la noche.
—No creo. No tengo ganas.
En el coche, de camino al puerto,
bebieron champán y cuando subieron al yate, Greg les dio un paseo por aquel
magnífico barco, lleno de orgullo.
—Ahora
tenemos que casarte a ti —le dijo con entusiasmo.
—No. Gracias —dijo Miley
apresuradamente—. Mi única experiencia en ese sentido no me dejó muy buen sabor
de boca.
Antes de que Greg pudiera contestar,
el teléfono de ella comenzó a sonar.
—Me temo que mi comportamiento de esta
noche dejó mucho que desear —dijo una voz masculina—. A lo mejor puedo
recompensarte invitándote a cenar.
Por un momento Miley se quedó en
blanco. Habían ensayado muy bien el discurso, pero las palabras no salían de su
boca.
—No sé si...
—Mi coche está esperando delante de la
casa.
—Pero yo no estoy allí. Estoy en Piraeus.
—No te llevará mucho tiempo volver. Te
estaré esperando.
Colgó.
— ¡Vaya! —exclamó ella, sin poder
contenerse—. Simplemente da por sentado que haré lo que él quiera —al ver que
todos la miraban con el ceño fruncido, les explicó algo más—. Nick Jonas. Quiere invitarme a cenar, y no me ha
dejado decirle que no.
—Típico de él —dijo Greg—. Cuando
quiere algo, va directo al grano.
—Pero ésa no es forma de tratar a una
señorita —dijo Tish, indignada.
Él sonrió y la besó.
—Parece que a ti no te importó
demasiado —le dijo Greg a su esposa.
Al bajar del yate, Miley reparó en un
detalle.
— ¿Y cómo ha conseguido mi número de
teléfono? yo no se lo di.
—Probablemente le haya pagado a
alguien del servicio —dijo Greg, como si fuera lo más normal del mundo—. Adiós,
querida.
Miley se apresuró a cruzar el muelle
flotante y entonces subió al vehículo. Durante el camino de vuelta a Atenas,
trató de ordenar sus caóticos pensamientos. Estaba enfadada, pero sobre todo
consigo misma. Toda su determinación se había ido al traste con sólo oír
aquella voz.
De repente sacó el móvil y marcó el
número de Zac, un buen amigo que tenía en la capital. Zac solía trabajar como
periodista y era una persona en quien se podía confiar.
Cuando
oyó de quién se trataba, respiró profundamente.
—Todo el mundo le tiene un miedo
tremendo —dijo, hablando atropelladamente—. De hecho, le tiene tanto miedo que
ni siquiera se atreven a admitir que le tienen miedo, por si acaso llega a sus
oídos.
—Eso es una paranoia —dijo Miley.
—Desde luego, pero ése es el efecto
que tiene en la gente. Nadie se atreve a mirar más allá de esa fría coraza de
hierro que tiene en lugar de piel. Pero, bueno, no creo que encontraran nada si
buscaran. Ese hombre no debe de tener corazón, aunque algunos puedan creer que
sí. Las opiniones están un poco divididas en ese sentido.
— ¿Pero no hubo alguien, hace mucho
tiempo? ¿Alguien de la otra familia?
—Sí. Su nombre era Cloe, pero yo no te
he dicho nada. Murió en unas circunstancias extrañas. Nadie ha podido descubrir
la verdad en todos estos años. La prensa dejó el tema después de recibir
innumerables amenazas, y es por eso que nadie habla de ello ahora.
— ¿Te refieres a amenazar con acciones
legales?
—Todo tipo de amenazas —dijo Zac en un
tono—, de la noche a la mañana le llovieron las deudas. Estuvo a punto de
arruinarse, pero en el último momento le dijeron que si se comportaba
debidamente, todo podría arreglarse. Por supuesto, el hombre aceptó, y todo
volvió a la normalidad de forma milagrosa.
— ¿Le ocurrió algo malo después de
eso?
—No. Dejó el periodismo y se metió en
los negocios. Ahora tiene mucho éxito, pero si mencionas el nombre de Jonas,
sale huyendo como si acabaran de mencionar al mismísimo demonio. Si sabes
cualquier cosa, tienes que hacer la vista gorda y fingir que no sabes nada,
como lo del apartamento que tiene en Atenas, o la casa de Príamo, en Corfú.
— ¿La casa de Príamo? —repitió Miley,
sorprendida—. He oído algo de eso. Sé que la gente lleva mucho tiempo
intentando entrar en ese sótano. Hay algo ahí, pero nadie puede entrar. ¿Me
quieres decir qué es de él?
—Eso dicen. Pero no le digas a nadie
que estás enterada. De hecho, no le digas a él que has hablado conmigo, por
favor.
—Descuida —Miley colgó el teléfono y
se quedó allí sentada, con la mirada perdida en el vacío, pensativa.
Sabía que se estaba adentrando en
aguas profundas, pero eso nunca la había asustado. Además, tenía un asunto
pendiente con Nick Jonas desde hacía más de quince años.
Él le
había dicho que la estaría esperando, y así lo hizo. Estaba junto al portón que
daba acceso a la propiedad de Greg. En cuanto la limusina se detuvo, le abrió
la puerta, la tomó de la mano y la ayudó a salir.
—No tardaré mucho —dijo ella—. Tengo
que entrar y...
—No. estás bien así. Vamos.
—Iba a cambiarme el vestido.
—No tienes por qué. Estás preciosa y
lo sabes, así que ¿por qué estamos discutiendo?
Había algo en aquel discurso directo
que la afectó sobremanera. Cualquier cumplido pusilánime no hubiera podido
tener el mismo efecto. Él no se andaba con rodeos. Decía exactamente lo que
pensaba y en ese momento pensaba que ella era preciosa.
Miley sintió crecer una sonrisa en su
interior.
— ¿Sabes qué? tienes razón. ¿Por qué
estamos discutiendo? —le hizo señas al chófer para que siguiera sin ella y
subió en el coche de Nick.
Se preguntaba adónde la llevaría y se
llevó una gran sorpresa al ver que el vehículo se detenía frente a un pequeño
restaurante. Él la condujo a una mesa de la terraza, desde la que se divisaba
la costa en la distancia, bañada por la luz de la luna.
—Esto es espectacular —dijo ella—. Es
tan agradable y tranquilo después de todo el alboroto de hoy.
—Yo tengo la misma sensación —dijo
él—. Normalmente vengo solo.
La comida fue de lo más sencilla;
cocina tradicional griega, la favorita de Miley. Mientras él hacía el pedido,
tuvo oportunidad de examinarle atentamente, tratando de encontrar algún
vestigio de aquel joven atormentado en el tirano que tenía ante sus ojos. ¿Qué
le había pasado en aquellos quince años?
— ¿Te encuentras bien? —le preguntó él
de repente.
—Sí. ¿Por qué lo preguntas?
—Has suspirado de forma violenta, como
si te doliera algo.
—No. No me duele nada —se apresuró a
decir ella.
Fingió buscar algo en el bolso y
cuando volvió a levantar la vista se lo encontró mirándola con ojos de asombro.
—Quince años —dijo él—. Han pasado
muchas cosas y los dos hemos cambiado. Sin embargo, a pesar de todo, seguimos
siendo los mismos. Te habría reconocido en cualquier lugar.
Ella
sonrió.
—Pero no me reconociste.
—Sólo en la superficie. Una parte de
mí te conocía. Nunca pensé que volveríamos a vernos y, sin embargo, de alguna
forma estaba seguro de que ocurriría.
Ella asintió con la cabeza.
—Yo también. Aunque hubieran pasado
otros quince años, o cincuenta, yo siempre supe que volveríamos a encontrarnos
antes de morir.
Aquellas palabras parecieron llegarle
muy adentro.
«Volver a encontrarse antes de
morir...». Era cierto, completamente cierto. Ella había sido una presencia
invisible en su vida desde aquella extraña noche. Pero ¿cómo iba a decírselo?
ella lo había inspirado; le había dado fuerzas para ser sincero, pero eso no era
suficiente.
En ese momento llegó la comida. Rodajas
de tomate con queso feta. Simple y delicioso.
—Mmm —dijo ella.
Él comió muy poco. No dejaba de
mirarla insistentemente.
— ¿Por qué subiste aquel día? —le
preguntó finalmente—. ¿Por qué no te quedaste abajo con el resto de invitados,
disfrutando de la fiesta?
—Supongo que soy cínica por naturaleza
—ella sonrió—. Mi abuelo solía decirme que mi actitud hacia la vida era de una
indiferencia absoluta. Y es cierto. Creo que aquella noche en las vegas ya había
algo de eso, y ha ido a peor desde entonces. Teniendo en cuenta la casa de
locos en la que he vivido siempre, no podía haber sido de otro modo.
— ¿Y qué pasa con la casa de locos?
—Me gusta, siempre y cuando no me
pidan que me involucre demasiado o que me lo tome demasiado en serio.
— ¿Nunca has querido ser actriz?
— ¡Por dios! claro que no. Ya tenemos
que sobra con una lunática excéntrica en la familia.
— ¿Sabe tu madre lo que piensas de
ella?
—Claro que lo sabe. De hecho, ella fue
la primera que lo dijo, y yo no tardé en darle la razón. Es un cielo y yo la
adoro, pero vive en el planeta Cyrus.
— ¿Cuántos años tiene en realidad?
—Gana o
pierde años según le conviene. Tenía diecisiete años cuando me tuvo. Mi padre
no quería saber nada, así que la abandonó y ella tuvo que arreglárselas sola
durante un tiempo. Los que sólo la conocen como la rutilante estrella que es
hoy en día deberían haber visto dónde vivíamos por aquel entonces, aquel
callejón en el centro de Londres. Y después mis abuelos paternos se pusieron en
contacto con nosotros para decirnos que mi padre acababa de morir en un
accidente de tráfico. No tenían ni idea de que existíamos hasta que él se lo
confesó todo en su lecho de muerte. Eran griegos. La familia era muy importante
para ellos y yo era lo único que les quedaba. Por suerte, eran una gente muy
agradable y nos llevamos muy bien. Ellos cuidaron de mí mientras Tish sacaba
adelante su carrera. Mi abuelo era un erudito de la lengua. Había ido a Inglaterra
para impartir un curso de griego en la universidad. Al principio ni siquiera
tuve que ir al colegio porque él pensaba que podía enseñarme mejor. Y tenía
razón.
— ¿Entonces fuiste tú la que creció
con un poco de sentido común?
—Bueno, una de las dos tenía que
tenerlo —dijo ella, riendo.
— ¿Y cómo sobrellevabas el tema de
todos esos padrastros?
—Todos fueron buenos. En su mayoría
estaban enfermos de amor y eran un poco tontos, así que a mí me costaba mucho
no reírme de ellos.
— ¿Y el de las Vegas?
—Parece que nada de eso te afectó en
absoluto. ¿Te da igual todo eso del amor eterno?
— ¿Amor eterno? —Ella fingió
considerarlo un momento—. ¿Como cuando alguien trata de llevarse todo tu
dinero, o cuando el tipo organiza un lío porque ella tiene que grabar una
escena de amor, o cuando...?
—Muy bien —dijo él, interrumpiéndola—.
He captado el mensaje. Ya veo que el sexo masculino no te impresiona mucho.
— ¿Cómo lo has adivinado?
— ¿Y qué me dices de ti? ¿No ha habido
ninguno lo bastante valiente como para esquivar los cohetes que les lanzas?
Ella hizo una mueca.
—Claro que sí. Si no hacen eso, no me
fijo en ellos.
—Entonces
ése es el primer requisito, ¿no? ser valiente.
—Entre otras cosas. Pero eso también
está un poco sobrevalorado. El hombre con el que me casé era un deportista
profesional; un esquiador que podía dar los saltos más impresionantes. El
problema fue que eso era todo lo que sabía hacer, así que al final resultó
igual de aburrido.
— ¿Estás casada?
—Ya no —dijo ella, en un tono de
alivio que lo hizo reír.
— ¿Qué pasó? ¿Fue poco después de
nuestro breve encuentro?
—No. Fui a la universidad y estudié
muy duro. Era la misma facultad donde mi abuelo había ejercido como profesor, y
a la gente no le importaba que yo fuera hija de una gran estrella del celuloide.
Sin embargo, sí se asombraban cuando mencionaba el nombre de mi abuelo. Estudié
griego, aprendí historia, aprobé los exámenes... íbamos a viajar a Grecia los
dos juntos para hacer nuestras investigaciones, pero entonces los dos murieron.
Ya no es lo mismo sin él. Quería que estuviera orgulloso de mí, pero no pudo
ser.
Vaciló un momento y una sombra cruzó
sus pupilas.
— ¿Qué pasa? —le preguntó él,
inclinándose adelante.
—Oh, nada.
—Dímelo —dijo él, en un tono sutil.
—Es que estoy recordando lo mucho que
los quería, y lo mucho que ellos me querían a mí. Me necesitaban, porque yo era
lo único que les quedaba tras la muerte de su hijo. Tish también les caía bien,
pero ella no era parte de ellos, como yo.
— ¿Y tu madre no sentía celos?
Miley sacudió la cabeza.
—Ella es muy buena madre, a su manera,
pero nunca he sido tan importante para ella como lo era para mis abuelos.
—Qué triste —dijo él.
—No. Siempre y cuando tengas a alguien
que te necesite, puedes lidiar con los que no.
—Pero tus abuelos murieron —dijo Nick—.
¿A quién tienes ahora?
Miley ahuyentó la tristeza.
— ¿Estás de broma? mi vida está llena
de gente. Es como vivir en una colmena.
— ¿Incluyendo
a los maridos de tu madre?
—Bueno, no se molestó en casarse con
todos. Decía que no tenía tiempo suficiente.
— ¿Algún novio?
—Alguno. Pero la mayoría trataba de
acercarse a mi madre, así que fueron un duro golpe para mi autoestima. Muy
pronto aprendí a guardarme mis sentimientos para mí hasta saber muy bien lo que
sentía —se rió suavemente—. Y empecé a tener fama de ser una mojigata.
Aquello no podía haber sido más
absurdo para Nick. Una mojigata no hablaba con tanta pasión, ni tampoco miraba
con aquel resplandor en las pupilas.
—Y fue entonces cuando conocí a Justin
—dijo ella—. Tish estaba rodando una película que tenía que ver con los
deportes de invierno. Él era uno de los asesores expertos. Era tan guapo que me
volví loca por él. Pensé que por fin lo había encontrado. Fuimos felices
durante un par de años, pero entonces... —se encogió de hombros—. Creo que se
aburrió de mí.
— ¿Se aburrió de ti? —le preguntó él
con énfasis.
Ella soltó una carcajada como si la
traición de su esposo hubiera sido lo más gracioso que le había ocurrido en
toda su vida; una estrategia defensiva que a Nick le resultaba muy, muy
familiar.
—Creo que nunca estuvo interesado en
mí —dijo ella, prosiguiendo—. Necesitaba dinero y pensó que la hija de Tish
Cyrus tendría un montón. En cualquier caso, empezó a tener aventuras por ahí,
yo perdí los nervios y creo que eso lo asustó un poco.
— ¿Tú? ¿Perder los nervios?
—La mayoría de la gente cree que eso
es imposible porque sólo ocurre una vez cada mucho tiempo. Sin embargo, de vez
en cuando también dejo escapar a la fierecilla que llevo dentro. De todos
modos, normalmente intento no hacerlo porque, ¿qué sentido tiene? sin embargo,
a veces no hay más remedio, y a veces acabo diciendo cosas que no siento. Bueno,
eso fue hace cinco años. Es agua pasada. ¿Por qué sonríes?
—No sé por qué sonreía —le confesó él
con sinceridad.
—Parecía que te reías de una broma o
algo así. Vamos. Dímelo.
«Una broma...», pensó Nick. Si el
comité de dirección de su empresa, los empleados y el director del banco la
hubieran oído hablar, hubieran creído que estaba loca.
Sin embargo, la sonrisa seguía ahí,
cada vez más grande y espontánea.
—Dímelo —dijo ella, insistiendo—. ¿Qué
he dicho que fuera tan gracioso?
—No
es... es la forma en que has dicho «es agua pasada», como si no quisieras
volver a saber nada de los hombres durante mucho tiempo.
—O durante toda la vida. Es lo mejor
para ellos.
— ¿Mejor para ellos o mejor para ti?
—Definitivamente para mí. Los hombres
ya no existen para mí en ese sentido. Todo mi mundo es este país, mi trabajo,
mis investigaciones...
—Pero en la antigua Grecia también
había miembros del sexo masculino, siento tener que decirte.
—Sí, pero puedo permitirme ser un poco
más tolerante con ésos. Gracias a ellos pude empezar con mi carrera. Escribí un
libro sobre dos héroes griegos justo antes de terminar la universidad y
conseguí que me lo publicaran. Más tarde me pidieron que lo adaptara para hacer
una versión infantil, para los colegios. Los derechos me han rendido unos
buenos beneficios, así que no me puedo quejar de esos maravillosos y
legendarios hombres griegos.
—Sobre todo porque están bien muertos
y enterrados.
—Ya veo que empiezas a captar la idea.
—Comamos —dijo él rápidamente.
El camarero les sirvió un plato de
pollo y pastel de cebolla, acompañado de un vino espumoso. Mientras la
observaba comer, Nick se preguntó si hablaba en serio. De haberse tratado de
cualquier otra, hubiera dicho que se trataba de una farsa, una estratagema para
engañar al mundo sin negarse el placer de una vida sexual plena. Sin embargo,
aquella mujer era distinta. Vivía en un universo propio; uno totalmente
desconocido para alguien como él.
— ¿Entonces cómo es que sabías tanto
aquella noche en las vegas? —le preguntó al final—. Me sorprendiste mucho,
dándome toda aquella charla sobre Aquiles.
Ella se rió tristemente.
—Charla... la gente se cansa muy
pronto. Debo de ser muy pesada y no puedo culparles por ello. Recuerdo que te
enfadaste un poco.
—La idea de ser sorprendido en un
momento de debilidad no me fascinaba, pero entonces sólo tenía veintitrés años.
Y además...
—Y además eras muy infeliz, ¿verdad? —Preguntó
Miley —. ¿Por culpa de ella?
Él se encogió de hombros.
—No lo
recuerdo.
La joven lo miró con ojos escépticos.
—Ella te hizo confiar y después te
traicionó. Una cosa así no se olvida.
Él guardó silencio y petra dejó pasar
el asunto.
—Entonces tu abuelo enseñaba griego
—dijo él por fin, claramente decidido a cambiar de tema.
—Yo me siento igual de griega que
inglesa. Y se lo debo a él.
— ¿Así es como llegaste a conocer la
historia de Aquiles? pensaba que lo habías estudiado en el colegio.
—Fue mucho más que eso. Mi primer
contacto con la historia de la antigua Grecia fue a través de los clásicos, la Ilíada.
El héroe de la guerra de Troya... Helena, la mujer más hermosa del mundo, y
todos esos hombres luchando por ella. En la realidad no sería tan bonito,
claro, pero a mí me pareció tan romántico. Está casada con Menelao, pero se
enamora de París, y éste se la lleva a Troya. Pero Menelao no se rinde, así que
reúne a todas sus tropas para sitiar la ciudad de Troya durante diez años, para
traerla de vuelta. Y allí estaban todos esos héroes griegos tan apuestos, en
especial Aquiles... —le dijo, esbozando una sonrisa de falsa inocencia—. ¿Cómo
es que el favorito de tu madre era Aquiles?
—Ella es de Corfú, donde, como ya debes
de saber, este personaje ha dejado un legado cultural muy importante. Mi abuela
solía llevarla al palacio de achillo, aunque más bien lo hacía porque estaba
fascinada con sisi.
Miley asintió: Sisi era Isabel de babaría,
una heroína romántica del siglo XIX, famosa por ser la mujer más hermosa de su
época. Su belleza había hecho enloquecer de amor a Franz Joseph, el joven emperador de Austria, hasta
el punto de casarse con ella cuando sólo tenía dieciséis años de edad.
Sin embargo, el matrimonio fracasó. Sisi
terminó vagando por el mundo, sola y desencantada, y finalmente compró un
palacio en la isla de Corfú. La gran tragedia de su vida fue la muerte de su
hijo rudolph, que se suicidó junto a su amada. Un año más tarde, Sisi comenzó a
transformar el palacio y lo convirtió en un templo homenaje al más famoso de
los guerreros, Aquiles. Sin embargo, no llegó a terminar su obra porque murió a
manos de un asesino. El palacio fue vendido y convertido en un museo dedicado a
la figura de Aquiles.
—El más valiente y apuesto de todos. Sin
embargo, guardaba un pequeño secreto, una debilidad... —dijo Miley, pensativa.
Contaba
la leyenda que Tetis, la madre de Aquiles, había intentado proteger a su hijo
sumergiéndolo en el río éstige, que corría entre el mundo y el inframundo. Allí
donde las aguas de aquel torrente infernal tocaran a un hombre, lo harían
inmortal. Sin embargo, su madre lo había sujetado por el talón, impidiendo que
las aguas lo inmortalizaran por completo. El talón de Aquiles... de entre todas
las estatuas que adornaban el palacio, la más llamativa era aquélla que lo
mostraba en el suelo, intentando sacarse del talón la flecha que le robaba la
vida.
—Al final fue eso lo que le mató —dijo
Nick —. Después de todo parece que su debilidad no estaba tan bien escondida.
Su asesino sabía dónde tenía que apuntar, y también sabía que tenía que mojar
la punta en veneno para que fuera letal.
—Así es. A veces no estamos tan
seguros como nos creemos.
—Por eso mi padre decía que no hay que
dejar que adivinen nuestros pensamientos. Esa es la verdadera debilidad.
—Pero eso no es cierto —dijo ella—. A
veces eres más fuerte porque otras personas te entienden.
—No estoy de acuerdo —dijo él en un
tono más seco—. Un hombre sabio no le confía a nadie sus pensamientos.
— ¿Ni siquiera a mí?
Miley se dio cuenta de que su pregunta
lo había dejado desconcertado, pero aquellos muros tras los que se escondía
eran demasiado robustos como para venirse abajo tan fácilmente.
—Si hubiera alguien en quien me
sintiera inclinado a confiar, creo que serías tú, por lo que ocurrió en el
pasado. Pero yo soy lo que soy —esbozó una sonrisa irónica—. Ni siquiera tú
puedes cambiarme.
Ella lo miró con suavidad y entonces
se atrevió a tocarle la mano.
—Cuanto más confías en alguien, peor es
cuando te traicionan, ¿no?
— ¿Yo dije eso? —preguntó él,
sorprendido.
—Algo así. En las Vegas. Y estuviste a
punto de decir mucho más.
—Esa noche estaba de muy mal humor. No
sé lo que dije.
Un gran silencio se apoderó de él. Con
la mirada perdida, examinaba el cristal de la copa...